domingo, 10 de septiembre de 2023

El mago

Es un mago, pero no de los que sacan conejos de las chisteras o monedas de detrás de las orejas. Es un mago arreglando cosas, personas, situaciones.

Enfrenta los problemas centrándose en ellos, dedicándoles todo el tiempo y el esfuerzo que sean necesarios, sin cejar, luchando contra el cansancio o la dificultad. Ese es su truco.

A veces queda agotado hasta el punto en el que la satisfacción por el trabajo realizado no parece ser suficiente. Pero persiste. Es su otro truco.

Como buen mago, distrae la atención de la gente hacia otro lado, para que no vean, para que no se den cuenta de lo que hace o de cómo es. Utiliza la risa, la sonrisa, la retranca, la ironía ácida o su peculiar sentido del humor. Es su coraza.

Y la utiliza tan bien, que incluso prestando mucha atención, a veces consigue confundir. Le gusta mantener esa sensación en los demás de no saber si está hablando en broma o en serio. Ese es uno de sus pequeños placeres.

Es bueno, aunque no blando. Guarda muy dentro todo lo dulce, suave, cálido y cariñoso de sus primeros años, de sus recuerdos. Tan dentro, que a veces le parece que son recuerdos olvidados. Ese es el menor de sus secretos.

Es capaz, con su sola presencia, de traer olores, sabores y paisajes de otras épocas. De apaciguar caracteres,de dar paz y crear una sensación de total seguridad. Es una de sus virtudes.

Cubre sus inquietudes y sus inseguridades bajo una palabrería colosal, con la que intenta además agitar a quienes ven su espectáculo. Es una de sus habilidades.

Mantiene muy bien las distancias, de forma suave, sin generar estridencias ni violencia ni malestar.

Es un mago del pensamiento, del sentimiento, de la cachaza, del disfrute, de la vida.



Alyanna

Soñar...

Hay muchas teorías sobre los sueños, sobre cómo y porqué se producen. Hay quienes piensan que es una forma de "sacar la basura" de nuestro subconsciente, hay quienes creen que es una forma de darle cierto descanso al cerebro, hay quienes piensan que soñar es como vivir pero a un ritmo diferente de cuando estamos despiertos.

No sé cuál es la verdad, sólo sé que raras veces recuerdo mis sueños. Nada más despertar intento aferrarme a alguna imagen o sonido que se va desvaneciendo a medida que pasa el tiempo, pero me es imposible.

Pero este sueño lo recuerdo nítidamente...

En mi sueño, yo no soy yo. Es decir, sí soy yo, pero no tengo mi aspecto. Tampoco es que esté segura de cómo soy en sueños, pero sé que parezco otra persona. Nada de un bellezón ni cosas por el estilo. Simplemente, no "soy como soy".

Estoy en una especie de mutación de mi cocina. Es mi cocina, pero algunos muebles parecen cambiados. Estoy doblada sobre la mesa. Vestida de una forma muy diferente a la habitual: con una camiseta blanca de algodón y una falda de tonos rojizos. Tengo los brazos estirados, en cruz. Estoy sonrojada, no sé el motivo. Y espero. ¿Qué espero?

La respuesta llega enseguida. Él. En mi sueño no es más que una silueta oscura que se mueve de un lado a otro. Es curioso, como si no tuviera rostro. Pero sé quién es.

Le escucho pasear por la estancia, parándose aquí y allá. Y de repente, la cocina se transforma en una especie de salón de los años setenta, con una mesa, sillas de madera, sofás, butacas.... y yo sigo sobre la mesa de la cocina, esperando.

Él está sentado en una butaca, leyendo, con actitud relajada. Pasa el tiempo. El silencio es absoluto, ni siquiera escucho el roce de las páginas del libro.

Y de repente, está a mis espaldas. Empieza a azotarme de una forma tan inesperada que doy un respingo. Mis manos extendidas se aferran a los bordes laterales de la mesa. Me azota con sus manos, golpes secos y precisos. El picor que empiezo a sentir es muy real, la verdad. Picor y calor. Ahora me golpea las nalgas con su cinto. El sonido contra mi carne resuena en el silencio de la casa. Golpe tras golpe, me muerdo los labios para no gemir, para no hacer ruido porque no sé si le gustará escucharlo o no. Él está completamente en silencio y el esfuerzo no hace mella en su respiración.No cesa en su empeño de dejarme las nalgas completamente magulladas. Cuando lo considera conseguido, coloca una palma de sus manos sobre cada nalga y las deja así. Y siento que ese momento es de total intimidad entre los dos. Es un momento que compartimos, único. Sonrío.

Y abro los ojos, en sueños y me encuentro delante del espejo del baño, retorciéndome para intentar ver lo mejor posible mis nalgas tintadas en tonos que van desde el rosado hasta el violáceo. Y soy consciente que ese momento del sueño es un recuerdo, porque ya no voy vestida como antes, ahora llevo puesta una amplia camiseta de color verde.

La sensación de comunión con él se va disipando y yo trato de retenerla infructuosamente. Estoy despertando y no quiero. Quiero volver al sueño, volver a la mesa, volver a sentir sus manos.

Por mucho que mantenga los ojos cerrados, ya estoy despierta. Las sensaciones empiezan a difuminarse. Me desperezo lentamente sobre el suelo y una de mis manos tropieza con su pie. Miro hacia arriba en el momento justo en que él baja su mirada hacia mí. Parpadeo y él sonríe y ese momento es como el de mi sueño. Le abrazo la pierna que tengo más cerca y me froto contra su pantorrilla, absorbiendo su olor, disfrutando de su tacto. Escucho cómo apaga el ordenador y me separo de él. Se pone en pie, agachándose para colocarme la correa en el collar y me lleva, sorpresivamente, hacia la cocina. Allí con un tirón me indica que me ponga en pie, hace que me doble sobre la mesa de madera y se coloca a mi espalda....




Alyanna

lunes, 28 de agosto de 2023

medusa

Eligió el nombre perfecto. Tanto si se piensa en el animal marino como en el ser mitológico, pues en ambos hay una mezcla paradójica de cualidades.

En ella habita la fuerza que le ha impulsado a levantarse una y otra vez, cuando la vida le ha mostrado su lado más duro, que no ha sido pocas veces. Avanzando por sí misma, como su tocaya marina, sin que le faltara la sonrisa ni el buen humor.

Porque a saber cuántas lágrimas han escondido sus sonrisas, algunas veces. Cuánto esfuerzo han costado sus comentarios, sus saludos, sus bromas, su forma de contagiarnos a los demás algo de optimismo. Pero ahí ha estado y ahí está.

El contraste entre la motera - rockera - dura - tatuada y la mujer que transforma su voz en seda al cantar, poniendo todo el sentimiento de las letras que la conectan con sus raíces.

La inteligencia vertida en cada irónico y divertido comentario, sagaz, siempre a quite, sabiendo cuándo dejarse llevar por la corriente del silencio y cuándo romperlo.

Paladeando las cosas importantes de la vida: descansar, disfrutar con su gente, los momentos de risas inesperadas, ver bien a los suyos.

Una de las primeras personas que conocí en esta vida virtual. Una de las pocas personas que me sacan una sonrisa con simplemente verla llegar, porque medusa es vida en estado puro.

Y por todos esos besos que nos das, por esa energía que siempre te acompaña (y que supongo que muchas veces te costará un mundo sacar), quería escribirte esto, una pequeña forma de mostrarte mi admiración y mi cariño. Y gracias, medusa75.

alyanna

viernes, 25 de agosto de 2023

Para los Amig@s de Sensaciones_Bdsm

Amigos, en esta vida de emociones, Caminando juntos por las distintas estaciones. Sensaciones que compartimos sin temor, Tejiendo lazos fuertes, unidos con fervor. Risas que son melodías en el viento, Momentos que atesoramos, sin lamento. Aventuras que vivimos, paso a paso, Amigos, somos un lazo que nunca fracaso. Amigos, las sensaciones nos unen sin fin, Cada experiencia es un nuevo comienzo, un festín. En cada mirada, en cada gesto hay verdad, Juntos en este viaje, en la amistad somos realidad. Días de sol y noches de luna brillante, Compartimos secretos, risas y también elocuente silencio. Cada conversación es un regalo sincero, Amigos, somos cómplices en este gran sendero. Las lágrimas que en hombros apoyamos, Las alegrías que celebramos, juntos volamos. En cada prueba de la vida, aquí estaremos, Amigos, somos fortaleza, lo sabemos. Amigos, las sensaciones nos unen sin fin, Cada experiencia es un nuevo comienzo, un festín. En cada abrazo, en cada confesión hay lealtad, Juntos en este camino, en la amistad encontramos verdad. En los momentos oscuros, somos luz, En las tormentas, somos refugio y cruz. La empatía nos une en un abrazo eterno, Amigos, compartimos un lazo tan tierno. Amigos, las sensaciones nos unen sin fin, Cada experiencia es un nuevo comienzo, un festín. En cada risa, en cada lágrima hay sinceridad, Juntos en este recorrido, en la amistad hallamos claridad. Amigos, en cada paso encontramos unidad, Las sensaciones que vivimos son pura realidad. En este baile de la vida, juntos avanzamos, Unidos por la amistad, en cada latido, lo abrazamos. Pantera__Negra

sábado, 5 de agosto de 2023

Suelas Rojas 2 Parte

Suelas rojas 2

8 de la mañana me levante dispuesto a prepararme para aquel sabado que no sabia que me esperaba pero desde luego sabia que tenia que vivirlo.

Me prepare lo mejor que pude, me desnude por completo, mirandome al espejo me aplique una buena crema depilatoria, recorriendo con la paleta todo mi cuerpo intentando no dejarme ningun rincón de el sin crema. Un café mientras dejaba que la crema realizara su trabajo. Cogí la paleta correspondiente para retirar de mi cuerpo todo resto de crema acompañada del vello de mi cuerpo, una buena ducha sin prisas donde con el grifo de la ducha y una esponja me enjabonaba el cuerpo y retiraba los restos que pudiesen quedar. Secandome con la toalla mientras en el espejo comprobaba que no quedaba ningun resto me aplique una crema a base de aloevera para aplicarla por todo mi cuerpo y de esta manera mi piel quedo lisa suave sin restos de una parte de mi cuerpo que para este sabado no iba a ser necesario.

Mientras conducia hasta su casa en mi interior una parte de culpabilidad por lo que iba pero mi deseo de seguir adelante pudo con esa culpabilidad. Tan solo fueron 5km de distancia atravesando una urbanizacion.

Por fin llegue a su casa, me dispuse a llamar al timbre y la puerta se abrio, el estaba alli esperandome e indicandome donde aparcar el vehiculo.

Abri la puerta del vehiculo y mientras me tendia su mano para ayudarme a bajar.

--Buenos dias querida me alegra que hayas decidido a venir.

Sin apenas pensamiento cogi su mano y me deje ayudar:

--Buenos dias. Gracias por la invitaciòn aunque debo decir que no era necesaria la ayuda para bajar del coche.

--Creeme querida lo agradeceras cuando lleves tacones.


Me llevo de la mano hasta la entrada de la vivienda.

--Estas en tu casa, mas adelante te la enseñare, delante a la derecha tienes la habitacion que te interesa.

Entre en ella y estaba decorada claramente con buen gusto pero con ese toque femenino sin abusar de ello algo que te eboca feminidad.

--Nena desnudate quiero ver que base tengo para trabajar.

Casi como si apenas pudiera pensar, mientras el simplemente de pie enfrente de mi yo empeze a desnudarme delante de aquel hombre que apenas conocia, abriendome los botones de la camisa mostrando todo mi abdomen y mis pequeños pechos. Me agache retirandome mis zapatos para posteriormente bajar mi pantalon hasta poder retirarmelo.

Solo me quedaba una prenda por retirarme y lo mire a el, sonriendome.

--Quitatelo tambien no te preocupes pequeña.

Al retirarmelo hasta yo misma me sorprendi ya que tenia una erección y sabia que aun no habiamos empezado.

No queridos no me he equivocado al poner en femenino una combinaciòn de sus palabras con el ambiente hizo que mi ser se sintiera femenina.

Esto es la segunda parte de suelas rojas si lo has leido te agradecira tu opinión, me gusta escribir aunque falta de experiencia puede hacer que sea infumable leerme.

Asi que agradeceria vuestra opinión para poder aprender. Sinceridad sin miedo. 


Vickycross

sábado, 29 de julio de 2023

Suelas Rojas

Llegue a aquella casa en medio del campo, rodeada de naturaleza un lugar bastante ilidico. Aparque la furgona donde me indico el cliente y empeze a solucionar la averia electrica.

Soy electricista y por lo tanto suelo visitar muchos hogares en este caso se trataba de una de las casas que alquilaba uno de mis clientes, el inquilino indicaba que la luz del dormitorio principal no le funcionaba.


El inquilino un hombre alto de pelo canoso y un claro acento aleman me indico donde se encontraba la habitacion y disculpandose me dijo que tenia unas tareas que realizar en el jardin y no podia acompañarme pero me daba libertad para poder moverme por la casa si lo necesitaba.


Procedi a desplegar mis herramientas y averiguar la posible averia para ello vi una puerta que podria ser donde estuviera la caja de cables y por lo tanto el posible problema.

Como la fuy habriendo mi sorpresa al ver lo que se encontraba alli era un maravilloso y gran vestidor casi todo con ropa femenina, mis ojos brillaron en un momento mi profesionalidad cayo y sin poder o querer evitarlo cogi unos zapatos de suela roja, eran negros, suela roja y un tacon de unos 12cm, pense que la mujer que usaba ese vestidor debia ser de buen gusto y elegante.

Me quede absorto en mis pensamientos que no me di cuenta que mirandome se encontraba el inquilino:

---Estoy seguro te quedarian geniales.

Cuando lo escuche me quede tibuteando sin saber como disimular y soltandolos rapidamente, en un intento de disimular le respondi como si de una broma se tratase:

---Jejeje no creo que fuesen de mi numero, quizas la caja de cables este aquí detras.

---Creia que las cajas de cables estaban mas cerca del techo.

Señalando hacia arriba:

---¿ Como esa quizas? Bueno esos zapatos creo que si son de tu numero.

Sorprendido los mire y en efecto eran un 42, no podia ser no es un numero muy femenino.

---Pruebatelos, alegrame la vista y te gustara.

No tuvo que volver a decirmelo para que me los pusiera e incluso me atreviese a intentar andar con ellos aunque estos pasos fueron torpes, me mire al espejo y esos tacones levantaban mi culo y por un momento me hizo verme femenina.

El telefono sono y vi que era mi jefe y volvi a la realidad debia acabar aquella averia y visitar a otro cliente.

Antes de salir el inquilino me dio su tarjeta de visita. Ademass detras estaba escrito:

Te espero el sabado a las 10.

Firmado: Vickycross

martes, 4 de julio de 2023

Vimianzo

El primer sábado de julio no es precisamente el mejor día para visitar Vimianzo, sobre todo para alguien que, como yo, no se siente a gusto en medio de la multitud. Durante todo el día hay espectáculos de tipo medieval, un mercado, música y actuaciones ambientadas en la época medieval. Y el colofón, por la noche, es el asalto al castillo, rememorando el alzamiento del pueblo hacia los nobles en el siglo XV.

Y sin embargo fueron el día y el lugar elegido por el Caballero maravilloso para encontrarnos de nuevo.

Nos saludamos con una sonrisa y un gesto. Él se dirigió con paso firme hacia el castillo, comentando alguna que otra anécdota sobre pasados viajes al lugar. A veces tenía la impresión de que había estado en todas partes y que, además, recordaba con precisión cada detalle de los lugares que había visitado.

Ante mi sorpresa, sacó una gran llave de su bolsillo y abrió un portón que nos dio acceso al interior del castillo. Arcadas y muros de piedra abrazaban las muestras de artesanía del museo en que se había convertido con los años. Mi mirada se dirigió hacia la escalera de madera, tan evidentemente nueva que contrastaba con las paredes originales de la edificación. Subía en una especie de caracol cuadrado, hasta lo alto de una de las torres.

Subimos. Allí apenas se escuchaba la algarabía de la gente que había quedado fuera. Llegamos a una estancia iluminada por una estrecha tronera y que sólo albergaba una silla y una  mesa construídas con la misma madera que las escaleras. Sobre ella había una pequeña bolsa de deporte, negra.

El sonido sordo e inesperado de un petardo me sobresaltó e hizo que él sonriera aún más ampliamente. Se acercó hasta quedar frente a mí. Puso su mano en mi hombro y la fue deslizando hacia mi nuca. Sus dedos quedaron enterrados entre mi cabello. Con suave firmeza, los dobló hasta que atraparon varios mechones de mi pelo y tiró con fuerza, haciendo que mi cabeza se arqueara hacia atrás. Mordió mi barbilla.

Su mano se relajó, volvió a estirar los dedos y la deslizó hasta quedar tras mi cuello. Me sujetó y me guió de esa forma hasta llegar al borde de la mesa, presionándome con ella hasta hacer que quedara doblada sobre la superficie.

Me soltó. Inmediatamente después sentí sus golpes sobre mis nalgas, atenuados por las prendas de ropa que llevaba. Silencio. Quietud. Me tomó por los hombros para indicarme que me levantara. Lo hice. Empezó a quitarme la ropa con calma, muy despacio, dejando cada prenda sobre la superficie de la mesa, hasta quedar completamente desnuda ante él.

Se acercó a la mesa, abrió la bolsa y sacó de ella un ovillo de cuerda de color rojo. Ató cada extremo a una de mis muñecas, quedando un gran trozo de cuerda colgando entre ellas. Como si de una correa se tratara, me guió tirando de ella hacia la tronera. Sobre la abertura había un gancho de hierro forjado, quizás resto de algún pebetero. Pasó la cuerda por él, quedando yo con los brazos ligeramente levantados y frente a la abertura que me permitía ver a la gente que, fuera del recinto, disfrutaba del día festivo. Era consciente que por la distancia y la estrechez de la abertura, nadie podría verme, pero aún así me sentía expuesta, desnuda ante esa abertura, colgando del gancho sin poder taparme.

Giré la cabeza y pude ver que él se había sentado en la silla y miraba hacia mí. Se levantó súbitamente y me dió un golpe fuerte y seco en las nalgas antes de hacer girar mi cabeza hacia el estrecho ventanuco sin vidrio que tenía frente a mí. Entendí el mensaje: mirar al frente.

El día era cálido, pero la combinación de los frescos muros de piedra y la situación en la que me encontraba, hicieron que mi vello se erizara. Estaba nerviosa, pensando que en cualquier momento aparecería alguien para iniciar la preparación del asalto. Por mucho que intentaba hacerlo, no lograba recordar si el Caballero maravilloso había vuelto a cerrar la puerta con llave al entrar o no, me había quedado mirando con fascinación la exposición y el interior del castillo.

No sé cuánto tiempo transcurrió hasta que escuché como se levantaba y se acercaba. Pasó la punta de sus dedos por mi espalda, de nuevo. Recorrió la curva de mis pechos, cosquilleó en mis axilas y me liberó de las ataduras. Cogida por el cuello, fui llevada ante la silla, en la que se sentó. Señaló su regazo con un gesto. Entendí perfectamente. Me coloqué atravesada sobre sus muslos, agarrando con mis manos las patas de la silla y apoyando parte de mi peso en las puntas de mis pies. Y entonces empezó. Su mano derecha alternaba caricias en mi cabeza con tirones en mi pelo, cuando no sujetaba con firmeza mi cuello, al mismo tiempo que la izquierda caía, pertinaz, sobre mis nalgas, en una cadencia única que sólo él conocía, alternando intensidades, fuerzas, lugares. Mi piel empezó a cosquillear, a picar, a calentarse, pero él no se detenía. Dedicaba a azotarme la misma concentración que a cualquier otra de sus actividades y tenía muy claro el objetivo a conseguir.

Su mano izquierda abandonó momentáneamente mis nalgas para recorrer mi espalda, presionando las uñas sobre la piel y dejando líneas suavemente rosadas en ella. Un breve descanso antes de volver a azotarme como nunca antes lo había hecho. Apreté los puños alrededor de las patas de la silla y me dejé llevar. La gente, el castillo, el día, todo había desparecido para mí, mi mundo constreñido únicamente a él y a lo que estaba haciendo.

Supe que había acabado cuando sentí la palma de su mano recorrer mi piel que adivinaba de un rojo intenso debido al castigo que había sufrido. La mano que atenazaba mi nuca se dirigió a mi hombro y empujó hacia arriba. Me puse en pie. Él se levantó y fue hacia la bolsa de nuevo. Se sentó y me señaló con la mano el suelo, a su izquierda. Me senté, ligeramente incómoda, cerca de su pierna, sin llegar a rozarla. Al cabo de poco menos de un minuto, su mano se acercó a mi boca, sujetando algo que metió entre mis labios. Sonreí ampliamente al reconocer el sabor del sugus. Y porque eso significaba que él había disfrutado, al menos hasta el momento.

Eché un vistazo rápido y pude ver que tenía un libro en su mano derecha. Se puso a leer tranquilamente, conmigo a su lado, desnuda, intentando refrescar mis nalgas escocidas con el contacto del suelo fresco. Su mano izquierda se colocó sobre mi cabeza, a la que de vez en cuando daba alguna distraída caricia.

Largo rato después, se levantó y extendió su mano hacia mí, ayudándome a levantarme también. Me llevó de nuevo ante la tronera, se colocó detrás de mí y sujetó mis pechos con las palmas de sus manos, como ofreciéndolos hacia el exterior. Volví a sentir la vergüenza y la exposición de antes, pero esta vez acompañada del placer de sentirle pegado a mi espalda, con la seguridad que siempre me ha sabido transmitir.

Se separó e hizo un gesto hacia mi ropa. Mientras me vestía, recogió el libro y la cuerda, cerró la bolsa y esperó pacientemente a que yo acabara.

Bajamos en silencio y salimos (no, no había cerrado la puerta con llave al entrar). La ropa, al rozar mis nalgas, hacía que sintiera un escozor no del todo desagradable. Caminé tras él durante unos minutos, hasta llegar al sitio en que había aparcado el coche. Metió la bolsa en el maletero, se paró ante mí y me besó la frente. Se metió en el coche, lo puso en marcha, bajó la ventanilla y con una risa llena de satisfacción me dijo: "Buenísimas noches, criaturilla!!!"

Una hora más tarde, ya en casa, pude recrearme en lo sucedido, en su sonrisa y su risa, en lo paradójico que siempre era estar con él, esa mezcla de inquietud, vergüenza, excitación y al tiempo paz, tranquilidad y serenidad.

Y me pregunté, como hacía siempre tras cada uno de nuestros encuentros, cuánto de placer, satisfacción y cuánto de retranca había sentido él.

domingo, 25 de junio de 2023

Despedidas

Echo un vistazo a las últimas cajas que quedan en el suelo del dormitorio, haciendo más evidente el vacío que me rodea esta última noche.

La mayoría de mis pertenencias ya están en el que será mi nuevo hogar, sólo queda lo básico para pasar esta noche y esa caja que dormitaba en el fondo del armario.

Me siento en el suelo desnudo, cruzando mis piernas y abriendo con un sentimiento agridulce, las alas de cartón que la mantuvieron cerrada tantos años.

Saco una caja de zapatos. Sonrío al ver los objetos que hay dentro. Un pequeño cilindro de lata, con el dibujo de un monito. La abro para sacar el pañuelo que guarda en su interior. Lo acerco a mi nariz, aún sabiendo que el olor se ha disipado hace mucho tiempo. Me sorprende el latir acelerado de mi corazón, un eco de lo que sentí cuando la caja llegó a mis manos, casi dos décadas atrás. Su olor, su colonia, una parte suya, algo que había tenido entre sus manos y que ahora tocaba yo. Qué tonta, qué maravillosa y estúpidamente tonta era. Pero no me arrepiento, porque disfruté cada momento, bueno y malo, de esa primera experiencia catastrófica.

Un libro de poemas. Un collar de cuero, marrón claro, delgado. Unas revistas con fotos suyas. La de veces que acaricié cada página y cada imagen, para sentirle un poquito más cerca aún.

Vuelvo a meter todo en la caja de zapatos y la cierro. De la caja grande saco ahora otra más pequeña y pesada. La primera era la caja de la ilusión inocente, de la ignorancia. Esta es la caja de la experiencia. No sonrío al abrirla. Un collar grueso, negro, con varias argollas.Una correa corta, haciendo juego, con un lazo en el extremo por el que pasar la mano... o con el que azotar, si fuera preciso. Una camiseta verde, arrugada. Mejor no la acerco a la nariz, porque recuerdo exactamente cómo estaba cuando la guardé. Sólo guardo una imagen, un recuerdo: mi piel marcada.

Una tercera caja, la de los juguetes. Floggers de distintos tamaños y colores, unos para acariciar, otros para azotar. La lengüeta de la fusta que rompió al usarla conmigo. Aún me ruborizo al recordarlo. El pequeño bote de vidrio con las cayenas. Instintivamente me echo atrás al verlas, qué dolor, qué picor, nunca más. Pinzas. Un rotulador indeleble. Más sonrisas, más rubor. Un par de consoladores metidos en sus cajas. Unas bolas chinas negras. Más recuerdos, más sonrisas.

La última caja es la caja del dolor. No tiene juguetes, ni collares, ni parafernalia de BDSM. Tiene una pulsera de cuero color morado. Un ticket de una pizzería. Un cubo de Rubik. Una postal de un paisaje verde, sin escribir. Un reloj de pulsera con la correa medio enmohecida. Un estuche para gafas, vacío. Un trozo de papel. Unas llaves.

Estoy rodeada de mis recuerdos, de mi pasado más cercano. De mis vivencias más extremas, para bien y para mal. Mi piel recuerda mejor que mi memoria. Se me eriza el vello de los brazos y aprieto los músculos de mi vagina. Da igual que ya no exista nada de esto, da igual que esa parte estuviera cerrada durante años, la piel recuerda.

Vuelvo a meter las cajas en la grande. Me quedo mirándola durante un instante, regalándome unos minutos de revivir encuentros. Porque el tiempo ha suavizado lo malo y ha mantenido fresco lo bueno. Porque fue una época en la que me sentí viva, completa, orgullosa. En la que iba por la calle con la cabeza alta, contenta de ser y de sentir lo que era.

Cojo la caja entre mis brazos, casi acunándola y salgo al descansillo. Mientras espero el ascensor, sigo recordando retazos sueltos, conversaciones, caricias, colores y sabores. El hielo, la cera, la vara, su voz al teléfono, sus voces, sus deseos. Las horas de espera.

Salgo del edificio. Es noche cerrada, las farolas alumbran la acera con sus puntos de luz. Me acerco a los contenedores de basura y dejo la caja sobre uno de ellos. La acaricio por última vez, antes de abrir el de al lado y dejarla caer dentro.

Me quedo parada, mirando el contenedor sin verlo, sintiendo que he dejado atrás una parte de mí. La parte que quedará metida en un arcón de mi memoria, en lo más profundo, de donde quizás no vuelva a salir.

La pena me atenaza el corazón y parpadeo para evitar unas lágrimas tontas que asoman tímidamente a mis ojos. Levanto la cabeza y vuelvo hacia el edificio, hacia donde está ese lugar en el que pasaré la última noche de esta etapa de mi vida. Me propongo dejar los recuerdos atrás, como si quedaran metidos también en esa caja de cartón. Y con cada paso que me aleja de ella, voy recomponiendo la máscara de la que será mi vida, la mirada, la sonrisa y el gesto comedido que me acompañarán de ahora en adelante.

jueves, 15 de junio de 2023

Me hace agua 2.0

"Ahora me toca a mí"... esas palabras permanecieron suspendidas entre ambos, unos segundos. Su tono era serio, casi frío. Aunque, la verdad, con él nunca se sabía. Le gustaba mucho jugar al despiste, la ironía, la retranca gallega. De todas formas, pronto sabría.

El silencio se alargó. Cerré los ojos y me dejé llevar por la sensación de paz que siempre aparecía en los silencios compartidos. Me sobresaltó ligeramente el sonido que hizo al desplazarse. Miré de reojo y vi que se había sentado en el borde de la cama. Esperé.

"Ven"

Me levanté, notando las piernas un poco rígidas. Me acerqué hasta situarme frente a él, la mirada baja. Él tomó mi mano y tiró de mí hacia abajo, al tiempo que con la otra volvía a subir mi falda por atrás. Lo entendí perfectamente y me coloqué boca abajo, sobre su regazo.

Apoyó la palma de una mano sobre mi nuca y la mantuvo ahí, como si la hubiera colocado sobre un reposabrazos. Después de un rato, sentí sus dedos internarse entre mi pelo, las yemas acariciando mi cabeza, suave y lentamente. Sonreí de puro placer. Deslizó la mano hacia abajo, por la parte posterior de mi cuello y después resiguiendo mi columna, por encima de mi blusa. Y después hacia arriba de nuevo, hasta encontrarse de nuevo con mi cabello. Pero esa vez no hubo caricia suave, esa vez tomó un mechón en su puño y apretó, tirando de él con firmeza, haciendo que mi cabeza se levantara con cierta brusquedad. En esa postura, sentí su mano libre posarse sobre mi trasero expuesto. Metió la palma de la mano entre mis piernas, que quedó tan pegajosa como estaban mis muslos después de "mi regalo".

Frotó la mano sobre mi trasero, como si quisiera limpiársela. E inesperadamente, el primer azote. La sorpresa me hizo respingar y sentí el tirón de mi pelo, a pesar de que él no había movido esa mano. Una caricia hacia mi cadera, un ligero pellizco, lo suficiente para dejar una marca rosada y otro azote. Esta vez no moví la cabeza, pero fue él quien tiró un poco más de mi pelo. Me soltó, con brusquedad, para colocar la mano en la parte trasera de mi cuello.

Sentía su mirada de una forma casi física. Esperaba, no sabía el qué. Y llegó. Una lluvia de azotes, metódicos, fuertes, sonoros, con una cadencia lenta pero continua, de quien sabe lo que quiere y cómo lo quiere. Su respiración se agitaba por momentos, al compás de los golpes. Su mano férrea apretando ligeramente mi cuello, la otra coloreando mi piel, despertando el picor de los golpes, calentando mi cuerpo.

Todo terminó tan repentinamente como había comenzado. Sentía mi culo caliente, muy caliente. Me soltó y me empujó con suavidad hacia el suelo, donde quedé medio tumbada, a sus pies. Se inclinó hacia adelante, pasando su mano sobre mi cabeza, murmurando "criaturilla".

Sonreí de oreja a oreja, como él sabía que sucedería.

"Vamos!" Por el tono en que lo dijo, entendí que era hora de recoger e irnos. Me puse en pie, arreglé mi ropa lo buenamente que pude, me puse las bragas, tomé el bolso... él esperaba junto a la puerta. La abrió para que saliera. En el pasillo, antes de volver a cerrarla, echó un vistazo al interior y murmuró "Sí, una buenisima tarde!!!". Sonriente, con el calor de sus manos aún en mi piel, me despedí en ese pasillo de hotel, diciéndole "Es usted maravilloso"

martes, 13 de junio de 2023

Me hace agua

Me preguntó qué quería como regalo de cumpleaños. Cuando se lo dije, se sorprendió y sus labios se curvaron en una de esas sonrisas suyas tan pícaras. Algo se le había ocurrido, lo cual era bueno porque significaba que posiblemente me concediera mi deseo, pero no dejaba de ser preocupante la divertida malicia de su mirada.

Y sí, tras sopesarlo detenidamente, accedió a regalarme lo que le había pedido. Pero con condiciones, sus condiciones. Había transformado mi regalo en una especie de reto. Y me conocía lo suficiente para saber que no me iba a arredrar ante ello.

Esa tarde, al entrar en la habitación del hotel, le encontré desnudo sobre la cama, esperando. Sentí una pequeña punzada de decepción al darme cuenta de que me había privado de "desenvolver" mi regalo, de disfrutar el desnudarle poco a poco, sustituyendo el roce de las prendas por caricias de mis manos. Y usted lo notó, porque sabe leerme mejor que nadie. Una pequeña victoria para usted.

Cogió el teléfono que estaba sobre la mesilla de noche y puso la alarma para una hora más tarde. Mi regalo, esa hora de poder disfrutar de usted a mi manera, había empezado.

Me acerqué a la cama y me arrodillé. Tomé su mano izquierda entre las mías y froté mi mejilla sobre su palma, con los ojos cerrados, con un carrusel de imágenes y recuerdos: esas manos acariciando mi pelo, a veces transformadas en un puño que me tiraba de él, suave pero firmemente. Esas manos que comprobaban si realmente me hacía agua, rozando mi entrepierna y hozando a veces con suavidad, a veces con dureza, comprobando, aunque ya lo sabe, que ante su presencia, me vuelvo de agua. Esas manos hábiles a la hora de azotar, acariciar, abofetear, sostener, apretar, marcar.

Con un leve suspiro dejo su mano y me levanto del suelo, para sentarme a su lado, en la cama. Empiezo a explorarle. Comienzo, cómo no, por inclinarme hacia su cabeza y atrapar el lóbulo de su oreja entre mis labios, succionando. Es lo más cercano a un beso que puedo darle, pues lo prohíben sus normas para este encuentro. Siento el roce suave de su barba en mi cara y con cada inspiración me voy llenando de su olor y lo disfruto. Mucho.

Dedico los siguientes minutos a recorrer su cuerpo. A tocar, rozar, lamer cada cicatriz, cada marca, cada pliegue. A veces me inclino y atrapo un pequeño pellizco de piel con suavidad entre mis labios, dejando que mi lengua aletee sobre él. Su sabor. Sus sabores.

Mi mano desciende hacia su pubis. No, no es lo que usted espera. Quiero comprobar algo que espero funcione. Mi dedo índice se desplaza hacia su ingle, recorriéndola, buscando el punto exacto donde apretar y acariciar. MIentras lo hago, no despego mi mirada de sus ojos. Al cabo de unos segundos, encuentro el lugar. Humedezco la yema de mi dedo con mi saliva y vuelvo a llevarlo a ese lugar. Y presiono levemente, al tiempo que acaricio esa dureza semioculta bajo la piel. Observo su mirada de sorpresa y siento un instante de plena felicidad al ver que desconocía ese punto tan placentero de su cuerpo. Sigo frotando y presionando, a veces con suavidad, lentamente, para pasar a hacerlo de repente con más rapidez. Su respiración se agita y sus caderas se retuercen un poco hacia mí. Sé exactamente lo que está usted sintiendo. Esa ansiedad, esa necesidad sin nombre, intensa.

Aparto mi mano y sigo explorándole, bajando por su pierna, rozando sus pies, que me encantaría besar, pero que no puedo. Subo por la otra pierna hasta llegar a la ingle y encontrar el punto simétrico al que he acariciado. La reacción es más suave en ese lado. Anoto mentalmente que el lado izquierdo es el más sensible. No creo que vuelva a tener otra oportunidad como esta, pero por si acaso...

Me pongo de pie, coloco la segunda almohada bajo sus caderas, para que queden ligeramente elevadas. Un vistazo al reloj del móvil me indica que me he pasado más de la mitad de mi tiempo recorriéndole.

Me quito las bragas y subo mi falda hasta la cintura. Me pongo a horcajadas sobre su cuerpo, apoyada en mis rodillas. Mi mirada busca la suya. Desciendo suavemente, buscando el roce con su pubis. Me inclino hacia adelante, apoyándome en mis manos. A cuatro patas, como a usted tanto le gusta tenerme. Mi cabeza desciende hacia su pecho. Atrapo un pezón entre mis dientes y tironeo de él, mientras mis caderas siguen acariciándole, rozándole. Pienso que ojalá le hubiera pedido algo más de tiempo pero es demasiado tarde para eso. Me separo de su pecho, a desgana. Mi mirada vuelve a buscar la suya. Introduzco una mano entre mis piernas, para guiarle hacia la entrada de mi cuerpo. Sólo tengo que moverme hacia abajo y estará dentro de mí. El impulso de empalarme es casi inevitable, me estremezco y me niego ese placer. Sólo entra la punta, provocando ese cosquilleo tan familiar, ese prurito que sólo se calma con sus embates. Me muerdo el labio inferior. Y comienzo a bajar, despacio, muy despacio. Siento el roce de piel contra piel. Esa deliciosa dureza que me lleva al borde de lo que sería mi primer orgasmo, pero que tengo prohibido. Otra de sus normas para este encuentro.

Usted lee en mí con total facilidad, ha sido así desde el primer momento. Y sabe lo que estoy sintiendo, sabe la lucha que tengo conmigo misma para mantener el control y no dejarme llevar.

Cuando está dentro por completo y sin apartar mi mirada de la suya, le aprieto por dentro, cálida, húmeda. En ese instante me concentro en darle todo el placer que me sea posible. Muevo ligeramente mis caderas en círculo, en un intento que espero no sea en vano, de aumentar sus sensaciones. Sin dejar de apretarle, levanto mi cuerpo, para que la presión le recorra de la base a la punta. Relajo mis músculos y esta vez, sí, nada de suavidad, me empalo sobre usted con un único y firme movimiento. Sus labios se separan y jadea levemente. Mis caderas se mueven adelante y atrás, con una cadencia lenta.

Con un sordo gruñido, levanta su torso hacia mí y sus manos levantan mi blusa y sacan mis pechos por encima del sujetador. Se aferra a ellos con intensidad. Sé que me dejará la marca de sus dedos en mi piel. Otro regalo que me hace. Aprieta mis pechos y pinza con sus dedos mis pezones, lo cual hace que mis movimientos se aceleren ligeramente. Nuestras miradas parecen mantener un duelo, que sé perdido de antemano. Usted celebra mi derrota cogiendo mis caderas y marcando el ritmo que desea. Me muevo sobre usted cada vez más rápido. Me cuesta no dejarme llevar, una lágrima se desliza por mi mejilla. Usted jadea y gruñe, música para mis oídos, mientras sus dedos se clavan en mis caderas, exigiendo lo que sabe que sólo es para usted, tomando lo que es suyo. Muerdo con más fuerza mi labio inferior a la vez que aumento el ritmo de mis movimientos. Con un gruñido sordo, levanta sus caderas y empuja las mías hacia abajo, vaciándose en mi interior.

No quiero separame aún. Pero mi sexo boquea, deliciosamente frustrado, y noto cómo el suyo se desliza fuera de mí, húmedo y ahíto. Y ese roce inesperado casi provoca que me corra. Me estremezco con fuerza y reprimo el placer.

Me quedan sólo cinco minutos. Voy al baño y vuelvo con dos toallas, una humedecida y la otra seca. Paso la toalla húmeda por su cara, refrescándole. Bajo por el pecho y limpio su pubis con delicadeza, con mimo, antes de secarle.

Dedico los últimos segundos de mi regalo para volver a rozar la palma de su mano con mi mejilla. Suena la alarma. Me arrodillo, sentada sobre mis talones, al lado de la cama. Escucho sus movimientos al levantarse y alejarse hasta el cuarto de baño. Oigo correr el agua. Vuelve a la habitación, se viste. Mi mirada sigue baja, fijada en el suelo.

Se para ante mí. Veo sus pies. Se inclina y levanta mi cabeza, empujando mi barbilla hacia arriba con un dedo. Siento que me sonrojo y me cuesta mirarle. Acerca su cara a la mía, sonríe con esa sonrisa pícara y maliciosa tan suya y me dice: "Ahora me toca a mí"

A tres bandas

ÉL

Todo empezó aquella noche de sábado en que S me invitó a cenar en su casa. Nos conocimos en un evento de bondage y sentimos una afinidad inmediata, que con el tiempo se transformó en una sólida amistad.

En esa ocasión acudí solo, sin mi una, que tenía compromisos familiares ineludibles.

Lo primero que sentí al verla fue sorpresa. No esperaba encontrar una desconocida. Miraba a un lado y otro como con cierto temor, tímidamente, aferrada a su bebida como si fuera un arma defensiva. Su actitud me hizo sonreír. pet, la sumisa de S se acercó a ella y se pusieron a charlar. Observé cómo su cuerpo se relajaba levemente.

"Es la mejor amiga de pet. Se enteró hace poco de nuestra forma de vivir y sentir la relación y tiene curiosidad. pet me preguntó si podía traerla, para que viera de primera mano cómo es todo, que no somos ni multimillonarios con helicóptero ni monstruos asesinos. Es una lástima que una no haya podido venir, porque después de la cena tengo pensado una sesión light con pet y hubiera estado bien vuestra participación"

Cenamos, charlando, como siempre, de los temas que iban surgiendo. La desconocida apenas dijo cinco palabras en todo el tiempo. Me fascinaba su mirada furtiva, tímida pero curiosa al tiempo.

Tras la cena, bajamos al sótano, que S tiene dividido en dos zonas completamente distintas: una para garaje y la otra como sala de juegos. Indicó a su invitada un sillón situado contra la pared del fondo, desde el cual tenía una vista completa del lugar. Ella se sentó y empezó a juguetear con sus dedos, cruzándolos, tocando los de una mano con la otra y en ocasiones, hasta pellizcando suavemente el monte de Venus de la palma.

S es un experto en el uso del látigo, pero en esa ocasión prefirió utilizar algo más suave, creyéndolo más apropiado para el primer contacto de una neófita. Hizo un gesto con la cabeza a pet, quien entendió la orden perfectamente y se desnudó sin la menor vacilación, quedando solamente con el collar puesto. S la guió de la mano, cariñosamente, hasta el potro, donde hizo que se inclinara, con las piernas abiertas y separadas. Eché un vistazo a la amiga, que tenía la mirada fijada en la escena y la boca ligeramente abierta. Apenas pestañeaba y un suave color rosado había cubierto la piel de su rostro. Encantadora.

S comenzó acariciando la espalda desnuda de pet, con mimo, resiguiendo su columna vertebral desde el cuello hasta el final. La miraba como si sólo estuvieran ellos dos en el cuarto. Me sentí identificado, sabía cómo era estar así, esa excitación previa al inicio del uso, esa sensación de poder y agradecimiento mezclados en un solo sentimiento.

El sonido seco del primer azote hizo que la amiga se sobresaltara, por lo inesperado. S siguió azotando a pet a intervalos irregulares, alternando caricias con golpes dados con seguridad y fuerza. Al cabo de un rato se acercó a la amiga, la tomó de la mano y ella le siguió sin ofrecer resistencia. Parecía hipnotizada. La llevó hasta el potro. No le soltó la mano, sino que la guió hasta la entrepierna de pet, empujando sus dedos dentro de ella, para que comprobara el grado de excitación que sentía su sumisa. La amiga sacó los dedos y se quedó mirándolos estupefacta. Y entonces hizo algo que nos tomó completamente por sorpresa (y creo que a ella misma también). Se llevó los dedos a la nariz, para aspirar el olor, sacó la lengua y tocó tímidamente con ella la humedad de los dedos. S miró hacia mí, arqueando las cejas y yo sonreí, asintiendo con la cabeza. La amiga entonces extendió la mano hacia el culo de pet, rojo y caliente por los azotes, y lo acarició. De repente comenzó a llorar. S le dijo a pet que la tranquilizara y dimos por terminada la velada.

Al día siguiente S me llamó. La amiga de pet quería experimentar qué se sentía al someterse y ser usada. Y, sabiendo lo que hay por estos mundos, quería que fuera a manos de alguien que la valorara y cuidara. Y los dos habían pensado en mí.

Nunca antes me había planteado el tener más de una sumisa. Es cierto que en ocasiones había pensado en lo hermoso que sería tener a dos buenas perras, una correa en cada mano o a ambas sentadas en el suelo, una a cada lado. Pero eran sólo pensamientos. Estaba plenamente satisfecho con su una y era consciente del trabajo, energía y tiempo que había que dedicar a la relación, mucho más si en lugar de una sumisa, eran dos. Y estaba la cuestión de una... ¿cómo se lo tomaría una si llegara a planteárselo? Era un tema que no habían puesto sobre la mesa nunca antes, algo sin definir en la relación. Y era todo tan perfecto, habían trabajado ambos tanto para llegar a este punto, que, debía confesarlo, tenía miedo de estropearlo.

Debía pensarlo mucho y bien, tener las ideas muy claras, pensarlo en frío, analizarlo. Pero el recuerdo de esa mirada huidiza y de esa lengua tímida lamiendo sus dedos húmedos, le perseguía. Tenía que pensarlo.


una

Algo había pasado. Al principio pensó que eran cosas suyas, por haber estado unos días fuera de la ciudad por obligaciones familiares. Pero no. Algo sucede, algo importante, que ocupa su mente y le inquieta. No pregunto, sólo empeoraría las cosas. Si quiere contármelo, lo hará cuando lo considere oportuno. Así que espero, con un sentimiento de tristeza por verle así y no poder hacer nada, ni decir nada. Me esfuerzo aún más en seguir sus normas y hacer las cosas como a él le gustan.

Ha pasado casi una semana desde que volví y aún no hemos tenido ni una sesión. Le sirvo, como es mi obligación y mi placer, pero me sorprende esta falta de juegos, cuando él siempre ha sido muy activo en ello. El problema debe ser realmente grave si le ha afectado tanto.

Se queda mucho rato sentado, mirando fijamente la pantalla del ordenador, pero sin ver realmente lo que tiene delante. A sus pies, siento lo tenso y alterado que está.

Finalmente, casi diez días después de mi vuelta, me lo dice. Está planteándose el tomar otra sumisa. Me cuenta lo ocurrido en casa de S de una forma esquemática. La ausencia de detalles en su relato me hace sospechar que esa mujer le ha calado hondo. Tal vez sea el desafío que le plantea el iniciar a una neófita, el ir descubriendo juntos ese inicio de camino que para nosotros quedó atrás hace mucho tiempo ya.

Es más que evidente sus ganas de tomarla. Y lo entiendo. Pero... Mi cabeza zumba con un montón de pensamientos diversos a la vez: es su decisión, es su potestad, es lo que desea, debo desear lo que él desea, debo aceptar lo que le hace feliz. ¿Debo? ¿Realmente debo hacerlo, cuando es algo sobre lo que no hemos hablado ni tenemos acuerdo? Ella necesitará mucho más tiempo y atención, es normal. Tiempo que antes era para mí. Soy egoísta. No puedo ser egoísta. Él está primero, por encima. ¿Y yo? Yo estoy debajo, es mi sitio. Y ella puede darle cosas que yo no. La frescura del descubrimiento. Creía que yo era suficiente, creía que yo colmaba sus deseos, sus fantasías. Yo, yo, yo... siempre yo. Pero no puedo evitar pensarlo, sentirlo. Un pensamiento infantil se impone sobre los demás "No lo habíamos hablado nunca, es trampa!!"

Me siento mareada por ese torrente de pensamientos y sensaciones. Necesito tiempo, le pido tiempo para tratar el tema con la mente fría y las ideas claras. Ahora mismo ni sé lo que siento ni lo que quiero. Sí, sí sé lo que quiero. Quiero volver a antes, a donde hemos llegado trabajando y avanzando juntos. ¿Es esto otra forma de avanzar, otro paso adelante o es el momento en que hay que decidir si los caminos siguen o se separan? Y si yo hago mal pensando en mí (yo, mi tiempo, mis sensaciones, mi dolor), ¿acaso no lo es él también? ¿Tiene derecho a serlo por ser mi Amo? ¿Es eso cuidarme, es puro egoísmo o es una forma de hacerme avanzar en mi entrega? La entrega, ese maldito comodín cubierto de espinas.

Ahora soy yo quien se sienta con la mirada perdida, tensa, con pensamientos y sentimientos golpeándome sin piedad, pensando y aceptando ora una situación, ora la contraria. En unos días tengo que darle mi respuesta. Primero la respuesta, después los acuerdos que se consideraran pertinentes, en uno u otro sentido.

amiga

Paseo de un lado a otro de la habitación, nerviosa. No sé si me alegro o me arrepiento de haber aceptado la invitación a cenar aquel sábado. Me sentía cohibida, era todo tan normal... Una casita en las afueras, un hombre atento, educado, sonriente. Después de lo que pet (qué extraño llamarla así) me había contado de cómo vivía, cómo sentía, poco menos que esperaba entrar en una cueva oscura y me encontré en un comedor acogedor, luminoso. Aún así, sentía como un peso dentro de la barriga, una sensación ambigua de temor y curiosidad. Porque parecían muy felices y muy unidos. Observé que casi no les hacía falta hablar, que con un gesto de él, ella iba y venía, hacía y deshacía.

Pronto llegó el invitado. Sentí como si algo me golpeara en la cabeza al verle. No entendí y sigo sin entender, el motivo de esa sensación mareante. Como se suele decir vulgarmente, "no era mi tipo". En absoluto. Y sin embargo, notaba su vista fijada sobre mí en momentos puntuales, lo cual aumentaba mi nerviosismo. Mi mirada se sentía atraída hacia él, pero al mismo tiempo escapaba.

Tras la cena, al bajar al sótano, otro choque. Una pared con argollas a distintas alturas. Un armario ominosamente cerrado. ¿Eso que parecían cuerdas enrolladas eran látigos? Por Dios santo.

S hizo un gesto y pet se desnudó con total naturalidad. La llevó a no sé qué aparato y ella se inclinó, abriendo las piernas, culo en pompa. Él la acarició suavemente. Qué bonita la forma en que la miraba, como si fuera un tesoro o un milagro. Y sin esperarlo, zas! su mano cayó con todas las fuerzas en las nalgas de mi amiga, quien soltó un suave suspiro. A ese golpe sucedieron varios más. Me fascinaba la concentración de S en la tarea, el brillo de los ojos de mi amiga, el color que iba tomando la piel de sus nalgas. Pero sobre todo, sentía lo excitante que era ser observada por ese hombre.

Cuando S me llevó junto a pet y sentí lo mojada y húmeda que estaba, me olvidé de todo, sólo podía pensar en qué sentiría yo si estuviera en su lugar. Qué sentiría yo si ese desconocido que me miraba así me azotara, como a una niña rebelde, hasta dejarme la piel tan cálida y roja como la de pet. Sentí erizarse mis pezones contra el sujetador y dí gracias por la amplitud de mi ropa, que impedía que los demás se dieran cuenta de lo que me pasaba, de lo que sentía.

Y me encontré llorando, así, sin más. Me desbordó un sentimiento indefinido. pet me abrazó y me guió de vuelta al piso de arriba, en el que me sinceré con ella, con lo que había sentido, con lo que quería experimentar. Me dijo que hablaría con S

Y aquí estoy, hoy, el día en el que, diciéndolo dramáticamente, se decide mi futuro. El día en que recibiré una llamada diciéndome si soy aceptada o no. Tengo miedo. Tengo ganas. Tengo dudas, porque hay ya otra, una sumisa, alguien experimentado, que seguramente será capaz de satisfacerle, mientras que yo no tengo idea de nada. Qué nervios. El tiempo se ralentiza. Tengo ganas de romper algo, de tirar algo, de gritar.

Y por fin, suena el teléfono...

martes, 18 de abril de 2023

Tanteando

Sábado noche, un bar de copas. Había pasado toda la tarde con una amiga de mi prima y luego habíamos salido de fiesta con los demás. Sin embargo, la gente se fue marchando hasta que de nuevo quedamos dos. No era la primera vez que nos liábamos esa noche, pero mientras mordía su labios y la rodeaba con un brazo decidí llevar el otro a su coño e introducirle dos dedos de golpe.

Estaba empapada, su coño chorreando mientras ella suspiraba y gemía en mi boca. Imagino que no fuimos discretos, pues empecé a masturbarla en medio del bar sin importar quién pudiera mirarnos. Mi boca alternaba mordiscos y lametones entre su cuello y su labios y ella estaba cada vez más cachonda. Aquella tarde habíamos hablado sobre dominación en el sexo y me estaba confirmando que era toda una perrita.

Tras varios minutos jugando con mis dedos en su interior decidí sacarlos y llevarlos a su boca. La miré fijamente a los ojos y le ordené: «Chupa».

lunes, 17 de abril de 2023

cosa útil

Por fin había llegado el momento. Llevábamos preparándolo varios días, limando pequeños errores y practicando, sobre todo la respiración de cosa. Oh, pero no sabes nada de cosa. Si el Amo estuviera aquí, me miraría con el ceño fruncido y me llamaría "mona" por mi tendencia a irme por las ramas. El Amo es así, con un sentido del humor particular y práctico. A cosa la llamó así porque es su función, ser lo que él desee que sea, deshumanizarla si es su deseo. También podría haberle llamado "herramienta" pero queda mejor "cosa". Yo soy útil. Mi nombre lo eligió en parte porque es también mi función, la de ser útil y propiciar los deseos del Amo a nivel, digamos, intendencia y por otra parte, porque así tendría "cosa útil". Sí, ya dije que su sentido del humor es particular.

Voy a centrarme en lo que debo contar y dejarme de mis monerías. Como te decía, había llegado el momento. El Amo nos había aclarado que los invitados no serían Caballeros, que apreciarían no sólo la forma sino también el fondo, sino que serían caballeros, que no verían más allá de lo que se les presentaría.

Para nosotras no habría diferencia. Los invitados no entenderían el trasfondo de lo que iba a ocurrir, pero el Amo sí y es él a quien deseamos y debemos complacer, así que nos tomamos la tarea tan en serio como cualquier otra.

cosa llevaba ya un par de horas preparándose. Su cuerpo, limpio por fuera a base de duchas, las últimas sin utilizar gel ni jabón para que no hubiera olores ni sabores indeseados y también limpio por dentro a base de un par de enemas. Estaba preciosa en su desnudez. Completamente depilada, mostraba una piel dorada, sin marca alguna. Las puntas de su cabello acariciaban sus hombros. Pero lo que más atraía de ella, era su cara. No porque tuviera facciones perfectas, sino porque tenía una mirada y una expresión de total inocencia, como si se hubiera congelado en los años de su infancia. Ese virginal aire de pureza escondía una naturaleza lasciva, un apetito sexual voraz. La combinación era explosiva.

Otra vez moneando, perdona. Pero quiero que te hagas una idea de cómo eran las cosas. Bien, ahí estábamos las dos, en la sala. Había dejado solamente el sillón del Amo, un poco a un lado y la camilla. El carrito de servicio lo traería justo después de dejar preparada a cosa.

Era muy importante que estuviera colocada de la forma correcta, para que la segunda parte de la sesión fuera lo más cómoda posible para todo el mundo. De ahí los ensayos. cosa se sentó y yo me eché atrás para ver si sus caderas estaban en el lugar conveniente. Perfecto. Le puse el antifaz y cosa pareció desaparecer al dejar de ver sus ojos, su expresión, al cegarla. La ayudé a tumbarse.

Me dirigí a la cocina, de la cual volví con el carrito. cosa yacía sobre la camilla, con los brazos estirados a los costados, las palmas de las manos hacia arriba. Al oírme entrar, flexionó las piernas, uniendo la planta de los pies y creando una especie de nido con sus piernas. Las rodillas quedaban casi fuera de la superficie de la camilla.

Lo primero que hice fue colocar los cuencos pequeños. Los había transformado el Amo, que, dicho sea de paso, es un manitas. En el lugar de la base, había un hueco. Los pezones de cosa ya estaban erectos, imagino que por la situación y por lo que sabía que sucedería de manera casi inminente. Así que coloqué un cuenco sobre cada pecho, intentando que los pezones quedaran bien centrados y visibles. Un tercer cuenco, ligeramente mayor y lleno de chocolate fue colocado en el hueco que formaban sus piernas.

cosa tenía los labios entreabiertos, respirando muy pausadamente, sin apenas moverse. Era otra parte que ensayábamos con más ahínco, la respiración.

Cogí la fruta troceada y la fui colocando sobre las pantorrillas y los muslos de cosa, alrededor del cuenco de chocolate. Dejé para más tarde el adorno de la chocolatina de menta.

Vertí sobre el cuenco del pecho derecho un poco de arroz templado, rodeando su pezón, cuyo color rosado destacaba así mucho más. En el del otro pecho, coloqué varios langostinos cocidos, fríos, que hicieron erizar levemente la piel de cosa.

Con mucho cuidado, fui colocando pequeños bocados semejantes a sushi por la cintura y el vientre de cosa. Su pubis lo adorné con ligeros montoncitos de crema pastelera.

Sobre las palmas de sus manos coloqué diminutas tacitas con salsa. Sobre sus brazos y antebrazos, dispuse pequeños tenedores y palillos chinos. Y ahora sí, por último, el famoso bomboncito de menta cubierta de chocolate, cuadrado, asomando entre los labios de la vagina. Me pregunté si alguno de esos hombres se animaría a comerlo, y si cosa podría aguantar el efecto de la menta en su sexo sin moverse.

Di un par de pasos hacia atrás y rodeé la camilla para ver si estaba todo dispuesto. Sin adornos ni fanfarrias, todo comestible, como le gustaba al Amo.

Retiré el carrito a un rincón, justo a tiempo. Escuchaba la voz del Amo, su risa, acercándose, entre murmullos de otras voces desconocidas. Me puse en el rincón más cercano al sillón del Amo, esperando su entrada.

Fue el primero en cruzar el umbral. Se hizo a un lado, observando con una sonrisa pícara las caras de sorpresa de sus tres acompañantes al ver la camilla y lo que en ella había.

"Caballeros, sírvanse ustedes mismos" dijo mientras se iba a sentar en su sillón. Yo me acerqué discretamente y me senté a sus pies, en el lado izquierdo, que era el que me correspondía. Los caballeros no sabían muy bien qué hacer, se miraban unos a otros como intranquilos. Pensé, con cierto pesar, que esta vez cosa no acabaría con líneas paralelas pintadas sobre su cuerpo con las puntas de los tenedorcitos o marcas de ligeros mordiscos aquí y allá. Si no se atrevían ni a empezar a comer, difícilmente harían ninguna de las cosas que otros Caballeros no dudarían en disfrutar.

Al cabo de unos segundos de espera, uno de los caballeros se adelantó, tomó unos palillos y fue directo al cuenco del arroz. Empezó a comer, con mayor confianza conforme pasaba el tiempo. Los otros caballeros se aproximaron también y empezaron a degustar la comida. El primero, más audaz que los otros, tomó con sus palillos el pezón de cosa y apretó, provocando que ella abriera un poco más la boca y se le escapara un suspiro. Sonreí pensando que ese hombre tenía posibilidades y giré mi cabeza hacia el Amo, para ver si él se había dado cuenta. Obviamente, lo había hecho. No perdía de vista lo que sucedía en la camilla, a pesar de su aspecto lánguido. Yo sabía que en el momento en que viera algo que no le gustara o que pusiera en peligro a cosa, frenaría todo de inmediato. Nuestra seguridad era su máxima prioridad.

Ese primer caballero dejó de lado la comida para centrarse en los pezones de cosa. Los otros observaban, entre bocados, demasiado cohibidos para hacer otra cosa. Un tenedorcito sustituyó a los palillos en el cuenco de los langostinos. El caballero, juguetón, se hacía el torpe, como si el cubierto se le resbalara sobre el marisco para acabar pinchando en la areola de cosa, quien, por lo que yo estaba viendo, luchaba denodadamente por mantener la respiración tranquila, cosa que cada vez le costaba más.

No había demasiada comida sobre cosa, apenas unos bocados, así que pronto no quedó más que la zona del postre: las frutas, el chocolate y la crema pastelera. El bombón que adornaba la vagina de cosa se había caído a un lado, al deshacerse la esquina que yo había metido dentro. Los dos caballeros más tímidos, se limitaron a comer la fruta, algunos bocados mojados en el chocolate, otros no. Pero el caballero audaz, tal y como yo le denominaba, tras echar una mirada de reojo al Amo, cogió uno de los palillos chinos y lo introdujo dentro de cosa, removiendo el chocolate y la menta que había dentro. El caballero tenía la mirada fija en la boca de cosa, entreabierta. Movía el palillo con suavidad, imagino que sobre el clítoris de cosa, quien cerró los dedos contra las tacitas que sostenía, en un intento de aguantar la postura. El caballero se compadeció finalmente de ella, sacó el palillo de su interior y se metió en la boca el extremo manchado de chocolate  y algo más.

Observé que los tres hombres estaban excitados, los bultos de sus entrepiernas no dejaban lugar a dudas. También me di cuenta de que ninguno de ellos había tomado la crema del pubis de cosa. Quizás porque no les gustaba, quizás por temor, quizás por timidez... quién sabe.

El Amo me dio un empujoncito con el pie. Inmediatamente me levanté y me acerqué a la camilla. Los caballeros se apartaron, como si me tuvieran miedo. Me acerqué a la cabecera, me incliné sobre la cara de cosa y lamí sus labios entreabiertos. Los mordisqueé con suavidad, lentamente. Y finalmente, accioné un pequeño resorte que había bajo la camilla y que hizo que esa parte bajara un poco, quedando la cabeza de cosa un poco echada hacia atrás.

Retiré los cuencos, las tacitas y los cubiertos, dejándolos sobre el carrito. Volví a acercarme. Di largos lametones a su pecho izquierdo, recogiendo algún grano de arroz que había quedado pegado a su piel. Una vez limpio, atrapé su pezón con mis dientes y moví la cabeza hacia los lados al tiempo que lo estiraba. cosa gimió. Di la vuelta hacia el otro pecho, que también lamí, sintiendo el sabor salado del marisco en él. Después saqué la lengua, para que todo fuera lo más visible posible y, aleteando, acaricié el pezón de cosa con la punta.

"Pueden ustedes ponerse cómodos" escuché que decía el Amo. A continuación, el sonido de una cremallera al abrirse "el caballero audaz, seguro", pensé. Me centré en mi labor, que no era otra que "limpiar" a cosa. Mi boca recorrió todos los lugares en los que se había depositado comida. Recogí los pequeños montículos de crema pastelera y mordisqueé la piel de esa zona.

Me aparté y mi mano se metió bajo la camilla otra vez. El tercio inferior se plegó hacia abajo y de unos enganches saqué dos estribos, que coloqué en su sitio, convirtiendo la mesa "de comer" en una especie de mesa de ginecólogo. Coloqué las piernas de cosa sobre los estribos y así quedó abierta y expuesta.

Tal como habíamos preparado todo, tanto su sexo como su ano quedaban dispuestos. Me situé entre sus piernas para acabar de limpiar su cuerpo. Con mis manos separé los labios de su vagina y dejé expuesto su coño. Noté que los caballeros se acercaban para poder ver mejor. Saqué la lengua y comencé a pasarla, recogiendo los restos de chocolate y menta. No pegué mi cara a su coño, como haría habitualmente, ya que mi tarea era excitar tanto a los caballeros que veían como poner a cien a cosa (lo cual he de admitir que no era una tarea complicada). Así que usaba solamente la punta de la lengua, de forma que rozaba el clítoris y no llegaba nunca a penetrar a cosa, quien ya empezaba a mover las caderas, buscando más contacto. Como te dije antes, cosa era un volcán disfrazado de angelito. Y estar cegada aumentaba su placer, sin saber quienes la estaban disfrutando.

Cuando acabé, vi que todos los caballeros salvo uno, se habían bajado los pantalones y calzoncillos y estaban masturbándose. Así que me acerqué al caballero tímido, pasé la palma de mi mano sobre su entrepierna y bajé la cremallera del pantalón, animándole en silencio a no quedarse atrás.

Volví junto al Amo, a mi sitio, recibiendo una caricia en mi cabeza. Me giré para verle, me dedicó una sonrisa de satisfacción y volvió a dirigir su atención hacia cosa.

El caballero audaz se acercó a la cabeza medio colgante de cosa. Miró hacia el Amo, como pidiendo permiso, y el Amo hizo un gesto de asentimiento. El caballero audaz acercó su glande a la boca de cosa, quien sacó la lengua, buscando con ansia. Pero el caballero audaz era juguetón y la esquivaba. Su dominio era de admirar, pues estaba clara y notablemente excitado, pero no buscaba el desahogo rápido. Pensé de nuevo que el caballero audaz podría ser un Caballero con todas las letras.

Abandonó la cabecera de la camilla para colocarse entre las piernas de cosa. Curiosamente, su lugar en la cabecera fue sustituído por el caballero tímido, quien, sin pensarlo, introdujo su polla en la boca de cosa, que empezó a chupar con fruición. El caballero audaz, con una sonrisa, pasaba su glande por el coño de cosa, sin hacer mucha presión. Las caderas de cosa empezaron a levantarse, hambrientas. Los otros dos caballeros miraban, sin dejar de masturbarse, como hipnotizados por la escena que tenían delante. Al cabo de unos segundos, el caballero tímido empezó a moverse dentro de la boca de cosa, tomando la iniciativa y con clara intención de correrse dentro de ella. El caballero audaz no dejaba de acariciar el sexo de cosa, calentándola más y más. Cuando el caballero tímido lanzó un largo y gutural gemido al correrse en la boca de cosa, el caballero audaz le clavó la polla de un golpe. cosa, con la boca ya liberada, se mordía los labios para no gritar de gusto. El caballero audaz empezó a bombear con fuerza, hasta el fondo en cada embate. El Amo sonreía al ver los esfuerzos que hacía cosa para no gritar. Los dos caballeros que se masturbaban, se corrieron casi al mismo tiempo, dejando caer gotas de su corrida sobre los pechos de cosa.

El caballero audaz estaba bañado en sudor, con un rictus de determinación en su cara. Finalmente, cosa arqueó su cuerpo como un resorte y dejó escapar un grito de placer. En ese momento, el caballero audaz, con un último y fuerte empellón, se dejó ir y la llenó con su corrida.

Pasaron unos minutos en los que sólo se escuchaban las pesadas respiraciones intentando volver a la normalidad. Los caballeros se volvieron a colocar la ropa apropiadamente, tres de ellos con aire vergonzoso, culpable, mientras el caballero audaz lo hizo con parsimonia, sin dejar de observar a cosa, sobre la camilla, con su cuerpo moviéndose al ritmo de su respiración aún agitada.

"Espero que les haya gustado el tentempié, caballeros". El Amo, diciendo estas palabras, se puso en pie y se dirigió hacia la puerta, hacia la que se dirigieron los invitados. El Amo retuvo al caballero audaz, despidiendo  a los demás.

"Me preguntaba si te gustaría volver en otra ocasión, con más tiempo, para pasar una tarde divertida de juegos y tal vez, cenar" le dijo el Amo

"Sin duda" contestó el caballero audaz

"Entonces, estaremos en contacto" sonrió el Amo

"Es un placer hacer negocios con usted. Creo que jamás he dicho esa frase tan sinceramente" se despidió el caballero audaz

El Amo salió acompañándolo. cosa y yo nos quedamos esperando su vuelta. Me preguntaba si al caballero audaz los juegos le gustarían tanto como "la comida" y supe que, tarde o temprano, lo descubriría. ¿Quieres descubrirlo conmigo?






Sentimientos rapidos

Algo que escribi sin pensarlo solo dejando llevar las manos sobre el teclado, lo escribi hace un tiempo.  Son las 5 de la mañana mis ojos se abren con una cosa en la cabeza, pasar la mañana del sábado en valencia de forma tranquila solo para mi, imagino que para pasar ese sábado escoger alguna braguita roja y combinarla con unas medias de rejilla rojas, algo sencillo y económico comprado en los chinos.  Recuerdo la ultima vez que salí con medias a la calle y sentí la rejilla clavándose en mis muslos, como andaba buscando sentir ese roce.  Tengo la suerte de volverme a dormir un par de horitas mas y despierto con otro sentimiento muy diferente al anterior, un sentimiento de vergüenza por pensar en hacer algo así. Me siento culpable por pensarlo pero no puedo dejar de querer hacerlo. Mientras desayuno me meto en paginas buscando esas medias, esa ropa pero sin dejar de sentirme culpable por querer hacerlo, veo imágenes de mujeres hermosas con esa ropa puesta, por momentos me imagino siendo una de ellas pero se que si me atreviese jamas podría serlo, al fin y al cabo soy hombre. Esa ropa en mi quedaría fatal y no dejaría de ser un tío vestido con lencería de tía que desde luego ni siquiera tengo un buen físico como hombre, eso en mi quedaría como el típico travestí que no es otra cosa que un tío queriendo ser lo que nunca sera.  Son las 11 de la mañana mientras escribo esto, parte de la mañana la he pasado observando de nuevo, no me decido me da miedo. ¿A que ? Buena pregunta y aseguro que me encantaría poder contestármela a mi mismo o misma. ¿Quiero saber si hay un lado femenino ? Si, esa respuesta esta clara. ¿Me da miedo descubrirlo ?  Si mucho miedo descubrir y saber que existe. Pienso por un lado que seria lo mejor saber que esta o no esta para poder dirigir un poco la vida. ¿Y si estuviese ? No lo se que haria entonces, se que lo fácil y en mi situación seria tan sencillo como descubrirla, sacarla y disfrutar en lo que la feminidad permita, pero no consigo quitarme el sentimiento de culpa.  Si se que lo que voy a decir ahora es un tópico pero si que pienso que son ideas preconcebidas que te introduce la sociedad y en mi caso creo que no podría culpar a mis padres, eso no seria justo y eso me hace de nuevo sentirme culpable.
Firmado:  Vickycross

miércoles, 12 de abril de 2023

¿Por qué?

La puerta está entornada cuando llego. Entro y la cierro a mi espalda. Él hace un gesto hacia la habitación donde hemos pasado tantas y tantas horas disfrutando juntos. En silencio me dirijo hacia ella. Al abrir veo, sorprendida, que está todo recogido, casi vacío. Sólo está la alfombra, su sillón y frente a él, en el suelo, un cojín. Otra sorpresa. Normalmente me siento o arrodillo en la alfombra o directamente en el suelo, según sus preferencias. Siguiendo nuestro ritual, me desnudo y coloco mi ropa doblada en una esquina apartada, quedando vestida solamente con mi collar.

Poco después entra él. Hace un gesto hacia el cojín, sobre el que me arrodillo, con la cabeza gacha, esperando. Escucho cómo se sienta en el sillón. Espero.El silencio y la espera se alargan y mi mente empieza a divagar.

Recuerdo las primeras semanas, mis tontas equivocaciones, mi torpeza que él corregía con una sonrisa y mucha paciencia. Fue un período de ajuste, de encajar por completo uno con otro y de aprendernos. De aumentar la intimidad, la confianza. Iba todo bien, de la mano, juntos, avanzando, descubriendo cosas nuevas, sensaciones y fantasías a realizar. Y entonces...

Entonces, ¿qué?. Sinceramente, no lo sé. Todo iba bien, todo era tal como siempre había deseado y soñado. Estaba viviendo una vida plena, completa. Pero algo en mi interior, no sé el qué, despertó y empecé a cometer errores a propósito. Pequeñas cosas, al principio, que él me corregía una y otra vez. Pero fui a más. Mi comportamiento empezó a ser inadecuado, era desobediente, maleducada, incluso desagradable. Y mientras lo era, mientras hacía y decía esas cosas que no quería hacer ni decir realmente, cosas que no eran normales en mí, pensaba "Para, no sigas, no digas eso, no lo hagas, ¿estás loca? ¿por qué?" Pero no paraba. Era como si en mi interior habitaran dos personas muy diferentes, una de ellas quería cuidar y mantener la relación y la otra, sabotearla, romperla, ensuciarla. Solo que esas dos personas eran una: yo.

Echo una rápida mirada de soslayo. Él está sentado en el sillón, con las piernas estiradas, los brazos cruzados, mirándome, muy serio. No como me miraba al principio, como intentando penetrar en mi mente, meterse bajo mi piel, no. Me miraba con decepción, con tristeza, con cansancio. Sé que está muy enfadado, sé que tiene todos los motivos del mundo para estarlo. Sé que no me entiende, pero es normal, porque ni yo misma me entiendo. No he podido darle una respuesta cuando, la semana pasada, nos sentamos a hablar sobre la situación, sobre mi cambio. Me sentía, me siento, ahogada por la incomprensión de mi propio comportamiento. Estropeando todo. Sin más. Porque sí.

Siento una opresión en el pecho, como si en cualquier momento me fuera a echar a llorar. Pero no lo hago. Otra dicotomía más, otra sensación ambivalente, otro romperme en dos. Me doy cuenta de que estoy balanceándome sutilmente adelante y atrás e inmediatamente me quedo quieta.

Él se levanta. Se dirige al rincón donde he dejado mi ropa. Cuando pasa de vuelta a mi lado, siento su olor inconfundible y aspiro con fuerza, consciente de que tal vez sea la última vez. Por mi culpa. Sale de la habitación, escucho sus pasos y una puerta que se abre. Vuelve.

Se queda unos segundos de pie ante mí. Supongo que mirándome, no lo sé, no soy capaz de levantar la mirada y comprobarlo. Se inclina y las yemas de sus dedos rozan la piel de mi cuello mientras me quita el collar que lo ciñe. Un escalofrío recorre mi espalda y eriza mi piel cuando lo separa de mí.

Es entonces cuando me habla por primera vez. "Vete".

Me pongo en pie, con las rodillas temblorosas, más por mi debilidad que por la postura en que he estado. Bajo más la cabeza, no porque sienta vergüenza sino porque ahora sí siento esas lágrimas acudir a mis ojos y no quiero que él las vea. Quiero ahorrarle al menos eso. O quizás ahorrármelo a mí. Lo he hecho. He estropeado la mejor relación que he tenido en mi vida.

Salgo al descansillo, donde veo mi ropa en el suelo. Él cierra la puerta antes de que empiece a vestirme. Desnuda entré en su casa, aquella vez, hace tiempo. Y desnuda la abandono, ahora.

Y sigo preguntándome "¿por qué?".

martes, 4 de abril de 2023

Un sueño.....


Me despierto con un ruido seco. Me duele la cabeza, intento abrir los ojos y no puedo, llevo algo y no puedo abrirlo, quiero gritar cuando me doy cuenta que llevo una mordaza, ¿dónde estoy?. Estoy tumbada, intento moverme y no puedo, estoy atada de manos y pies. Intento escuchar, oigo el abrir y cerrar de los cajones, deduzco que estoy en mi habitación. Sigo oyendo ruidos, pisadas, intento averiguar cuantos son, creo que es solo uno, muevo mi cabeza intentando seguir el ruido.

- Veo que ya te has despertado, mejor, se nos hace tarde

¿Tarde?, ¿tarde, para que?, ¿qué hora es?, ¿cuánto llevo así?. Noto que ya no estoy mojada, intento averiguar que llevo puesto, llevo una blusa, noto como faltan para abrocharme un par de botones, no llevo sujetador, llevo una minifalda y un tanguita. ¿Qué ha pasado con mi pantalón vaquero, mi camisa color oro, mi, chaqueta, mi ropa interior?, dios, me ha desnudado, me ha secado y me ha vestido. Un escalofrío recorre mi cuerpo, no puede ser, noto como mis pezones se ponen duros, noto como mi coño empieza a humedecerse, noto el tanga metido dentro, no, no, me estoy excitando simplemente porque un extraño me ha desnudado y me ha visto desnuda……
Oigo la puerta de la habitación, noto como se acerca alguien, noto su respiración, como se sienta en la cama, oigo su risa, noto como su mano se pone en mi pecho, como empieza a tocarlo, me muevo, no quiero que note mi excitación.

- ¿Si te quito la mordaza, prometes estarte quieta y no decir nada?, esto lo podemos hacer de dos maneras, o placentero para mi, o desagradable para ti.
Ahora ha metido la mano dentro de la blusa, esta tirando de mi pezón. Con la cabeza le digo que sí, quiero que me quite la mordaza, quiero poder respirar.

- Muy bien, voy a quitártela, espero que te estés quietecita, por cierto, veo que tienes frío, jajajajajaja, ¿no te basta tener la temperatura a 25 grados?, ¿quieres que la suba?, jajajajaja

Me quita la mordaza, lo primero que hago es respirar, inspiro fuertemente y expiro, voy a chillar, quiero que me oigan los vecinos, al igual pueden llamar a la policía. De repente noto algo sobre mi cuello, una punta, es un cuchillo, como abra la boca me mata…… Noto como el cuchillo baja por mi cuello, se dirige hacia la blusa, llega al primer boton y hace que salte…. Luego otro, cuando me doy cuenta me ha arrancado todos los botones, me noto excitada, ¿qué me pasa?, no puede ser, estoy cachonda, noto como se esta humedeciendo mi coño, no, no puede ser. Noto el frio cuchillo sobre mi pecho, como juega con mi pezón, mientras mi excitación no para de ir en aumento, no lo veo, pero puedo notar como me mira, noto su respiración en mi pezón, siiiiiii, cojelo, chupamelo, muerdelo, no, para, no puedo pensar eso, ¿estoy loca o que?. Noto su lengua como esta a punto de tocar mi pezón, intento levantarme, quiero ponerselo en su boca, se rie, el muy cabrón se esta riendo. No voy a darle el gusto de suplicarle, eso no. Noto su mano sobre mi muslo, como va subiendo, como suba va a notarlo…., su mano se para sobre el tanguita, empieza a jugar con mi clítoris, se me escapa un suspiro, estoy muy cachonda en poco tiempo voy a correrme, si, que siga asi, ahhhhh, ummmm, me esta mordiendo el pezón, esta apartando el tanga, siiii, era hora, voy a correrme ¿qué hago, se lo digo?, lo va a notar

- Creo que voy a correrme, por favor no pares
- Tranquila, no parare

Ahhhhhh, esta aumentando el ritmo, me mete un par de dedos y luego va otra vez a mi clítoris, siiiii, me encanta eso, me encanta que me muerda los pezones, siiiii, me corrooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo noto como se me tensa el cuerpo, el lo nota, noto como mis jugos empapan sus dedos, siiiiiiiiiiii. Me esta dando sus dedos para limpiarlos, los cojo, los chupo, los devoro, me encantaria que fuera su polla pero no puede ser, ¿me esta violando?. Se levanta, ¿dónde ira?, ¿se ira ya?, hace mucho que no estaba tan caliente, pero necesito mas, me ha sabido a poco. Noto como me levanta la minifalda, ummmmmm, siii, no esperaba eso, me esta comiendo el coño, esta pasando la lengua por mi clítoris, me la esta metiendo en el coño, me ha metido la lengua en el coño, la saca, llega hasta el clítoris y luego hasta el culo, no puedo mas que retorcerme, me estoy haciendo daño en las muñecas, en los tobillos, estoy a punto de correrme solo con su lengua, no utiliza nada mas, solo su lengua, esta vez se lo hare saber, quiero que lo sepa

 - Voy a correrme, si, sigue, comemelo, chupamelo, muerdelo, me corro, me corro otra vez, no pares, siiiiiiiiiiiiiiiiiiii.

Justo en ese momento suena el telefono, es mi movil, es la melodía de mi chico, ¿qué hara ahora él?........
 
Se levanta de la cama, espero que no conteste, yo quiero que me folle, que me penetre, quiero sentirlo dentro, oigo como busca en mi bolso, mientras sigue sonando la melodía, porfavor que no conteste….. La melodía se para, noto como regresa a mi lado, como se sienta en la cama, noto su respiración en mi cara, me estoy excitando otra vez….
-    Si eres buena te voy a desatar, veo que sigues caliente asi que ya empieza a ser hora de que yo tambien disfrute un poco….
Noto como me desata los pies, luego una mano, luego la otra, me duelen, no me atrevo a moverme…
-  Muy bien puta, ponte a 4 patas y girate
Esas palabras hacen que desee otra vez que me folle ya, no puedo esperar mas, a que esta esperando???, yo solo cumplo sus ordenes, me pongo como el me ha ordenado, quiero que empiece ya…. Una vez que estoy como me ha mandado, noto como me ata los pies otra vez, intento decir algo pero no me atrevo.
-         voy a llamar a tu chico, habla todo lo que quieras con el, pero como se te atreva decir algo que no debes……
Acto seguido noto el frio acero como pasa por mi cuello, como se desliza por mi espalda, como corta la minifalda y se coloca a la entrada de mi coño que sigue chorreando
-         exacto putita, como digas lo que no debes, la hoja de mi navaja sera lo ultimo que te folles
Noto como marca el numero de telefono, lo pone en manos libres y lo deja debajo de mi cabeza…
-         Buenas noches cariño, que ha pasado antes que no lo has cogido?, ya no quieres hablar conmigo??
-         Hola mi amor, estaba en el aseo, que tal todo???
Noto como empieza a contarme cosas de la ciudad, del equipo, pero mi cabeza esta atrás, en ese alguien que  juega con el filo la navaja y mi tanga, en ese alguien que me mete el mango de la navaja en mi chorreante coño, quiero que me folle, asi que decido dar el paso.
-         Cariño, estoy muy cachonda y tu ahora tendras que cortar porque te llamara el entrenador, follame, estoy a 4 patas y quiero que me folles
-         Pues si, tiene que ser ahora, porque dentro de nada nos llama el mister, dime que quieres que te haga
-         Como te he dicho parezco una perra, quiero que me folles, ponte detrás de mi y follame.
Estoy hablando con mi chico por telefono, pero eso va dedicado a mi violador, espero que se de cuenta, si, se ha dado cuenta, se esta poniendo detrás de mi, esta pasando su polla por mi clítoris, me la mete de golpe, sin avisar, un golpe seco
-         Siiiiiiiiiiiiiiii follame fuerte, siiiiiiiiiiii, sigue sigue, ahhhhh me gusta
-         A mi tambien, me encanta oirte, estoy a punto de correrme, sigue hablandome no te pares ahora
Noto como para, pero que coño hace, yo mientras sigo gimiendo a mi chico por telefono, noto como juega con mi culito, como escupe en el, bajo mi mano hasta mi clítoris, y sigo masturbandome yo sola, el que se dedique a lo suyo. Nunca me lo han hecho por el culo y no sera por la falta de ganas que tengo, pero asi es mi chico. Oigo como me dice que se esta corriendo, que lo estan llamando y se despide de mi con un beso al igual que yo me despido de el diciendole que me estoy corriendo. Noto como su polla empieza a ejercer presion en mi culito, tira de mi pelo, me dice que me relaje, pero no puedo. Noto como se aleja de mi, estoy exhausta, cansada, mis brazos flaquean, ahora todavía estoy mas en pompa, noto como me mete algo frio en el coño, es un huevo y lo pone a toda potencia, mientras, me coge por las caderas y me la mete hasta el fondo en mi culo. El grito es desgarrador, el dolor es inhumano, me esta partiendo en dos, son los peores momentos de mi vida, pero….. todo ese dolor que estaba sintiendo hace unos segundos se esta convirtiendo en placer, un placer indescriptible mientras me corro otra vez con el huevo, noto como tira de mi pelo mientras grita que se esta corriendo. Por fin noto su corrida en mi culo, lo esta inundando con su leche, mientras no puedo parar de masturbarme el clítoris, creo que voy a desfallecer. Noto como la saca de mi dolorido culo, como utiliza el tanga para limpiarse, como va a quitar el huevo, cuando lo saca hace que me corra otra vez, ya no puedo mas, siento como se me nubla la vista, creo que me estoy desmayando………
 
Abro los ojos, me duele todo el cuerpo, sobretodo el culo, no se si lo he soñado o no, no se que hora es, la habitación esta a oscuras, noto a alguien a mi lado, le abrazo, ya se quien es, su olor, su tacto, su pelo, ya se quien es, no puedo dejar de soltar una sonrisa, me abrazo a el con todas mis fuerzas y le susurro….
Relato de Orestes74

sábado, 1 de abril de 2023

La última vez

Trato de dejar a un lado el pensamiento de que es la última vez, pero es en vano. Te sorprende mi intensidad, las ganas con las que  mis labios atrapan los tuyos, con la que mi lengua entra en tu boca, saboreándote, con los ojos cerrados, intentando grabar cada sensación. Sonríes al notar la pasión con la que te empujo cada vez más dentro de mí, mis caderas alzadas contra tu pelvis, más dentro que nunca, más fuerte que nunca. Me miras, jadeante, satisfecho, vacío.

Mi mirada elude la tuya, temerosa de que leas en ella con la misma facilidad de siempre, de que veas el final en mis ojos, en mi gesto. Aprieto los muslos, pegajosos, mi sexo latiendo aún, pero ya hambriento de ti, vacío.

La última vez que tus dedos recorren mis brazos, erizando mi piel. Me muerdo los labios, rogando por dentro que no lo digas, que no lo hagas, que no quiero esa última vez. Pero lo haces...

Susurras: "te quiero". y entre tanta tristeza siento el alivio de que me has mentido por última vez.

viernes, 31 de marzo de 2023

Cansancio

Sé que está ahí, esperando, mirándome, vigilando. Esa exigencia muda, paradójicamente nacida de la obediencia, me cubre como una pesada losa de piedra.

Recuerdo la época en la que su mirada brillante era reflejo de la mía. Recuerdo las ganas, la ilusión, los planes, el placer, las ideas, las fantasías, las realidades compartidas. Me sentí el hombre más afortunado, el más poderoso. Mía. Esa persona que estaba ante mí, entregada, era mía.

Y todo fue maravilloso. Con algunos tropiezos al principio, como era normal, unos ajustes. Pero su docilidad, sus ganas, la ayudaron a sortear esos escollos, a que encajáramos como dos piezas de un puzle.

Pero estoy tan cansado... cansado de esa mirada suplicante de atención que me sigue en todos mis movimientos. Cansado de la rutina en que nos hemos estancado, de la que no parece haber salida.

Es todo lo que soñé, todo lo que deseé. No tengo nada que reprocharle, de hecho, creo que nadie podría hacerlo. Obediente, diligente. Sin queja. Y son precisamente esas virtudes, esas capacidades, lo que me ahoga, lo que ha apagado mis ganas. Lo que la ha convertido en lo que no era, haciendo desaparecer su viva personalidad, su ingenio, incluso su risa. La busco y sólo encuentro pasividad, espera. Callada exigencia, pidiendo atención sin decir nada.

No tengo fuerzas, ni ganas, he de confesarlo, para intentar resucitar a la persona que me cautivó. Para explicarle que deseo tenerla. A ella. No sólo a un cuerpo dispuesto a lo que se me antoje. Qué irónico. Como la famosa maldición china "ojalá todos tus deseos se hagan realidad".

Y aquí estoy, con los ojos cerrados, sintiendo su cercanía, mientras espera que me despierte, inicie el día y le dé las órdenes que obedecerá sin rechistar. Estoy cansado. Pero ella no merece esto. Merece la verdad. Así que, por fin, decidido, abro los ojos. Y ahí está ella, esperando. Y le digo:

- Tenemos que hablar.

jueves, 23 de marzo de 2023

bombón de chocolate


Sentada al volante del coche, vuelvo a consultar la dirección que me dio. La casita ante la que me
encuentro parece más un escenario de cuento de hadas que un restaurante. Sonrío al pensar que tiene su
punto de lógica que así sea, porque me ha ido trayendo hasta aquí con migas de curiosidad, al igual que
en el cuento los niños dejaban miguitas de pan.
Porque, debo reconocer, estoy aquí sólo por eso, por curiosidad. Desde el primer momento, él ha sido
para mí como un puzle que, con cada pieza encontrada, cambiara totalmente el dibujo que creía que
construiría.
Nos conocimos en una celebración de unos amigos comunes. En un momento determinado, me lo
encontré frente a mí, con una copa en la mano. Se presentó y no sé cómo, al cabo de un rato, estábamos
hablando de libros, películas, viajes... Fue una conversación ligera, entretenida, agradable. Sólo más
tarde, ya en casa, reviviéndola, me di cuenta de que más bien fue un monólogo, que me había pasado
todo el tiempo hablando, con apenas algún que otro comentario suyo. Había logrado, aparentemente sin
esfuerzo, que me abriera y relajara. No puedo decir que me gustara, porque me gusta tener autocontrol,
odio dejarme llevar.
Me llamó unos días más tarde. Sin motivo, aparentemente. Y otra vez la conversación se alargó durante
más de una hora, como si fuera lo más normal del mundo. En cierto modo, al cabo de un tiempo, sí se
convirtió en algo normal, ya que no pasaban más de tres días sin que me llamara. Más o menos a la
misma hora. Me irritaba encontrarme mirando el reloj, como si estuviera esperando esa llamada.
Cuando pasaron cuatro días sin tener noticias suyas, me encogí de hombros mentalmente, pensando que
ya se habría cansado de escucharme o que habría encontrado algo mejor que hacer. Tal vez alguien más
abierto y dispuesto que yo. "No pasa nada, ni que me importara hablar con él o no. Paso de comerme la
cabeza."
El sexto día, al llegar la hora de la llamada, estaba paseando de un lado a otro del salón, con ganas de
romper cosas contra la pared, o de gritar o de hacer ambas cosas al mismo tiempo. Me sentía irritada
por no tener noticias suyas y ese sentimiento me hacía enfadarme más conmigo misma y así en bucle.
"No pienso llamarle. Ni loca. ¿Para qué?" "Tal vez está enfermo, tal vez ha tenido un accidente, quizás
debería llamar para asegurarme de que está bien"
Y ese sexto día, justo cuando cogí mi teléfono para marcar su número, sonó. Era él. Con su tono
calmado, como si no hubiera pasado nada. Porque realmente, no había pasado nada. No había ninguna
ley que le obligara a llamarme casi a diario. Cerré los ojos. Noté una amplia sonrisa en mi cara. Seré
idiota...
En lugar de una larga charla,como era habitual, me invitó a cenar en un lugar especial, el sábado
siguiente. Me encontré aceptando la invitación antes siquiera de pararme a pensar en ello. Me dijo que
me enviaría un mensaje con la dirección y colgó.
Me quedé sorprendida, mirando el móvil. Enfadada. Por su brusca forma de despedirse, porque no iba a
recogerme para llevarme a cenar, porque hablar con él me hizo sentir muy bien....
Mantuve mi enfado vivo hasta el sábado. Nada de acicalarme con esmero o buscar ropa especial.
Cómoda, sin apenas maquillaje, que no pensara que me había pasado el tiempo preparándome.
Y aquí estoy, frente a una casita de cuento de hadas, con su verja blanca, su jardín y sus contraventanas
de madera abiertas, por las que escapa una cálida luz dorada desde el interior.
Voy caminando hacia la puerta, que se abre justo cuando llego ante ella. La idea de que alguien
estuviera mirándome mientras recordaba me incomodó un poco. Una mujer, vestida de una forma mil
veces más elegante que yo, me indicó que pasara, con una amplia sonrisa de bienvenida. En ese justo
momento, entró él. "Qué coordinados" pensé.
Atravesamos un salón con varias mesas para dos o cuatro comensales. Algunas estaban ocupadas, pero
nadie pareció percatarse de nuestro paso por el comedor. La atmósfera era cálida, serena. Me gustó el
sitio.
Para mi sorpresa, en lugar de sentarnos en el comedor, fuimos a una pequeña estancia, un cuartito en el
que ya estaba dispuesta nuestra mesa.
Durante la cena pasó lo que nos pasaba siempre: charla, risas y anécdotas, sobre todo por mi parte.
Parecía que cuanto más quería cerrarme, más huecos encontraba él para hacer que me abriera. Se
acercaba ya el final, casi la hora del postre, cuando algo, no sé el qué, cambió.
De repente, me costaba hablar, balbuceaba. Me sentía incapaz de mirarle a la cara y, cuando por fin lo
conseguía, era una mirada fugaz, sobre todo viendo sus ojos fijos en mí, como si notara todas y cada
una de las sensaciones que vivía en ese momento. Me noté sonrojar, lo cual me hizo enfadarme
conmigo misma. Apreté los labios y fijé mi mirada en la copa de vino que tenía frente a mí.
El silencio me pareció casi eterno, aunque fueron sólo unos segundos. Y, con toda la tranquilidad del
mundo, como si me pidiera que le pasara el cestillo de pan o el salero, me dijo: "Dame tus bragas".
Esa petición hizo que levantara la mirada hacia él, sustituyendo mi timidez anterior por sorpresa. Pero
él estaba como si nada, con esa mirada escrutadora y esa media sonrisa que había empezado a apreciar.
Quizás escuché mal, quizás entendí lo que no era, ¿cómo es posible que me pida que le dé mis bragas?
Al mismo tiempo que pensaba eso, me arrepentía de haberme puesto unas normalitas, de algodón, en
lugar de las bonitas y casi sexy que apenas utilizaba. Vamos, no seas idiota, ¿en serio te planteas darle
tus bragas? Estás loca.
"No me gusta esperar. Dame tus bragas". Vale, esta vez no había duda, lo había dicho muy claramente.
Volví a bajar la mirada. Una parte de mí quería levantarse e irse corriendo. Otra parte de mí, sin
embargo, buscaba excusas para obedecer.
Mientras luchaba entre esos dos impulsos, entró la camarera, con un pequeño plato de porcelana
blanca. En él había cuatro bombones. La camarera dejó el plato en medio de la mesa y salió sin
pronunciar una sola palabra.
"Está bien, no voy a obligarte a nada. Acabemos la cena y después cada uno por su lado". En su tono de
voz no aprecié ningún rasgo de enfado o molestia, seguía hablando con la misma tranquilidad de
siempre.
Fue su sonrisa. Esa que parecía lanzarme un reto. Esa que tanto me gustaba. Pensé "ah, ¿crees que no
soy capaz de hacerlo?" y me dije a mí misma "Tampoco es para tanto, no te cuesta nada darle el gusto".
Así que me puse en pie, metí mis manos por debajo de la falda de mi vestido, deslicé mis bragas hasta
los tobillos y saqué mis pies de ellas. Me incliné para recogerlas y se las tendí.
Él se levantó y se acercó. Metió una mano entre mis muslos. Yo pensé que iba a acariciarme, pero no.
Lo que hizo fue empujar hacia los lados, indicándome que abriera las piernas, que las separara. A estas
alturas, mi cara no podía estar más sonrojada, ni yo más enfadada conmigo misma por estar haciendo
eso, al tiempo que me encantaba estar así. Loca. Definitivamente, estaba loca.
Sin decir una palabra, se giró hacia la mesa. Cogió uno de los bombones y lo introdujo en mi sexo. Abrí
los ojos por la sorpresa. Él se limitó a mirarme, en silencio. Ya no sonreía. Se limitaba a estudiar mi
cara, mi expresión. Yo estaba cada vez más nerviosa, expectante, irritada, ansiosa...
Se inclinó hacia mí, resaltando así aún más la diferencia de nuestras alturas. Acercó su boca a mi oreja
izquierda. Sentí su aliento en mi piel. Sentí un escalofrío. Entonces, él, simplemente dijo: "Perra". Y en
ese momento, sentí el denso y viscoso chocolate del bombón deshaciéndose y saliendo de mí.