Por fin había llegado el momento. Llevábamos preparándolo varios días, limando pequeños errores y practicando, sobre todo la respiración de cosa. Oh, pero no sabes nada de cosa. Si el Amo estuviera aquí, me miraría con el ceño fruncido y me llamaría "mona" por mi tendencia a irme por las ramas. El Amo es así, con un sentido del humor particular y práctico. A cosa la llamó así porque es su función, ser lo que él desee que sea, deshumanizarla si es su deseo. También podría haberle llamado "herramienta" pero queda mejor "cosa". Yo soy útil. Mi nombre lo eligió en parte porque es también mi función, la de ser útil y propiciar los deseos del Amo a nivel, digamos, intendencia y por otra parte, porque así tendría "cosa útil". Sí, ya dije que su sentido del humor es particular.
Voy a centrarme en lo que debo contar y dejarme de mis monerías. Como te decía, había llegado el momento. El Amo nos había aclarado que los invitados no serían Caballeros, que apreciarían no sólo la forma sino también el fondo, sino que serían caballeros, que no verían más allá de lo que se les presentaría.
Para nosotras no habría diferencia. Los invitados no entenderían el trasfondo de lo que iba a ocurrir, pero el Amo sí y es él a quien deseamos y debemos complacer, así que nos tomamos la tarea tan en serio como cualquier otra.
cosa llevaba ya un par de horas preparándose. Su cuerpo, limpio por fuera a base de duchas, las últimas sin utilizar gel ni jabón para que no hubiera olores ni sabores indeseados y también limpio por dentro a base de un par de enemas. Estaba preciosa en su desnudez. Completamente depilada, mostraba una piel dorada, sin marca alguna. Las puntas de su cabello acariciaban sus hombros. Pero lo que más atraía de ella, era su cara. No porque tuviera facciones perfectas, sino porque tenía una mirada y una expresión de total inocencia, como si se hubiera congelado en los años de su infancia. Ese virginal aire de pureza escondía una naturaleza lasciva, un apetito sexual voraz. La combinación era explosiva.
Otra vez moneando, perdona. Pero quiero que te hagas una idea de cómo eran las cosas. Bien, ahí estábamos las dos, en la sala. Había dejado solamente el sillón del Amo, un poco a un lado y la camilla. El carrito de servicio lo traería justo después de dejar preparada a cosa.
Era muy importante que estuviera colocada de la forma correcta, para que la segunda parte de la sesión fuera lo más cómoda posible para todo el mundo. De ahí los ensayos. cosa se sentó y yo me eché atrás para ver si sus caderas estaban en el lugar conveniente. Perfecto. Le puse el antifaz y cosa pareció desaparecer al dejar de ver sus ojos, su expresión, al cegarla. La ayudé a tumbarse.
Me dirigí a la cocina, de la cual volví con el carrito. cosa yacía sobre la camilla, con los brazos estirados a los costados, las palmas de las manos hacia arriba. Al oírme entrar, flexionó las piernas, uniendo la planta de los pies y creando una especie de nido con sus piernas. Las rodillas quedaban casi fuera de la superficie de la camilla.
Lo primero que hice fue colocar los cuencos pequeños. Los había transformado el Amo, que, dicho sea de paso, es un manitas. En el lugar de la base, había un hueco. Los pezones de cosa ya estaban erectos, imagino que por la situación y por lo que sabía que sucedería de manera casi inminente. Así que coloqué un cuenco sobre cada pecho, intentando que los pezones quedaran bien centrados y visibles. Un tercer cuenco, ligeramente mayor y lleno de chocolate fue colocado en el hueco que formaban sus piernas.
cosa tenía los labios entreabiertos, respirando muy pausadamente, sin apenas moverse. Era otra parte que ensayábamos con más ahínco, la respiración.
Cogí la fruta troceada y la fui colocando sobre las pantorrillas y los muslos de cosa, alrededor del cuenco de chocolate. Dejé para más tarde el adorno de la chocolatina de menta.
Vertí sobre el cuenco del pecho derecho un poco de arroz templado, rodeando su pezón, cuyo color rosado destacaba así mucho más. En el del otro pecho, coloqué varios langostinos cocidos, fríos, que hicieron erizar levemente la piel de cosa.
Con mucho cuidado, fui colocando pequeños bocados semejantes a sushi por la cintura y el vientre de cosa. Su pubis lo adorné con ligeros montoncitos de crema pastelera.
Sobre las palmas de sus manos coloqué diminutas tacitas con salsa. Sobre sus brazos y antebrazos, dispuse pequeños tenedores y palillos chinos. Y ahora sí, por último, el famoso bomboncito de menta cubierta de chocolate, cuadrado, asomando entre los labios de la vagina. Me pregunté si alguno de esos hombres se animaría a comerlo, y si cosa podría aguantar el efecto de la menta en su sexo sin moverse.
Di un par de pasos hacia atrás y rodeé la camilla para ver si estaba todo dispuesto. Sin adornos ni fanfarrias, todo comestible, como le gustaba al Amo.
Retiré el carrito a un rincón, justo a tiempo. Escuchaba la voz del Amo, su risa, acercándose, entre murmullos de otras voces desconocidas. Me puse en el rincón más cercano al sillón del Amo, esperando su entrada.
Fue el primero en cruzar el umbral. Se hizo a un lado, observando con una sonrisa pícara las caras de sorpresa de sus tres acompañantes al ver la camilla y lo que en ella había.
"Caballeros, sírvanse ustedes mismos" dijo mientras se iba a sentar en su sillón. Yo me acerqué discretamente y me senté a sus pies, en el lado izquierdo, que era el que me correspondía. Los caballeros no sabían muy bien qué hacer, se miraban unos a otros como intranquilos. Pensé, con cierto pesar, que esta vez cosa no acabaría con líneas paralelas pintadas sobre su cuerpo con las puntas de los tenedorcitos o marcas de ligeros mordiscos aquí y allá. Si no se atrevían ni a empezar a comer, difícilmente harían ninguna de las cosas que otros Caballeros no dudarían en disfrutar.
Al cabo de unos segundos de espera, uno de los caballeros se adelantó, tomó unos palillos y fue directo al cuenco del arroz. Empezó a comer, con mayor confianza conforme pasaba el tiempo. Los otros caballeros se aproximaron también y empezaron a degustar la comida. El primero, más audaz que los otros, tomó con sus palillos el pezón de cosa y apretó, provocando que ella abriera un poco más la boca y se le escapara un suspiro. Sonreí pensando que ese hombre tenía posibilidades y giré mi cabeza hacia el Amo, para ver si él se había dado cuenta. Obviamente, lo había hecho. No perdía de vista lo que sucedía en la camilla, a pesar de su aspecto lánguido. Yo sabía que en el momento en que viera algo que no le gustara o que pusiera en peligro a cosa, frenaría todo de inmediato. Nuestra seguridad era su máxima prioridad.
Ese primer caballero dejó de lado la comida para centrarse en los pezones de cosa. Los otros observaban, entre bocados, demasiado cohibidos para hacer otra cosa. Un tenedorcito sustituyó a los palillos en el cuenco de los langostinos. El caballero, juguetón, se hacía el torpe, como si el cubierto se le resbalara sobre el marisco para acabar pinchando en la areola de cosa, quien, por lo que yo estaba viendo, luchaba denodadamente por mantener la respiración tranquila, cosa que cada vez le costaba más.
No había demasiada comida sobre cosa, apenas unos bocados, así que pronto no quedó más que la zona del postre: las frutas, el chocolate y la crema pastelera. El bombón que adornaba la vagina de cosa se había caído a un lado, al deshacerse la esquina que yo había metido dentro. Los dos caballeros más tímidos, se limitaron a comer la fruta, algunos bocados mojados en el chocolate, otros no. Pero el caballero audaz, tal y como yo le denominaba, tras echar una mirada de reojo al Amo, cogió uno de los palillos chinos y lo introdujo dentro de cosa, removiendo el chocolate y la menta que había dentro. El caballero tenía la mirada fija en la boca de cosa, entreabierta. Movía el palillo con suavidad, imagino que sobre el clítoris de cosa, quien cerró los dedos contra las tacitas que sostenía, en un intento de aguantar la postura. El caballero se compadeció finalmente de ella, sacó el palillo de su interior y se metió en la boca el extremo manchado de chocolate y algo más.
Observé que los tres hombres estaban excitados, los bultos de sus entrepiernas no dejaban lugar a dudas. También me di cuenta de que ninguno de ellos había tomado la crema del pubis de cosa. Quizás porque no les gustaba, quizás por temor, quizás por timidez... quién sabe.
El Amo me dio un empujoncito con el pie. Inmediatamente me levanté y me acerqué a la camilla. Los caballeros se apartaron, como si me tuvieran miedo. Me acerqué a la cabecera, me incliné sobre la cara de cosa y lamí sus labios entreabiertos. Los mordisqueé con suavidad, lentamente. Y finalmente, accioné un pequeño resorte que había bajo la camilla y que hizo que esa parte bajara un poco, quedando la cabeza de cosa un poco echada hacia atrás.
Retiré los cuencos, las tacitas y los cubiertos, dejándolos sobre el carrito. Volví a acercarme. Di largos lametones a su pecho izquierdo, recogiendo algún grano de arroz que había quedado pegado a su piel. Una vez limpio, atrapé su pezón con mis dientes y moví la cabeza hacia los lados al tiempo que lo estiraba. cosa gimió. Di la vuelta hacia el otro pecho, que también lamí, sintiendo el sabor salado del marisco en él. Después saqué la lengua, para que todo fuera lo más visible posible y, aleteando, acaricié el pezón de cosa con la punta.
"Pueden ustedes ponerse cómodos" escuché que decía el Amo. A continuación, el sonido de una cremallera al abrirse "el caballero audaz, seguro", pensé. Me centré en mi labor, que no era otra que "limpiar" a cosa. Mi boca recorrió todos los lugares en los que se había depositado comida. Recogí los pequeños montículos de crema pastelera y mordisqueé la piel de esa zona.
Me aparté y mi mano se metió bajo la camilla otra vez. El tercio inferior se plegó hacia abajo y de unos enganches saqué dos estribos, que coloqué en su sitio, convirtiendo la mesa "de comer" en una especie de mesa de ginecólogo. Coloqué las piernas de cosa sobre los estribos y así quedó abierta y expuesta.
Tal como habíamos preparado todo, tanto su sexo como su ano quedaban dispuestos. Me situé entre sus piernas para acabar de limpiar su cuerpo. Con mis manos separé los labios de su vagina y dejé expuesto su coño. Noté que los caballeros se acercaban para poder ver mejor. Saqué la lengua y comencé a pasarla, recogiendo los restos de chocolate y menta. No pegué mi cara a su coño, como haría habitualmente, ya que mi tarea era excitar tanto a los caballeros que veían como poner a cien a cosa (lo cual he de admitir que no era una tarea complicada). Así que usaba solamente la punta de la lengua, de forma que rozaba el clítoris y no llegaba nunca a penetrar a cosa, quien ya empezaba a mover las caderas, buscando más contacto. Como te dije antes, cosa era un volcán disfrazado de angelito. Y estar cegada aumentaba su placer, sin saber quienes la estaban disfrutando.
Cuando acabé, vi que todos los caballeros salvo uno, se habían bajado los pantalones y calzoncillos y estaban masturbándose. Así que me acerqué al caballero tímido, pasé la palma de mi mano sobre su entrepierna y bajé la cremallera del pantalón, animándole en silencio a no quedarse atrás.
Volví junto al Amo, a mi sitio, recibiendo una caricia en mi cabeza. Me giré para verle, me dedicó una sonrisa de satisfacción y volvió a dirigir su atención hacia cosa.
El caballero audaz se acercó a la cabeza medio colgante de cosa. Miró hacia el Amo, como pidiendo permiso, y el Amo hizo un gesto de asentimiento. El caballero audaz acercó su glande a la boca de cosa, quien sacó la lengua, buscando con ansia. Pero el caballero audaz era juguetón y la esquivaba. Su dominio era de admirar, pues estaba clara y notablemente excitado, pero no buscaba el desahogo rápido. Pensé de nuevo que el caballero audaz podría ser un Caballero con todas las letras.
Abandonó la cabecera de la camilla para colocarse entre las piernas de cosa. Curiosamente, su lugar en la cabecera fue sustituído por el caballero tímido, quien, sin pensarlo, introdujo su polla en la boca de cosa, que empezó a chupar con fruición. El caballero audaz, con una sonrisa, pasaba su glande por el coño de cosa, sin hacer mucha presión. Las caderas de cosa empezaron a levantarse, hambrientas. Los otros dos caballeros miraban, sin dejar de masturbarse, como hipnotizados por la escena que tenían delante. Al cabo de unos segundos, el caballero tímido empezó a moverse dentro de la boca de cosa, tomando la iniciativa y con clara intención de correrse dentro de ella. El caballero audaz no dejaba de acariciar el sexo de cosa, calentándola más y más. Cuando el caballero tímido lanzó un largo y gutural gemido al correrse en la boca de cosa, el caballero audaz le clavó la polla de un golpe. cosa, con la boca ya liberada, se mordía los labios para no gritar de gusto. El caballero audaz empezó a bombear con fuerza, hasta el fondo en cada embate. El Amo sonreía al ver los esfuerzos que hacía cosa para no gritar. Los dos caballeros que se masturbaban, se corrieron casi al mismo tiempo, dejando caer gotas de su corrida sobre los pechos de cosa.
El caballero audaz estaba bañado en sudor, con un rictus de determinación en su cara. Finalmente, cosa arqueó su cuerpo como un resorte y dejó escapar un grito de placer. En ese momento, el caballero audaz, con un último y fuerte empellón, se dejó ir y la llenó con su corrida.
Pasaron unos minutos en los que sólo se escuchaban las pesadas respiraciones intentando volver a la normalidad. Los caballeros se volvieron a colocar la ropa apropiadamente, tres de ellos con aire vergonzoso, culpable, mientras el caballero audaz lo hizo con parsimonia, sin dejar de observar a cosa, sobre la camilla, con su cuerpo moviéndose al ritmo de su respiración aún agitada.
"Espero que les haya gustado el tentempié, caballeros". El Amo, diciendo estas palabras, se puso en pie y se dirigió hacia la puerta, hacia la que se dirigieron los invitados. El Amo retuvo al caballero audaz, despidiendo a los demás.
"Me preguntaba si te gustaría volver en otra ocasión, con más tiempo, para pasar una tarde divertida de juegos y tal vez, cenar" le dijo el Amo
"Sin duda" contestó el caballero audaz
"Entonces, estaremos en contacto" sonrió el Amo
"Es un placer hacer negocios con usted. Creo que jamás he dicho esa frase tan sinceramente" se despidió el caballero audaz
El Amo salió acompañándolo. cosa y yo nos quedamos esperando su vuelta. Me preguntaba si al caballero audaz los juegos le gustarían tanto como "la comida" y supe que, tarde o temprano, lo descubriría. ¿Quieres descubrirlo conmigo?
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