miércoles, 12 de abril de 2023

¿Por qué?

La puerta está entornada cuando llego. Entro y la cierro a mi espalda. Él hace un gesto hacia la habitación donde hemos pasado tantas y tantas horas disfrutando juntos. En silencio me dirijo hacia ella. Al abrir veo, sorprendida, que está todo recogido, casi vacío. Sólo está la alfombra, su sillón y frente a él, en el suelo, un cojín. Otra sorpresa. Normalmente me siento o arrodillo en la alfombra o directamente en el suelo, según sus preferencias. Siguiendo nuestro ritual, me desnudo y coloco mi ropa doblada en una esquina apartada, quedando vestida solamente con mi collar.

Poco después entra él. Hace un gesto hacia el cojín, sobre el que me arrodillo, con la cabeza gacha, esperando. Escucho cómo se sienta en el sillón. Espero.El silencio y la espera se alargan y mi mente empieza a divagar.

Recuerdo las primeras semanas, mis tontas equivocaciones, mi torpeza que él corregía con una sonrisa y mucha paciencia. Fue un período de ajuste, de encajar por completo uno con otro y de aprendernos. De aumentar la intimidad, la confianza. Iba todo bien, de la mano, juntos, avanzando, descubriendo cosas nuevas, sensaciones y fantasías a realizar. Y entonces...

Entonces, ¿qué?. Sinceramente, no lo sé. Todo iba bien, todo era tal como siempre había deseado y soñado. Estaba viviendo una vida plena, completa. Pero algo en mi interior, no sé el qué, despertó y empecé a cometer errores a propósito. Pequeñas cosas, al principio, que él me corregía una y otra vez. Pero fui a más. Mi comportamiento empezó a ser inadecuado, era desobediente, maleducada, incluso desagradable. Y mientras lo era, mientras hacía y decía esas cosas que no quería hacer ni decir realmente, cosas que no eran normales en mí, pensaba "Para, no sigas, no digas eso, no lo hagas, ¿estás loca? ¿por qué?" Pero no paraba. Era como si en mi interior habitaran dos personas muy diferentes, una de ellas quería cuidar y mantener la relación y la otra, sabotearla, romperla, ensuciarla. Solo que esas dos personas eran una: yo.

Echo una rápida mirada de soslayo. Él está sentado en el sillón, con las piernas estiradas, los brazos cruzados, mirándome, muy serio. No como me miraba al principio, como intentando penetrar en mi mente, meterse bajo mi piel, no. Me miraba con decepción, con tristeza, con cansancio. Sé que está muy enfadado, sé que tiene todos los motivos del mundo para estarlo. Sé que no me entiende, pero es normal, porque ni yo misma me entiendo. No he podido darle una respuesta cuando, la semana pasada, nos sentamos a hablar sobre la situación, sobre mi cambio. Me sentía, me siento, ahogada por la incomprensión de mi propio comportamiento. Estropeando todo. Sin más. Porque sí.

Siento una opresión en el pecho, como si en cualquier momento me fuera a echar a llorar. Pero no lo hago. Otra dicotomía más, otra sensación ambivalente, otro romperme en dos. Me doy cuenta de que estoy balanceándome sutilmente adelante y atrás e inmediatamente me quedo quieta.

Él se levanta. Se dirige al rincón donde he dejado mi ropa. Cuando pasa de vuelta a mi lado, siento su olor inconfundible y aspiro con fuerza, consciente de que tal vez sea la última vez. Por mi culpa. Sale de la habitación, escucho sus pasos y una puerta que se abre. Vuelve.

Se queda unos segundos de pie ante mí. Supongo que mirándome, no lo sé, no soy capaz de levantar la mirada y comprobarlo. Se inclina y las yemas de sus dedos rozan la piel de mi cuello mientras me quita el collar que lo ciñe. Un escalofrío recorre mi espalda y eriza mi piel cuando lo separa de mí.

Es entonces cuando me habla por primera vez. "Vete".

Me pongo en pie, con las rodillas temblorosas, más por mi debilidad que por la postura en que he estado. Bajo más la cabeza, no porque sienta vergüenza sino porque ahora sí siento esas lágrimas acudir a mis ojos y no quiero que él las vea. Quiero ahorrarle al menos eso. O quizás ahorrármelo a mí. Lo he hecho. He estropeado la mejor relación que he tenido en mi vida.

Salgo al descansillo, donde veo mi ropa en el suelo. Él cierra la puerta antes de que empiece a vestirme. Desnuda entré en su casa, aquella vez, hace tiempo. Y desnuda la abandono, ahora.

Y sigo preguntándome "¿por qué?".

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