miércoles, 31 de julio de 2019

Dolor

Dolor
¿Te duele?¿Aún no? Entonces aprieto un poco más. No miro mis manos, miro tu cara, tus ojos, la expresión de tu rostro y sobre todo, tus labios. Y en todo ello veo lo mismo: terquedad. Eres capaz de seguir negándolo sólo por orgullo, por no dar tu brazo a torcer, por querer demostrar algún tipo de superioridad sobre mí. Pero ambos sabemos que llevas las de perder. Un juego de voluntades. Aprieto más. Sé que te duele. Te miro, enarcando las cejas. Te obstinas en que no, que quieres más, que no te duele, que no es nada. Sonrío. Ahora aprieto y retuerzo al mismo tiempo. No puedes evitar un gesto de dolor con la boca. Esa debilidad te hace empecinarte aún más, a pesar de que tus ojos están húmedos. No, no voy a dejar que me manejes. Yo soy quien maneja la situación, no tú. Y puedo seguir este juego hasta que te rindas. Lo sabes, lo sé. No es la primera vez. No será la última. No duele. De acuerdo. Me canso ya y decido acabar de una vez. Y te das cuenta, porque en todo este tiempo juntos hemos aprendido a leernos mutuamente. Sabes que voy a echar el resto, a acercarme al límite, a doblegarte. Aprieto con todas mis fuerzas y retuerzo justo hasta ese punto entre dolor y daño. Aúllas. No puedes evitarlo. Veo una mezcla de sentimientos en ti: enfado por no haber aguantado, placer por haberme servido, obstinación en que, algún día, seré yo quien me rinda. Acaricio tu carne magullada, con cariño. Te beso la frente y me retiro, sin más, sin una palabra.





Enviado por alyanna

Atada

Atada
Sentado en una silla, en una esquina de la habitación, relajado, con el flogger en la mano, la miro. Ella está desnuda, expuesta, cegada por un antifaz y con sus brazos y piernas abiertos y extendidos, atados a los barrotes de la cama. Hace un rato que estamos así, yo observándola y ella esperando. Disfruto al ver el movimiento de sus pechos con cada inspiración. La conozco tanto, que puedo leer su cuerpo como quien lee las páginas de un libro conocido y familiar. No es un cuerpo hermoso, ni de modelo. Es un cuerpo valioso. Porque me pertenece. Porque está a mi disposición. Porque es mío. Me levanto tratando de no hacer ruído, pero ella está tan alerta que su cabeza se gira hacia mí, con un movimiento brusco y mecánico. Su respiración se acelera, entreabre los labios. Su respuesta me excita. Camino lentamente hacia la cama. Balanceo el flogger. Deslizo las tiras de cuero por su cuerpo, acariciándolo, desde el pubis hasta los pechos, cuyos pezones ya están endurecidos. Jadea. Sonrío. Podría hacer lo que quisiera con ella, está indefensa ante mí. Siento ese poder, esa energía, esa perversión en cada poro de mi piel. Y es lo que me lleva a golpear con suavidad pero firmeza su cuerpo, siguiendo el mismo camino que la caricia anterior, desde el pubis a los pechos, tintando su piel de un suave rosado cálido. No acalla sus gemidos, sabe que me complace escucharlos. Veo una lágrima caer desde el borde del antifaz hacia la almohada. Me inclino y la recojo con mi lengua. La miro, acaricio su mejilla con la punta de mis dedos. Dejo el flogger sobre su pubis, tapándolo. Y vuelvo a la silla, a disfrutar de ella mientras pienso qué hacer a continuación....




Enviado por alyanna

Castidad

Castidad
Tres días. Tres largos, enormes, eternos días de tortura. Sintiéndola cerca, oliéndola, a veces incluso rozándola, escuchando el tintineo de su risa al ver en qué estado me pone con tanta facilidad. A veces pienso que es cruel y creo odiarla. A veces pienso que es cruel y la adoro por ello. Me mira como se estudia un especimen bajo la lente de un microscopio, atenta a mis gestos, a veces pinchándome buscando una reacción. Me pone a prueba cada minuto que está cerca. Y su recuerdo me aguijonea el resto del tiempo. Y yo debo seguir aguantando. Al principio por orgullo, después por cabezonería, siempre por su expreso deseo. Me duele. Empiezo a tener que luchar contra mi mente además de contra mi cuerpo. Mi mente dice que no pasa nada, que me rinda, que me deje llevar, que es una tontería, que no tiene sentido, que... Pero ella lo ha pedido y ella lo tendrá. Porque así es como debe ser. Porque así es como lo quiere. Y lo que ella quiere, es lo que quiero yo. No, no lo quiero, ¿cómo puede alguien querer esto? Pero aquí estoy, aguantando, el deseo, el dolor físico y mental. Sus juegos. Sus torturas. Sus caricias llevándome al límite y su voz prohibiéndome el desahogo del placer. Una y otra vez. Sus llamadas, las palabras deslizándose hasta mi cerebro, encendiéndome. Y mi mano que se dirige a mi entrepierna, mientras pienso en lo fácil, rápido y glorioso que sería hacerlo. Pero no, quieto, ella no lo quiere, no lo permite. Se ríe, se muestra juguetona, divertida, sabe que sufro, sabe lo que estoy pasando, lo disfruta. Suyo es. Suyo soy. Y lo quiere todo. Mi cuerpo y mi mente. Quiere que me cueste más. Y se lo estoy dando. Siento que me muero de ganas, de dolor, de ansia, pero se lo estoy dando. Suena el teléfono. Gimo. Ella. Volverá a excitarme aún más. No sé si lo podré soportar. Tres días de excitación casi constante, sin dejarme llegar al final. Me preparo para aguantar. Aprieto la tecla de contestar y escucho atento. Puedo oír su sonrisa mientras me susurra "ya".



Enviado por alyanna

Tabú

Tabú
Según la Real Academia Española: tabúDel polinesio tabú 'lo prohibido'. 1. m. Condición de las personas, instituciones y cosas a las que no es lícito censurar o mencionar. 2. m. Prohibición de comer o tocar algún objeto, impuesta a sus adeptos por algunas religiones de la Polinesia. Por tanto, es complicado escribir sobre tabúes (o tabús, como prefieras), porque es algo tremendamente subjetivo. Por poner un ejemplo, en algunas culturas, los tatuajes son tabúes. O el incesto, que sin embargo ha sido públicamente practicado por casi todas las Casas Reales durante siglos. Así que me veo en la tesitura de escribir sobre tabúes y claro, escriba lo que escriba, para unas personas será un tabú y para otras simplemente una cochinada o una tontería... A escribir y que sea lo que la imaginación quiera. Uno.- Te observo, pálida bajo la luz de la luna que se filtra entre los visillos de la ventana. No me muevo, apenas respiro. Te deseo tanto, que me duele. Te deseo tanto que sé hasta qué punto puedo entrar, hasta dónde puedo llegar. Y me quedo aquí, clavado, acariciándote con la mirada, aguantando la respiración, entre las sombras, ansiándote de una manera intensa, apasionada, brutal. Noto cómo el deseo crece y crece, se expande dentro de mí como el calor de una bebida caliente en invierno. Empiezan los temblores en mis manos y me noto a punto de jadear. Es el momento de la lucha. Sé que debo irme ya mismo, antes de que el deseo reemplace por completo a la cordura. Pero una parte de mí me insta a quedarme un poco más, me engatusa con la idea de que no pasará nada por unos segundos más... aunque lo que realmente quiere esa parte es que dé un paso más, me acerque y cruce el límite y en lugar de simplemente mirar, haga algo... quizás sólo tocarla, aunque sé que si la toco no será suficiente, querré más y más y más. Me voy, tengo que irme YA. Salgo caminando de espaldas, apurando hasta el final la visión de ese cuerpo dibujado bajo las sábanas. Lo que no sé, lo que nunca sabré, es que, noche tras noche, ella tensa su cuerpo, siente mi mirada, anhela que cruce esa línea que separa el amor fraternal del amor carnal. Dos.- Un año más me toca pasar unas semanas en el pueblo. Antes esperaba esas vacaciones con ansiedad, los días corrían rápidos, jugando, explorando y divirtiéndome hasta la extenuación. Pero he crecido y ahora ya no paso el tiempo correteando con los demás niños o haciendo comida de barro, hierbajos y flores. Ahora mi diversión es pasear, sentarme en un sitio bonito y cómodo, y leer. Nada emocionante, lo sé. Pero así van pasando los días, con más lentitud que antaño, pero sin mayor queja. A mis tíos al principio les preocupaba que me aburriera, pero con el paso de los días se han convencido de que disfruto de la lectura tranquila, así que todos contentos. Eso sí, tengo que cumplir con obligaciones sociales, cosa que antes no ocurría. La principal es la asistencia a misas conmemorativas de aniversarios o bien dedicadas a un santo u otro. Al parecer, basta con que un miembro residente de cada casa haga acto de presencia en la iglesia, eso, por así decirlo, cubre el cupo del resto. Por lo tanto, y como mis tíos tienen algunos achaques (que son básicamente pocas ganas de salir de casa para ir a misa), me toca a mí ser la representante. No soy una persona muy religiosa, la verdad, pero he de confesar que me gusta la atmósfera de paz y tranquilidad que hay en las iglesias, sobre todo en las antiguas como la del pueblo. Es muy pequeña, de piedra, bien cuidada y muy limpia. El tiempo que dura la misa, lo suelo dedicar a la meditación y salgo del acto litúrgico muy relajada. El cura de la parroquia es un hombre ya entrado en años, lo que se suele llamar un bendito. Generoso, con sentido del humor, muy piadoso y sacrificado. Nada que ver con el típico meapilas o santurrón o tirano exigente desde el púlpito. No, de eso nada. Otra buena razón para sentirme a gusto en la iglesia. El sacristán es otro cantar. También tiene sus añitos, no tantos como el párroco, pero los sesenta no los vuelve ya a cumplir, al menos eso creo, porque siempre ha tenido el mismo aspecto, desde que yo era una chiquilla hasta ahora, no ha cambiado nada de nada. El no hace nada sin sacar provecho. Bien sea una invitación en la taberna o un par de billetes. Cualquier cosa extra que tenga que hacer, ya se ocupará de sacarle rendimiento, de una forma o de otra. Solamente el cura siente simpatía por él en el pueblo. Y así pasa el tiempo de mis vacaciones. Hasta hoy. Mi tía me ha pedido/ordenado retirar las flores de los nichos de la familia, ya agostadas por el sol veraniego. Por el qué dirán, claro, no por otra cosa. Sonrío al pensar en eso. Voy paseando hasta el cementerio, al caer la tarde, ya empezando a oscurecer. Está tras la iglesia, recogido, limpio y ordenado como ella. Llevo una bolsa de plástico en la mano para meter en ella las flores y las esponjas donde estaban clavadas. Una vez acabada la tarea, me pongo a pasear entre las tumbas y los nichos, leyendo nombres, fechas, dedicatorias. Curioso, nunca pensé que disfrutaría estando en un cementerio yo sola, casi de noche. Pero es así, es un lugar lleno de paz, que me hace sentir bien. La oscuridad se acerca a pasos agigantados, así que decido volver ya y acortar el camino saltando la pequeña tapia de la iglesia. Al acercarme, veo, con sorpresa, que la puerta está abierta. Es raro, ya que suele abrirse sólo para los actos religiosos y que yo sepa ese día a esa hora, no había ninguno. Así que me acerco, pensando que las mujeres de la asociación cristiana estarán arreglando algo dentro. Y me quedo clavada en la puerta. A escasos metros, sobre el altar, está la mujer considerada más piadosa del pueblo. Está medio desnuda, despatarrada, medio colgando, mientras el sacristán hociquea entre sus piernas. Lo más sorprendente para mí (sí, aún más que eso) es que ella, mientras disfruta lo que le están haciendo, está pasando cuentas de un rosario y rezando sin parar. Me quedo parada, ahí, sin reaccionar debido a la sorpresa. Mi inmovilidad desaparece cuando el sacristán saca la cara de entre los muslos de la mujer y me mira directamente, con una sonrisa libidinosa en la cara. Mi cuerpo reacciona con un salto y escapando corriendo hacia la casa de mis tíos. Los días que me restan por permanecer con ellos, los paso inventando excusas para no volver a asistir a la iglesia. Creo que el verano que viene me quedaré mejor en casa, sola.



Enviado por alyanna

A Mediodía



Te veo en el rincón, esperando, echando vistazos de cuando en cuando, esperando un gesto mío, una mirada, una palabra que te permita acercarte. Pero me hago la loca, sigo a lo mío, aun sintiendo el peso de tu ansia. Me siento a la mesa. Me descalzo, moviendo los pies y los dedos para desentumecerlos. Bueno, para eso y para ponerte aún más nervioso. Sobre la mesa está preparada mi comida, tal como a mí me gusta, cada cosa en su sitio, perfecto. Sonrío satisfecha, porque sé lo despistado que eres y lo mucho que te cuesta recordar los pequeños detalles a los que yo doy tanta importancia. Ladeo ligeramente mi cara hacia tu rincón, para que puedas ver parte de mi sonrisa. No hace falta que yo te vea, te conozco tanto y tan bien, que sería capaz, si tuviera la habilidad necesaria, de dibujar la expresión que tienes ahora mismo en la cara. Casi babeas de contento. Pincho una porción de comida y la llevo a la boca, pero, justo antes, detengo mi mano. Me giro sobre la silla, sacando mis piernas de debajo de la mesa. Dejo caer el bocado aún intacto sobre mi pie derecho, justo en la base de los dedos. Te miro, observándome, tenso. Y te susurro "Ven a comer". Jamás te vi moverte con tanta rapidez. Pero te frenas al llegar. Arrodillado frente a mí, observas mi pie con la comida con expresión famélica. Acercas tu cara a mi pie. La ladeas, para coger con delicadeza el trozo de carne, aprovechando el movimiento para rozar tu mejilla contra los dedos del pie. Durante una décima de segundo cierras los ojos, saboreando el momento. Masticas y tragas. Y miras mi pie manchado. Me suplicas permiso con una mirada y yo hago un gesto de asentimiento. Y empiezas a lamer, limpiando la diminuta gota de jugo que quedó. Olfateas, vuelves a lamer y para acabar, me secas tu saliva con la mejilla. Decido que, a partir de ese día, comeremos juntos.





Enviado por alyanna

Mamada

Mamada
Claro, te imaginas que me voy a poner de rodillas ante ti, bajarte la cremallera y chupártela, como si se tratara de una película porno más. Pues no, chaval, va a ser que no. Lo voy a hacer a mi manera y te aseguro que te va a gustar. Lo único que tienes que hacer es sentarte, desnudo, en el borde de la cama, ahí, sobre ese cojín. Puedes echarte de espaldas, si estás más cómodo. El resto es cosa mía. Tranquilo, yo me ocupo. Tú déjate. No te arrepentirás. Así que cojo otro cojín, lo pongo en el suelo, entre tus piernas abiertas y me dispongo a pasar un muy buen rato, porque, ¿sabes? yo lo voy a disfrutar también. Mucho. Acerco mi boca a tu entrepierna. Entreabro la boca y saco la lengua, húmeda. Empiezo a aletear con ella siguiendo tu ingle, la que está a mi derecha. Muevo la lengua rápidamente, resiguiéndola, buscando ese punto exacto donde hay placer y que posiblemente desconozcas. Tanteo con la lengua, metiéndola en la boca de vez en cuando para humedecerla más. Y lo encuentro. Duro bajo mi lengua, siento cómo tu cuerpo se estremece cuando lo toco. Así que me paro ahí, aumento la presión de los aleteos y endurezco la lengua. Me recreo en esa zona, alternando lametazos con "mordiscos de labio". Hociqueo hasta tus huevos. Paso mi lengua por ellos, un lengüetazo lento y pesado. Y después coloco mi lengua bajo ellos, como sopesándolos. Mmmm, están llenos. Me gusta. Atrapo uno entre mis labios y, así, sostenido, lo lamo. Hago una suave succión, aprieto mis labios alrededor, sin dolor, sólo presión suave. Y lo suelto, para dejar otro perezoso lametón sobre ellos. Me pregunto si me cabrán ambos en la boca, así que la abro, acerco mi cara todo lo que puedo y... mmmm, me gusta tenerlos así. Sentirlos así. Me quedo quieta, disfrutando la sensación, durante unos segundos. Y después empiezo a chupar con delicadeza, con mimo. Aparto ligeramente mi cara. Vuelvo a sacar la lengua y la deslizo por tu polla, desde la base hasta la punta. Me encanta notar la suavidad del glande, la humedad que lo cubre, recorrerlo con la lengua y los labios, besarlo. Vuelvo a pasar mi lengua, otra vez desde la base hasta la punta y otra vez me recreo al llegar. Ahora, en lugar de lamer, lo que hago es girar mi cabeza y atrapar tu polla entre mis labios, voy moviéndome hacia arriba, apretando y soltando mis labios todo a lo largo de tu polla, sintiendo su dureza, calor y olor. Te la masajeo con ellos. ¿Estás preparado? Entreabro los labios y los acerco al glande. Y me dedico a frotarlos contra tu frenillo, ese pellizco de piel tan sensible. Saco la lengua y empiezo a frotar con ella. Sí, tal como me gusta que me lo hagan a mí, aumentando poco a poco la presión con cada aleteo de la lengua, recorriendo esa diminuta zona tan deliciosa y llena de placer. Podría hacer que te corrieras así, ¿sabes? Ahora sí. Abro la boca y me meto la punta de tu polla en ella. La atrapo entre mis labios. Sólo la punta, nada más. Y me dedico a recorrerla con mi lengua, dentro de mi boca. A explorar cada milímetro de ella, a empujarla hacia mi paladar, a ahuecar mis mejillas para chupar, para mamarla, mientras mis labios aprietan y sueltan, aprietan y sueltan al compás de mis mamadas. La saco. Brillante y deliciosa. Meto mi dedo índice en la boca y lo chupo, después lo apoyo en la entrada de tu culo. Vuelvo a abrir la boca y deslizo la mitad de tu polla dentro al mismo tiempo que empiezo a presionar con mi dedo tu ano, de forma lenta pero constante. Dejo quieta tu polla dentro de mi boca hasta el momento en que mi dedo entra en tu culo. Y entonces empiezo a mover, cabeza y dedo al compás. Mi dedo entra y sale cada vez con más facilidad, mi boca aprieta el contorno de tu polla para que sientas el roce de mis labios cuando la deslizo dentro y fuera de mi boca. De cuando en cuando me paro. En esos instantes, mi dedo queda dentro de tu culo, moviéndose allí, en círculos. Y es cuando me dedico a masajear tu polla, empujándola con la lengua sobre mi paladar, chupando sin moverla de dentro, mamando, literalmente. Noto que te tensas. Ya estás a punto. Así que empiezo a acelerar mis movimientos, a aumentar los roces con la lengua y los labios, a apretar mi dedo dentro de ti. Rápidamente, sin pausa, sintiendo que se acerca el momento y...





Enviado por alyanna

La puta



Arrodillado, desnudo frente a ella. La cabeza gacha. Mil pensamientos bullen en mi mente. Pero sobre todos ellos, el complacer a mi Dueña. Como sea, como quiera, cuando quiera y con quien quiera. Siempre dispuesto, siempre su puta deseando obedecer. Y por eso estoy aquí, así, frente a alguien o más bien algo a quien debo satisfacer por expreso deseo de la que verdaderamente me tiene. Es una herramienta, una cosa que utilizo para darle placer a la única que me importa, a la única que cuenta, a la que me he dado y a quien obedezco ciegamente. Esta, esto que tengo frente a mí cree que me importa, cree que siento deseo por ella. Es fácil, ni siquiera tiene el interés de doblegar una voluntad, de encender un deseo. Aburrida. Predecible. Cansina. Tengo un abanico de excusas a las que recurrir para calmarla cuando me reprocha, entre patéticos gimoteos, mi falta de atención para con ella. Sólo la voluntad de mi Ama frena mis ganas de escupirle la verdad, de decirle que no soy quien acude a ella, que no la deseo, que es la voluntad de mi Dueña quien decide cuándo tengo que prestarle atención. Sin eso, ni me molesto en saludarla. Me provoca hastío, asco. Pero soy una buena puta y por complacer a quien me debo, engaño a este ser que tengo delante y que cree todas y cada una de mis palabras. Mi polla se endurece y babea. Ella la ve con ojos brillantes, creyendo que es obra suya. No. Es mi mente que ya vuela hacia quien verdaderamente me gobierna, imaginando el próximo encuentro, el próximo uso. Cuando me corro, cuando digo que me vacía, que me excita como nadie, no es a esta a quien tengo en mente, es a Ella, a la Única. Soy la puta. Su puta. Me excita que me use aunque sea así, aunque me cueste la voluntad. Sé que le complace. Y su satisfacción es el único pago que deseo. Arrodillado, desnudo frente a ella. La cabeza gacha. Dispuesto a utilizar a quien cree que me está usando. Ofreciéndome y ofreciéndola a mi Ama. Siempre dispuesto. Su puta




.Enviado por alyanna

Homero 6

 Llegamos a la luna poco antes de las cuatro y media de la tarde, hora continental. Fue un alunizaje casi perfecto, sólo hubo un pequeño problema con una de las válvulas motrices TC-22 del sistema de inducción, pero lograron advertirlo con tiempo suficiente para reactivarla fuera de línea desde el tercer panel lateral. Lástima.
Así que allí estábamos al final, en la luna. Habíamos consagrado los dos últimos años de nuestras vidas a aquel único objetivo, pero todo lo que podíamos hacer ahora era permanecer en el más absoluto de los silencios, sin saber qué coño decir, sin saber siquiera adónde mirar.
Noté que las venas de las manos se me hinchaban ligeramente dentro de los guantes y empezó a picarme un poco detrás de la oreja izquierda.
Estábamos en la luna. Y nadie decía nada. Y el silencio empezaba a resultar casi ridículo.

Clinica Privada

Un día más como otro cualquiera acudo a la revisión médica de empresa.
Llego a una clínica privada que es donde se va a proceder, me identifico
y procedo a esperar.
Después de media hora recibo la llamada de una enfermera, que muy
amablemente me acompaña a un despacho. Dentro de ese despacho hay dos
mujeres, una de ellas por el acento y el color oscuro de piel, parece
ser de origen cubano. La doctora se presente y dice que se va a proceder
a un reconocimiento medico y comprueba mis datos personales.
La doctora me indica que me desnude completamente y suba en la camilla
para ponerme en posición de cuadrupedia. Sigo las intrusiones de la
doctora y procedo a subir a la camilla. En ese rato de espera y en esa
posición de cuatro patas, escucho la conversación entre las doctoras,
donde la de nacionalidad cubana parece ser que esta en practicas.
En esto que veo que se ponen unos guantes de látex y los lubrican con
vaselina. Entonces la doctora me dice que me relaje y si noto alguna
molestia o dolor proceda a comunicarlo.
La doctora introduce un dedo en mi ano y lo mueve por todo su contorno.
Me pregunta si estoy moleste y contesto que para nada. Ella continua con
el examen rectal moviendo el dedo en todas las direcciones. Mientras
habla con la doctora cubana y le va comentando que el examen va con
normalidad. Después de un rato la doctora le dice a la cubana que ahora
ella proceda con el examen. Yo estoy sorprendido de todo lo que ocurre y
asombrado de la conversación. Ahora la cubana procede a introducir su
dedo dentro de mi ano, a lo que suena el teléfono. La otra doctora que
se encuentra al teléfono, dice que debe ausentarse unos minutos. Con lo
que sale de la sala y cierra la puerta.
Ahora estamos los dos solos, yo a cuatro patas desnudo en una camilla y
una doctora de nacionalidad cubana con su dedo dentro de mi ano.
La doctora me dice que si estoy molesto con el examen del recto, a lo
que respondo que no tengo problema. Ella continua moviendo su dedo
dentro de mi ano y me dice que para continuar el proceso de palpar mejor
la próstata debe acceder un poco más en el esfínter. Le digo que haga lo
que tenga que hacer que para eso ella es la doctora. Entonces noto como
mucha presión en mi ano, creo que a metido toda su mano dentro de mi
culo. Ella continua hablando conmigo y me cuenta que todo va bien y que
mi próstata esta muy suave y reacciona bien a los estímulos.
Lo que dice la doctora de los estímulos debe de ser completamente cierto
porque tengo el pene en una completa erección.
La doctora dice que me relaje que queda muy poco tiempo para terminar el
examen. Mientras lo que estoy sintiendo es que ella tiene la mano
completamente dentro de mi ano y la mueve y gira de un lado a otro. La
doctora me comenta si tengo alguna molestia a lo que mi respuesta es
que, molestias ninguna. Ella creo que observando mi pene en complete
erección, piense que no debo de tener ninguna molestia.
A todo esto entra la doctora principal, y le pregunta a la cubana que
como va la prueba, a lo que ella dice que va todo normal y en ese
instante empiezo a eyacular. La doctora ve como estoy eyaculando y le
dice a la cubana que la próstata raciona con muy pronostico. Estocen le
dice que se retire para comprobar el estado funcional de la próstata. La
cubana retira su mano de dentro de mi ano y es ahora la otra doctora la
que empieza a introducir su mano.
Muy buen trabajo le dice la doctora a la cubana, el esfínter anal no
ofrece resistencia ninguna a la prueba. La doctora me dice que me relaje
que vamos a comprobar la reacción de la próstata desde otro punto de vista.
Me dice si tengo problema en continuar con el examen, a lo que respondo
titubeando de placer que no existe ningún tipo de problema en que
continué con el examen.
Ahora la cubana se sienta para tener una buena visión de la puebla, la
doctora mueve y gira su mano dentro de mi ano igual que lo hacia la
cubana, yo creía que esto debería ser un sueño por la cantidad de placer
que estaba sintiendo. Entonces la doctora introduce y saca su mano de mi
ano con fuerza y rapidez, lo que informa a su asistente de otra forma de
estimulación. Le dice ahora hay que cerrar la mano, y observe como
reacciona el paciente. En esto la doctora mete y saca con todas sus
fuerzas y a toda velocidad su puño de mi ano.
Yo creo que me iba a desmayar de placer, cuando empiezo a eyacular sin
parar mientras ella insistía en penetrar con su puño mi ano. Le dice a
la cubana que observe la reacción de mi esfínter, retira su mano y las
dos doctoras detrás de mi observan como mi ano convulsiona. Yo me
derrito de placer y es entonces cuando la cubana procede con la misma
intervención. Con todas sus fuerzas mete y saca su puño de mi ano. Unos
segundos después estoy orinado sin poder evitarlo y es cuando la doctora
introduce un conejo en mi pene para que no lo ponga todo perdido. La
cubana sigue y sigue sin parar hasta que la doctora le dice basta, la
prueba ha terminado y todo ha salido perfecto.
Yo no salgo de mi asombro mientras comentan entre ellas que el examen ha
sido un existo y que puedo estar tranquilo que mi próstata esta sana y
saludable.
La doctora me dice que me incorpore y me vista. Que ya me puedo ir a
casa y que le llamaremos para hacer una encuesta del examen y si deseo
repetir la prueba en 6 meses.
Hoy estoy contando los días que quedad para volver a esa clínica.

Autor pepe_love_fisting_mi_culo

sábado, 27 de julio de 2019

Masoquista

Masoquista
Me gustan los abrazos y los besos y los mimos. Me gustan las cosas cálidas y suaves. Me gustan las caricias, el tacto de una mano sobre mi piel. ¿Te extraña? ¿Crees que sólo disfruto con el dolor? No, las cosas no son así, deja que te lo explique... No me gusta hacerme daño. Si me pillo un dedo con una puerta o me doy un golpe, me quejo y blasfemo como el que más. Te sorprende. Porque claro, los masoquistas disfrutamos con el dolor. Pero no con cualquier dolor y no sólo con él. Es como a quien le gusta follar, eso no quiere decir que lo haga con cualquiera o que el placer que pueda sentir sea igual independientemente de la persona con quien lo haga. Los golpes me duelen. Las bofetadas, fustazos, varazos, latigazos, inserciones dolorosas, quemaduras, cortes... Me duelen pero encienden en mí una energía muy primitiva, me excitan, me exaltan, me duele, sí, pero quiero más. Quiero ese subidón que aparece cuando estoy más allá del dolor, cuando los gemidos aúnan queja y placer. Y los quiero sabiendo que quien me los da disfruta, goza, en cierto modo me cosifica. No soy yo, soy una forma de imponerse, de marcar, de poseer, de sentir. La potencia de ese sentimiento en los golpes, esa descarga... eso es lo que me hace vibrar. Y quiero más, más fuerte, más duro y más imaginativo. Quiero aullar, quiero el subidón, quiero sentirme algo, sentirme usado. Quiero que descargues en mí toda tu perversión hecha dolor. Sentir que te impones por la fuerza. Me excita y lo sabes, no puedo ni quiero ocultarlo. No te cortes, hagas lo que hagas, siempre quiero más.



Enviado por alyanna 



Al Vapor


 Si es que esto me pasa por hablar. Ahora no, claro. Pero antes sí. Y me tenía que haber estado quietecita y calladita entonces, pensó mirando una vez más los mosaicos azul desvaído del cuarto de baño frente a ella.

No tenía que haber insistido tanto en lo del calor. Si, una es friolera, qué se le va a hacer. Pero él no había hablado de encontrarnos en una cámara frigorífica ni nada por el estilo. Esto se parece más bien a una sauna. Por suerte no había un termómetro a la vista, porque no creía que saber a ciencia cierta la temperatura le fuera a gustar. De momento, seguro que no la aliviaría en absoluto.

Suspiró, o lo intentó más bien, mientras hacía lo posible por cambiar de postura, con resultado casi nulo. Recordaba que él se lo había explicado, con tonillo de experto, que cuando estás sentada en el suelo con las piernas cruzadas es muy complicado no ya levantarte sino modificar tu posición sin recurrir a los brazos. Qué razón tenía. Lo único que había logrado era hacer que las gotas de sudor resbalaran algo más deprisa sobre su piel. Si le dijeran que estaba sentada sobre un charquito de sudor no le extrañaría, aunque sería difícil distinguir entre el sudor y el simple vapor de agua, y otras humedades.

Miró una vez más con odio el calefactor eléctrico que seguía conectado al máximo allá junto a la puerta cerrada del cuarto de baño. Calor, por supuesto. Y no podía acercarse a desconectarlo, aunque estuviera a menos de un metro de ella. Para eso, haría falta descruzar las piernas para empezar. No, para empezar habría que soltar las dos cuerdas que ataban cada uno de sus tobillos a la rodilla opuesta. Más que cruzadas, tenía las piernas plegadas. No era la posición más incómoda de su vida, allí sentada sobre el gres del baño, pero sí una de las más fijas en las que había estado. O le habían hecho estar.

Notó otra gota de sudor precipitarse desde su cabeza gacha. Allí hacía más calor aún, porque su pelo estaba cuidadosamente recogido dentro de un gorro de plástico para nadadores. Recogido y asegurado, claro que sí. Y eso le estaba dando calor de veras. Siempre calor.

¿Esa otra gota? No, ésa no era sudor. Era diferente, caía de arriba pero arrastrando una estela de líquido, una línea recta. Babilla. Caía un nuevo hilo cada cierto tiempo. No podía evitar que se escaparan por las comisuras de su boca sobre sus piernas plegadas y descubiertas, o sobre el charquito del suelo. Las mordazas de bola tenían esa gracia, que para otros era pura humillación. Ella ya no se hacía ese tipo de cuestiones. Al menos, no en voz alta o en palabras descifrables. Y además, el sonido del agua caliente corriendo a chorro dentro de la ducha colindante acallaba bastante sus gruñidos. Y generaba aún más vapor, más calor.

Movió un poco los dedos de las manos, allá a su espalda. Muy gracioso el detallito de haberle puesto esos guantes de goma, de los de cocina. Dijo que lo hacía para que no pudiera usar los dedos para soltarse. Narices. Fue para añadir un detalle más de plástico al cuadro y darle más calor. Le sudaban tanto las manos que hubieran podido escurrírsele fuera de los guantes, pero ya se encargó él de evitarlo. Fue más sincero cuando dijo que atando las manos al revés, con los codos más bajos que las muñecas, no podría alcanzar ninguna cuerda. De hecho no podría ni quitarse el sujetador aunque las manos se hubieran quedado fijadas a esa altura. Si lo tuviera puesto, claro.

Tampoco llevaba braguitas. Porque sería una broma pesada decir que esa cuerda enrollada alrededor de la cintura y que pasaba entre sus piernas fuera un tanga de cuerda. Además parecía tener vida propia, o por lo menos prestada, por lo mucho que se deslizaba de atrás hacia adelante. Debía de ser el sudor. O no.

Posiblemente, la más puñetera de todas las cuerdas que él le puso era la que pasaba por detrás de su cuello y le hacía acercar la cabeza a sus piernas plegadas. No era mucho pero con esa gracia no podía mirar hacia arriba y se perdía las nubes de vapor que se elevaban del plato de la ducha. No paraba de correr el agua por el grifo, ni su sudor por todos los poros de su desnuda figura.

Está bien, pensó ella. Me rindo. Vale de calor. No volveré a quejarme ni aunque me dejes hablar.

Autor Captor





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El Sofá

El Sofá



El hombre se acomodó en un extremo del sofá de tres plazas y tomó el mando a distancia. No tenía ganas de ver nada en particular. Sólo de sentarse y dejar que las imágenes de cualquier cosa flotaran por el aire del salón, de vago telón de fondo a un momento de calma. Un poco de música hubiera estado mejor, quizás, desde el punto de vista de la calidad. O incluso un fuego de chimenea, puestos a pedir.

Por un momento pensó en preguntarle a ella si le apetecía alguna cadena o programa, pero pronto lo desechó. Estaba casi seguro de que no sería así. Además le gustaba tener su atención. Ahora mismo, notaba los ojos de ella desde la posición que ocupaba en el sofá junto a él.

El hombre dejó descansar su brazo izquierdo sobre el borde del sofá y movió el derecho hasta tocar el cuerpo de la mujer. Ella se estremeció, aunque no de frío. Era un viejo detalle importante que hizo sonreír al hombre al recordarlo.

Frente a los dos, una mesita baja servía de apoyo a la bandeja que ella le había traído minutos antes.  El tópico hubiera querido vasos con gin tonic, whisky o vino de crianza, en lugar de la tetera y las tazas que estaban allí. Bueno, pues al cuerno con los tópicos, pensó él, sabiendo que ella estaría de acuerdo. Si quería un té, un té estaba bien y al que no le guste que no mire. Y al que le guste tampoco. No se reparten entradas.

La mano derecha del hombre resbaló por la cadera de la mujer. Ella no le detuvo aunque volvió a temblar al sentir sus dedos. Tampoco hubiera podido. Al máximo, sus muñecas atadas a la espalda podrían proteger su culo descubierto y redondo. ¿Proteger? ¿De quien? A fin de cuentas, era sólo una visita amistosa de su legítimo propietario. Del dueño de toda aquella hacienda que se medía en piel de mujer.

Pese a ello, él tuvo cuidado en que sus caricias no se transformaran en cosquillas. No era el momento. Igual que el sonido de fondo, quería que la sensación que despertaba el roce de su mano fuera suave, por el momento. El mejor indicativo eran los gemidos monocordes que ella dejaba escapar por las comisuras de los labios. Ya sabía que si fuera por ella, sus labios habrían dejado de abarcar la esfera de goma que los separaba del regazo del hombre, donde reposaba su cabeza. Lentamente, bajo la mirada de la mujer, el regazo crecía hasta convertirse en un eufemismo.

Tranquila, pequeña, no hay prisa, casi dijo él. Dentro de un rato te desabrocharé esa hebilla y podrás regalarme tu buena disposición. Sé que lo estás deseando. Pero aún pasaré un rato acariciando tu cuerpo desnudo echado a mi lado. Sabes cómo disfruto metiéndote mano cuando te he atado con tanto cariño. Dejaré que tu boca siga acumulando gemidos y ganas, mientras yo doy una vuelta por ese cuerpo que habitas. Es una suerte que el sitio en el que quiero estar sea mío.

 Autor Captor

El Balcón

El balcón Me prometió que jamás me pediría nada para lo que no estuviera preparada. Y yo confío en él, plenamente. Así que si él cree que puedo hacerlo, es que puedo hacerlo, por mucho que yo sienta pánico cada vez que lo pienso. Puedo hacerlo, espera que lo haga y he de esforzarme. A eso me comprometí, a esforzarme por complacerle, a hacer las cosas lo mejor posible, siempre, salgan o no salgan. Y él desea esto, así que he de intentarlo al menos. Mi cabeza repite lo mismo una y otra vez, como un mantra, intentando aplacar así mis nervios, mi angustia, mi temor. No sé si seré capaz, sinceramente no lo sé. El tiempo parece avanzar más rápidamente. Y a medida que se acerca la hora, aumenta mi miedo, mis ganas de negarme, de suplicarle para que cambie de idea. Pero sólo pensar en defraudarle, me frena. Oscilo entre mi temor a lo que me espera y mi angustia por fallarle. Sería la primera vez que me negara a algo que me pidiera. Exteriormente inmóvil, interiormente bullendo mis pensamientos, inquietos. Y llega el momento. El se acerca a mí. Me conoce, donde otros ven tranquilidad y reposo, él puede leer mi ansiedad. Y sonríe. Y al ver su sonrisa parte de las dudas se desvanecen. No todas, pero sí algunas. Mi corazón sigue latiendo velozmente, aún siento el temblor de mis manos y piernas, pero lo intentaré. A una señal suya, me levanto y dejo caer el vestido que es la única prenda que me cubre. Voy caminando, muy despacio, hacia el ventanal que da al pequeño balcón del piso. Es una tarde clara, luminosa, soleada. Me detengo justo antes de salir, dudando. El se ha levantado y está un par de pasos tras de mí. Inspiro con fuerza, abro la puerta-ventana y adelanto un pie, hacia fuera. Mi corazón parece querer salirse del pecho, es una sensación casi dolorosa. De repente, todos los sonidos parecen amplificarse, siento ruidos por todas partes, tengo la sensación de que todas las miradas convergen en mí, a pesar de saber que muy pocas personas pueden verme donde estoy. Otro paso más hacia la barandilla. Siento su presencia en el marco de la puerta, observando el esfuerzo que sabe que estoy haciendo. Puedo imaginar su sonrisa, medio de diversión, medio de orgullo. Porque sabe lo que me está costando dar estos pequeños pasos. Llego a la barandilla del balcón, con la mirada perdida en el horizonte. No sé si hay vecinos que puedan verme o no, prefiero no saberlo. Me quedo quieta, esperando. Y de pronto, siento sus manos sobre mis hombros, su aliento acariciándome la oreja con su susurro "Lo has hecho bien. Muy bien" y su beso suave en mi cuello, que me hace estremecer. En ese momento, el mundo desaparece, me da todo igual, me siento por encima de todo y de todos. Me siento suya.


 Autor alyanna

El Reto

Fue idea tuya. Como me conoces bien, lo planteaste como un reto, un desafío, un "¿a que no te atreves?". Y yo, aún sabiendo que estaba siendo manejada por ti, no pude evitar aceptar el desafío. Llegarías a finales de la tarde. Llamarías desde el portal y diez minutos más tarde, subirías hasta casa. En ese intervalo de tiempo tendría que dar los últimos pasos para cumplir con tus directrices. La puerta de acceso a la vivienda debería estar abierta de par en par. Y yo, vestida sólamente con medias (no panties, recalcaste), unos zapatos de tacón, una falda subida hasta la cintura y un pañuelo de seda cubriendo mis ojos. El pecho desnudo apoyado sobre la superficie de la mesa, los brazos estirados hacia adelante, las piernas abiertas y el culo em pompa, exhibida y ofrecida... y cegada. Me parecía algo divertido. De hecho pasé la mañana sonriendo y tarareando, pensando en lo que iba a pasar como si fuera una especie de travesura, de locura. Pero a medida que pasaban las horas, que iba preparando cosas aquí y allá, para tenerlo todo tal como a ti te gustaba, empecé a sentir una mezcla de expectación, temor y excitación. Conocía muy bien tu mente traviesa y perversa. Además, estaba la posibilidad, remota pero existente, de que un vecino bajara por las escaleras, viera la puerta abierta y entrara pensando que había pasado algo. Y claro, me encontraría semidesnuda, abierta y cegada. Sonreí a pesar de mis nervios, pensando en cómo cambiaría la imagen que de mí tenía todo el mundo, si se propagase el rumor de que era una exhibicionista. Todas esas personas que me tienen por un ser anodino y aburrido se llevarían una gran sorpresa, sin duda. Llegó la hora. Duchada, depilada y preparada para colocarme en posición en cuanto llamaras. Los minutos se alargaban al tiempo que mi corazón se aceleraba. Sonó el timbre. Fui hacia la puerta, la abrí de par en par y me dirigí hacia la mesa de la cocina, al final del pasillo. Allí, me coloqué primero el pañuelo sobre los ojos, comprobando que no quedara ningún resquicio de visión. Cogí la falda por la bastilla y la levanté, arrugándola, hasta mi cintura. Abrí las piernas, me incliné hacia adelante de forma que mis pechos se apoyaran sobre la superficie, extendí mis brazos hacia adelante y me dispuse a esperar. Serían unos pocos minutos. Agucé el oído, intentando escuchar el sonido del ascensor o de pasos por las escaleras. Me resultó casi imposible al principio, oía el rumor del tráfico, voces a lo lejos, zumbidos de electrodomésticos, pasos en el piso superior, una radio sonando no sé dónde... Fui aislando mentalmente todos ellos a medida que los clasificaba y me quedé centrada en la zona por donde aparecerías. Lo primero que escuché fue la puerta al cerrarse suavemente. Por mucho que lo intenté, no oí tus pasos, de hecho te imaginaba apoyado contra la puerta cerrada, sonriendo socarronamente al pensar en mi nerviosismo. Pero no era así, ya que de repente, noté una palmada en mis nalgas expuestas. No dijiste una sola palabra, sólo me diste una fuerte nalgada que me hizo suspirar, más por la sorpresa que por el tenue escozor. No me moví, esperando. Tu mano estaba sobre mi culo, quieta. Pasaban los segundos, en mi mundo de oscuridad no había más que vacío, no percibía nada. Sólo el tacto de tu mano. Cuando estaba a punto de rendirme y hablar, noté que se movía. Como si tocaras un teclado, tus dedos fueron jugueteando entre mis glúteos hacia mi entrepierna. Si antes el corazón me latía con rapidez, ahora parecía que iba a salirme del pecho. Sin que siquiera estuvieras cerca, mi clítoris parecía burbujear, me notaba caliente y empezaba a sentir una comezón dentro de mi coño que tú tan bien sabías apagar. Mis pezones se endurecieron contra la mesa y me mordí el labio inferior. Mientras, tus dedos, perezosos, seguían jugando sobre mi piel, acercándose. Yo sabía, aún sé, que adoras hacerme suplicar. Precisamente por lo difícil que es conseguirlo, mi orgullo es mi escudo ante las promesas del placer. Aún así, sentía las ganas de ti con mucha intensidad, supongo que porque hacía mucho tiempo que no estábamos juntos. Tres dedos aletearon entre los labios de mi vagina, abriéndolos a una exploración más profunda. Notaste mi humedad y soltaste una risita, el primer sonido que escuché de ti esa tarde. Mordí mi labio con más fuerza. Noté la otra mano acariciando mi espalda, tus cortas uñas trazando líneas paralelas sobre mi columna vertebral. Arriba y abajo, mientras los dedos de la otra permanecían quietos. Me estremecí y esa pareció ser la señal para ti. Me agarraste del pelo con fuerza, tirando de mi cabeza hacia atrás al mismo tiempo que dos de tus dedos entraban profundamente en mi coño y empezaban a follarlo con fuerza. No pude evitar gemir. Sentirme llena, sentir la dureza de tus dedos en la humedad y el calor de mi coño era sumamente placentero. Los dedos se deslizaban dentro y fuera con mucha facilidad, cada vez más mojados. Me soltaste con la misma rapidez con que me habías tomado. Fue desolador. Me sentía abandonada, la humedad de mi coño hacía que sintiera una especie de frío triste. - Te voy a hacer una pregunta. Sólo dí "Sí" o "No". ¿Quieres que te folle? - Sí - Bien, entonces lo haré. Pero has de demostrarme que realmente es lo que deseas, que tienes muchas ganas, que estás muy caliente. Me quedé quieta, esperando. - Te voy a follar, voy a hacerlo con fuerza, tal como te gusta y voy a correrme dentro de ti, toda mi leche en tu coño caliente. ¿Es lo que quieres? - Sí - Mmmm, bien. Levántate. Erguí mi torso y quedé de pie. El tomó mi mano y me guió hacia la puerta del piso. Oí cómo la abría. ¿Estaba loco? En pleno día, la puerta abierta, yo con esas pintas... Vacilé. - Tal vez no tengas tantas ganas después de todo. Tal vez sería buena idea que me volviera por donde he venido. Quizás tengas más ganas otro día. Negué con la cabeza, notaba mi sonrojo, tenía miedo, miedo a que nos vieran, a que me vieran. El exhibicionismo nunca fue algo que me gustara. Tras unos segundos, volviste a tomarme de la mano. Estábamos en el rellano. Vi mentalmente las ventanas de las escaleras, el edificio que había delante y me imaginé a gente asomanda, viéndonos. Incluso me pareció escuchar que alguien abría la mirilla en el piso de enfrente. Me colocaste las manos en el pasamanos. Hiciste que me doblara sobre ti. Abriste mis piernas con tus rodillas. Escuché cómo bajabas la cremallera de tus pantalones, ropa deslizándose hacia el suelo e inmediatamente sentí tu polla, dura como el acero, abriéndose paso entre los labios de mi vagina. La humedad facilitó la penetración, aunque yo estaba sumamente tensa por la situación. Tus manos agarraron mis caderas, hundiendo los dedos en mi carne y empezaste a embestirme con fuerza, fieramente, tal como a mí me gustaba. En cualquier otro momento yo estaría jadeando de placer, susurrándote lo mucho que me gustaba, pidiéndote más. Pero pensar en lo expuestos que estábamos me impedía centrarme en el placer de la follada. Te inclinaste sobre mi espalda, totalmente pegado a mi cuerpo y me susurraste: "No pienses, confía, siente, déjate llevar, pero no pienses. Soy yo. Confía en mí." Intenté hacerlo, notaba que entrabas cada vez más profundamente en mí. Me centré en esa sensación. Me encanta sentir cómo tu polla resbala al salir, ese cosquilleo que hace que la apriete para que no salga. Estaba muy dura. Mis pechos se bamboleaban, sueltos, con cada golpe de cadera. Una de tus manos abandonó mi cadera para ir a apretarlos, a tirar de los pezones, alternándolos. Sabes lo mucho que me excita eso, sabes exactamente cómo y cuándo hacerlo. Es irritante que puedas manejarme tan a tu antojo. Empecé a sentir placer. Empecé a desear más. Inconscientemente, mis caderas se movían contra ti, en círculos, para que me horadaras más dentro. Imaginaba la abertura de tu polla acariciando el fondo de mi coño, a punto de correrte y dejarme tu leche bien dentro, marcándome por dentro con tu polla. Me sorprendío notar que estaba a punto de correrme y no me di cuenta de que había empezado a gemir en voz alta hasta que tu mano abandonó mis pezones para taparme la boca. Me corrí apretando mi coño alrededor de tu polla, queriendo tenerla para siempre ahí, llenándome, cálida y dura, dándome ese inmenso placer que hace que mis rodillas se doblen. De nuevo recostado sobre mí, sintiendo cómo mi coño trataba de ordeñar tu polla con los espasmos de mi corrida, susurraste "Me encanta cuando te pones tan puta para mí". Clavaste con más fuerza los dedos en mis caderas y te dejaste ir, con un empujón final. A medida que recuperábamos el ritmo normal de respiración, los sonidos fueron invadiendo mi mundo de oscuridad. Sentí que te despegabas repentinamente de mí, que tirabas de mi mano hacia lo que suponía que era la puerta del piso. Nada más cerrar la puerta, escuchamos subir a gente, charlando y riendo. Me pregunté con un cierto toque de cachondeo, si notarían algún extraño olor entre acre y picante, en el aire. Tu cuerpo me mantenía en pie, contra la puerta cerrada. Noté que se estremecía y no pude evitar empezar a reírme al mismo tiempo que tú. Me sacaste la venda y nos miramos a los ojos, aún riendo como dos tontos. Te quiero.


Autor alyanna



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