sábado, 27 de julio de 2019

El Reto

Fue idea tuya. Como me conoces bien, lo planteaste como un reto, un desafío, un "¿a que no te atreves?". Y yo, aún sabiendo que estaba siendo manejada por ti, no pude evitar aceptar el desafío. Llegarías a finales de la tarde. Llamarías desde el portal y diez minutos más tarde, subirías hasta casa. En ese intervalo de tiempo tendría que dar los últimos pasos para cumplir con tus directrices. La puerta de acceso a la vivienda debería estar abierta de par en par. Y yo, vestida sólamente con medias (no panties, recalcaste), unos zapatos de tacón, una falda subida hasta la cintura y un pañuelo de seda cubriendo mis ojos. El pecho desnudo apoyado sobre la superficie de la mesa, los brazos estirados hacia adelante, las piernas abiertas y el culo em pompa, exhibida y ofrecida... y cegada. Me parecía algo divertido. De hecho pasé la mañana sonriendo y tarareando, pensando en lo que iba a pasar como si fuera una especie de travesura, de locura. Pero a medida que pasaban las horas, que iba preparando cosas aquí y allá, para tenerlo todo tal como a ti te gustaba, empecé a sentir una mezcla de expectación, temor y excitación. Conocía muy bien tu mente traviesa y perversa. Además, estaba la posibilidad, remota pero existente, de que un vecino bajara por las escaleras, viera la puerta abierta y entrara pensando que había pasado algo. Y claro, me encontraría semidesnuda, abierta y cegada. Sonreí a pesar de mis nervios, pensando en cómo cambiaría la imagen que de mí tenía todo el mundo, si se propagase el rumor de que era una exhibicionista. Todas esas personas que me tienen por un ser anodino y aburrido se llevarían una gran sorpresa, sin duda. Llegó la hora. Duchada, depilada y preparada para colocarme en posición en cuanto llamaras. Los minutos se alargaban al tiempo que mi corazón se aceleraba. Sonó el timbre. Fui hacia la puerta, la abrí de par en par y me dirigí hacia la mesa de la cocina, al final del pasillo. Allí, me coloqué primero el pañuelo sobre los ojos, comprobando que no quedara ningún resquicio de visión. Cogí la falda por la bastilla y la levanté, arrugándola, hasta mi cintura. Abrí las piernas, me incliné hacia adelante de forma que mis pechos se apoyaran sobre la superficie, extendí mis brazos hacia adelante y me dispuse a esperar. Serían unos pocos minutos. Agucé el oído, intentando escuchar el sonido del ascensor o de pasos por las escaleras. Me resultó casi imposible al principio, oía el rumor del tráfico, voces a lo lejos, zumbidos de electrodomésticos, pasos en el piso superior, una radio sonando no sé dónde... Fui aislando mentalmente todos ellos a medida que los clasificaba y me quedé centrada en la zona por donde aparecerías. Lo primero que escuché fue la puerta al cerrarse suavemente. Por mucho que lo intenté, no oí tus pasos, de hecho te imaginaba apoyado contra la puerta cerrada, sonriendo socarronamente al pensar en mi nerviosismo. Pero no era así, ya que de repente, noté una palmada en mis nalgas expuestas. No dijiste una sola palabra, sólo me diste una fuerte nalgada que me hizo suspirar, más por la sorpresa que por el tenue escozor. No me moví, esperando. Tu mano estaba sobre mi culo, quieta. Pasaban los segundos, en mi mundo de oscuridad no había más que vacío, no percibía nada. Sólo el tacto de tu mano. Cuando estaba a punto de rendirme y hablar, noté que se movía. Como si tocaras un teclado, tus dedos fueron jugueteando entre mis glúteos hacia mi entrepierna. Si antes el corazón me latía con rapidez, ahora parecía que iba a salirme del pecho. Sin que siquiera estuvieras cerca, mi clítoris parecía burbujear, me notaba caliente y empezaba a sentir una comezón dentro de mi coño que tú tan bien sabías apagar. Mis pezones se endurecieron contra la mesa y me mordí el labio inferior. Mientras, tus dedos, perezosos, seguían jugando sobre mi piel, acercándose. Yo sabía, aún sé, que adoras hacerme suplicar. Precisamente por lo difícil que es conseguirlo, mi orgullo es mi escudo ante las promesas del placer. Aún así, sentía las ganas de ti con mucha intensidad, supongo que porque hacía mucho tiempo que no estábamos juntos. Tres dedos aletearon entre los labios de mi vagina, abriéndolos a una exploración más profunda. Notaste mi humedad y soltaste una risita, el primer sonido que escuché de ti esa tarde. Mordí mi labio con más fuerza. Noté la otra mano acariciando mi espalda, tus cortas uñas trazando líneas paralelas sobre mi columna vertebral. Arriba y abajo, mientras los dedos de la otra permanecían quietos. Me estremecí y esa pareció ser la señal para ti. Me agarraste del pelo con fuerza, tirando de mi cabeza hacia atrás al mismo tiempo que dos de tus dedos entraban profundamente en mi coño y empezaban a follarlo con fuerza. No pude evitar gemir. Sentirme llena, sentir la dureza de tus dedos en la humedad y el calor de mi coño era sumamente placentero. Los dedos se deslizaban dentro y fuera con mucha facilidad, cada vez más mojados. Me soltaste con la misma rapidez con que me habías tomado. Fue desolador. Me sentía abandonada, la humedad de mi coño hacía que sintiera una especie de frío triste. - Te voy a hacer una pregunta. Sólo dí "Sí" o "No". ¿Quieres que te folle? - Sí - Bien, entonces lo haré. Pero has de demostrarme que realmente es lo que deseas, que tienes muchas ganas, que estás muy caliente. Me quedé quieta, esperando. - Te voy a follar, voy a hacerlo con fuerza, tal como te gusta y voy a correrme dentro de ti, toda mi leche en tu coño caliente. ¿Es lo que quieres? - Sí - Mmmm, bien. Levántate. Erguí mi torso y quedé de pie. El tomó mi mano y me guió hacia la puerta del piso. Oí cómo la abría. ¿Estaba loco? En pleno día, la puerta abierta, yo con esas pintas... Vacilé. - Tal vez no tengas tantas ganas después de todo. Tal vez sería buena idea que me volviera por donde he venido. Quizás tengas más ganas otro día. Negué con la cabeza, notaba mi sonrojo, tenía miedo, miedo a que nos vieran, a que me vieran. El exhibicionismo nunca fue algo que me gustara. Tras unos segundos, volviste a tomarme de la mano. Estábamos en el rellano. Vi mentalmente las ventanas de las escaleras, el edificio que había delante y me imaginé a gente asomanda, viéndonos. Incluso me pareció escuchar que alguien abría la mirilla en el piso de enfrente. Me colocaste las manos en el pasamanos. Hiciste que me doblara sobre ti. Abriste mis piernas con tus rodillas. Escuché cómo bajabas la cremallera de tus pantalones, ropa deslizándose hacia el suelo e inmediatamente sentí tu polla, dura como el acero, abriéndose paso entre los labios de mi vagina. La humedad facilitó la penetración, aunque yo estaba sumamente tensa por la situación. Tus manos agarraron mis caderas, hundiendo los dedos en mi carne y empezaste a embestirme con fuerza, fieramente, tal como a mí me gustaba. En cualquier otro momento yo estaría jadeando de placer, susurrándote lo mucho que me gustaba, pidiéndote más. Pero pensar en lo expuestos que estábamos me impedía centrarme en el placer de la follada. Te inclinaste sobre mi espalda, totalmente pegado a mi cuerpo y me susurraste: "No pienses, confía, siente, déjate llevar, pero no pienses. Soy yo. Confía en mí." Intenté hacerlo, notaba que entrabas cada vez más profundamente en mí. Me centré en esa sensación. Me encanta sentir cómo tu polla resbala al salir, ese cosquilleo que hace que la apriete para que no salga. Estaba muy dura. Mis pechos se bamboleaban, sueltos, con cada golpe de cadera. Una de tus manos abandonó mi cadera para ir a apretarlos, a tirar de los pezones, alternándolos. Sabes lo mucho que me excita eso, sabes exactamente cómo y cuándo hacerlo. Es irritante que puedas manejarme tan a tu antojo. Empecé a sentir placer. Empecé a desear más. Inconscientemente, mis caderas se movían contra ti, en círculos, para que me horadaras más dentro. Imaginaba la abertura de tu polla acariciando el fondo de mi coño, a punto de correrte y dejarme tu leche bien dentro, marcándome por dentro con tu polla. Me sorprendío notar que estaba a punto de correrme y no me di cuenta de que había empezado a gemir en voz alta hasta que tu mano abandonó mis pezones para taparme la boca. Me corrí apretando mi coño alrededor de tu polla, queriendo tenerla para siempre ahí, llenándome, cálida y dura, dándome ese inmenso placer que hace que mis rodillas se doblen. De nuevo recostado sobre mí, sintiendo cómo mi coño trataba de ordeñar tu polla con los espasmos de mi corrida, susurraste "Me encanta cuando te pones tan puta para mí". Clavaste con más fuerza los dedos en mis caderas y te dejaste ir, con un empujón final. A medida que recuperábamos el ritmo normal de respiración, los sonidos fueron invadiendo mi mundo de oscuridad. Sentí que te despegabas repentinamente de mí, que tirabas de mi mano hacia lo que suponía que era la puerta del piso. Nada más cerrar la puerta, escuchamos subir a gente, charlando y riendo. Me pregunté con un cierto toque de cachondeo, si notarían algún extraño olor entre acre y picante, en el aire. Tu cuerpo me mantenía en pie, contra la puerta cerrada. Noté que se estremecía y no pude evitar empezar a reírme al mismo tiempo que tú. Me sacaste la venda y nos miramos a los ojos, aún riendo como dos tontos. Te quiero.


Autor alyanna



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