sábado, 27 de julio de 2019

Al Vapor


 Si es que esto me pasa por hablar. Ahora no, claro. Pero antes sí. Y me tenía que haber estado quietecita y calladita entonces, pensó mirando una vez más los mosaicos azul desvaído del cuarto de baño frente a ella.

No tenía que haber insistido tanto en lo del calor. Si, una es friolera, qué se le va a hacer. Pero él no había hablado de encontrarnos en una cámara frigorífica ni nada por el estilo. Esto se parece más bien a una sauna. Por suerte no había un termómetro a la vista, porque no creía que saber a ciencia cierta la temperatura le fuera a gustar. De momento, seguro que no la aliviaría en absoluto.

Suspiró, o lo intentó más bien, mientras hacía lo posible por cambiar de postura, con resultado casi nulo. Recordaba que él se lo había explicado, con tonillo de experto, que cuando estás sentada en el suelo con las piernas cruzadas es muy complicado no ya levantarte sino modificar tu posición sin recurrir a los brazos. Qué razón tenía. Lo único que había logrado era hacer que las gotas de sudor resbalaran algo más deprisa sobre su piel. Si le dijeran que estaba sentada sobre un charquito de sudor no le extrañaría, aunque sería difícil distinguir entre el sudor y el simple vapor de agua, y otras humedades.

Miró una vez más con odio el calefactor eléctrico que seguía conectado al máximo allá junto a la puerta cerrada del cuarto de baño. Calor, por supuesto. Y no podía acercarse a desconectarlo, aunque estuviera a menos de un metro de ella. Para eso, haría falta descruzar las piernas para empezar. No, para empezar habría que soltar las dos cuerdas que ataban cada uno de sus tobillos a la rodilla opuesta. Más que cruzadas, tenía las piernas plegadas. No era la posición más incómoda de su vida, allí sentada sobre el gres del baño, pero sí una de las más fijas en las que había estado. O le habían hecho estar.

Notó otra gota de sudor precipitarse desde su cabeza gacha. Allí hacía más calor aún, porque su pelo estaba cuidadosamente recogido dentro de un gorro de plástico para nadadores. Recogido y asegurado, claro que sí. Y eso le estaba dando calor de veras. Siempre calor.

¿Esa otra gota? No, ésa no era sudor. Era diferente, caía de arriba pero arrastrando una estela de líquido, una línea recta. Babilla. Caía un nuevo hilo cada cierto tiempo. No podía evitar que se escaparan por las comisuras de su boca sobre sus piernas plegadas y descubiertas, o sobre el charquito del suelo. Las mordazas de bola tenían esa gracia, que para otros era pura humillación. Ella ya no se hacía ese tipo de cuestiones. Al menos, no en voz alta o en palabras descifrables. Y además, el sonido del agua caliente corriendo a chorro dentro de la ducha colindante acallaba bastante sus gruñidos. Y generaba aún más vapor, más calor.

Movió un poco los dedos de las manos, allá a su espalda. Muy gracioso el detallito de haberle puesto esos guantes de goma, de los de cocina. Dijo que lo hacía para que no pudiera usar los dedos para soltarse. Narices. Fue para añadir un detalle más de plástico al cuadro y darle más calor. Le sudaban tanto las manos que hubieran podido escurrírsele fuera de los guantes, pero ya se encargó él de evitarlo. Fue más sincero cuando dijo que atando las manos al revés, con los codos más bajos que las muñecas, no podría alcanzar ninguna cuerda. De hecho no podría ni quitarse el sujetador aunque las manos se hubieran quedado fijadas a esa altura. Si lo tuviera puesto, claro.

Tampoco llevaba braguitas. Porque sería una broma pesada decir que esa cuerda enrollada alrededor de la cintura y que pasaba entre sus piernas fuera un tanga de cuerda. Además parecía tener vida propia, o por lo menos prestada, por lo mucho que se deslizaba de atrás hacia adelante. Debía de ser el sudor. O no.

Posiblemente, la más puñetera de todas las cuerdas que él le puso era la que pasaba por detrás de su cuello y le hacía acercar la cabeza a sus piernas plegadas. No era mucho pero con esa gracia no podía mirar hacia arriba y se perdía las nubes de vapor que se elevaban del plato de la ducha. No paraba de correr el agua por el grifo, ni su sudor por todos los poros de su desnuda figura.

Está bien, pensó ella. Me rindo. Vale de calor. No volveré a quejarme ni aunque me dejes hablar.

Autor Captor





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