Era la primera vez que me veía en esa situación. Tenía ante mí, a cuatro patas, un hombre dispuesto a ejercer la función de escabel humano. Impertérrito, con la cabeza agachada y la vista clavada al suelo, pero aún así podía sentir como olas de impaciencia saliendo de su cuerpo, hacia mí.
Así que me descalcé y apoyé mis pies desnudos en su espalda. La verdad es que resultaba muy cómodo estar así. Sentía un casi imperceptible balanceo bajo mis talones, producido por su respiración. Tras pasar unos segundos así, con los talones apoyados en la mitad de su espalda, decidí "explorar" el territorio.
Deslicé mi trasero sobre la silla, echándome hacia atrás. Doblé mis rodillas e hice que las plantas de los pies se apoyaran por completo en la espalda masculina. El movimiento de su respiración se aceleró levemente. Deslicé mi pie derecho hacia su nuca, acariciándole y sacándole un suave gemido. Me quedé quieta así, un pie en su espalda y otro en su nuca. Casi podía escuchar sus pensamientos, pidiéndome que los moviera más, que le tocara más con ellos.
Me sentí traviesa, así que empecé a frotarlos, como si él fuera un felpudo en lugar de un escabel. El masajeo resultante me fue muy agradable. Vi cómo su cuello se tensaba y cerraba los puños.
A medida que subía su nerviosismo, aumentaba mi sensación de poder y mi placer. También se me ocurrían más cosas. Así que dejé que mi pie izquierdo resbalara por su costado y que acariciara su vientre, hasta la cintura, sintiendo el cosquilleo de su vello en los dedos de mis pies.
Eso hizo que ladeara la cabeza, dirigiéndome una mirada suplicante que me hizo sonreír. Realmente maravilloso tener un escabel humano. Mi pie volvió a su posición inicial, mientras que el otro fue directo hacia su cara, apoyándose en la punta de su nariz. Ahora el gemido fue más audible. Y mayor mi placer y mis ganas de arrancarle más, de hacerle sufrir de esa manera. Así que dejé que el dedo gordo de mi pie resbalara sobre sus labios, recorriéndolos. Entreabrió la boca y fue entonces cuando lo aparté y volví a apoyarlo en su espalda.
Seguí unos minutos más en esa postura, las plantas apoyadas sobre su espalda y yo totalmente relajada, pensando qué es lo que podría hacer a continuación, mientras sentía, alterada, su respiración acunándome los pies.
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