"Dame tu teléfono" esas fueron las primeras palabras que escuché en mi vida de ella, de quien desconocía hasta su nombre pero ya había hecho que acabara 2 veces con mi boca.
Mi nombre es Marcelo. Tenía en ese momento 40 años y me considero una persona más o menos normal, aunque siempre fui un poco tímido respecto al sexo opuesto. Cuando sucedieron los hechos que voy a narrar a continuación estaba casado pero mi relación ya no marchaba bien y hacía más de 3 meses que mi única compañera sexual era mi mano. Mi historia no fue el motivo de nuestra separación, que dadas las circunstancias hubiera llegado más temprano que tarde, pero si el empujón que necesitaba para separarme de mi mujer.
Vivía en ese momento en la capital y trabajaba en la periferia. Si bien por mi situación económica podría haberme comprado un automóvil, dado que siempre viajaba a contramano, y en consecuencia más o menos cómodo, nunca lo consideré seriamente. Cuando estoy en el colectivo suelo deleitarme la vista con las ocasionales mujeres que comparten el transporte conmigo, de manera creo yo bastante poco disimulada. De todas formas las miradas cesan inmediatamente al notar que quien estoy observando se siente incómoda. En ese momento me dedico a mirar por la ventanilla tratando de no tentarme y dar vuelta la cabeza, más si a quien estaba viendo se sienta al lado mío. Nunca había pasado de más que unas torpes miradas y de llegar a pensar en decirle a la persona que importunaba con mi atención que me parecía atractiva.
Un día mientras regresaba a mi casa vi subir al bus a una chica de no mucho más de 20 años. Era de contextura pequeña y de pocas curvas. Debía medir cerca de un metro y medio. Vestía un pantalón de jean gastado corto y una remera floreada. Llevaba unas chalas y cargaba una mochila. Lo primero que me llamó la atención de ella fue que tenía el pelo teñido de azul. Su piel estaba levemente bronceada, sus piernas eran preciosas y su mirada de ojos verde intenso como nunca había visto estaba coronada con un piercing en su ceja derecha. No era quizás una mujer por la que la mayoría de los hombres se dieran vuelta al verla pasar, pero algo en ella me atraía mucho. Me quedé observándola mientras buscaba un lugar donde sentarse. Me puse rojo como un tomate al descubrir que nuestras miradas se habían cruzado, ante lo cual, y para mi sorpresa, respondió con una sonrisa segura y seductora. Verla sonreír de esa manera por algún motivo me dio escalofríos y aumentó mi vergüenza. Vergüenza que llegó aún más alto al notar que se acomodaba a mi lado.
Como solía acostumbrar fijé mi vista en el exterior forzándome a no mirarla. A los pocos minutos no pude seguir resistiendo y giré despacio mi cabeza hacia ella, que me devolvió la misma sonrisa de antes. Avergonzado bajé la cabeza encontrándome con sus tersas piernas desnudas y sus pies con las uñas prolijamente pintadas del mismo azul que su cabello. Levanté despacio mi rostro pudiendo observar que llevaba las manos del mismo color que sus pies. Al continuar subiendo volví a encontrarme con su inquietante sonrisa. A pesar del calor que estaba pasando mis cachetes no fueron lo único de mi cuerpo que levantó temperatura.
Antes de retornar mi mirada hacia la calle pude notar que sonreía de nuevo y que se relamió los labios con sus ojos viendo en dirección a la pequeña carpa que se había formado en mis pantalones. A pesar de saber que no era correcto lo único que quería hacer era voltear a verla. Logré contenerme apenas unos segundos antes de girar dubitativo hacia su rostro. Me esperaba nuevamente sonriente. Previo a que escapara otra vez sentí un cosquilleo en mi pierna, justo encima de mi zapato. Me giré lentamente hacia esa zona y descubrí su pie descalzo rozándome sobre mi fina media. Mi corazón comenzó a palpitar a toda velocidad, tiñendo de rojo mis mejillas y aumentando considerablemente el flujo de sangre a mi entrepierna. Su extremidad me acarició disimuladamente desde el tobillo hasta la rodilla, con suaves pinceladas subiendo y bajando por mi pantalón. No me atreví a volver a verla hasta que noté que su pie dejó de rozarme. Unos segundos después ella se levantó de su asiento.
Empecé a seguirla con el rabillo del ojo mientras se dirigía a la puerta del colectivo. A medida que se acercaba a esta mi rostro se alineaba un poco más con el suyo. No dejó de mirarme y sonreír en todo el trayecto. Yo no podía desviar mis ojos de su penetrante mirada. Antes de que el colectivo se detuviera levantó su ceja derecha, con su mirada aún clavada en mí. El piercing que tenía en la misma dotaba al gesto de mayor sensualidad. Al abrirse la puerta empezó a bajar. Me levanté como un resorte y sin pensarlo ni dudarlo descendí detrás suyo.
Giró un segundo su sonriente rostro en mi dirección para después enfocarse en el camino. Yo la seguía a pocos metros. Su andar era lento y seguro. A pesar de dar vuelta en una esquina no dirigió su vista hacia mi nuevamente hasta que ingresó en un edificio. Cuando llegué hasta la fachada de este me detuve. Ella tenía su cuerpo ya dentro del hall y sostenía desinteresada la puerta de vidrio con su mano izquierda, mientras miraba sobre su hombro derecho. Cuando se aseguró que iba a seguirla soltó la puerta y enfiló hacia la escalera. Su departamento estaba al fondo del pasillo del primer piso.
Esta vez no se detuvo al abrir la puerta. Cerré la misma una vez adentro del departamento. Ya estaba sentada en un sofá esperándome. Me miró y levantó la pierna que tenía más cerca de mí. Me acerqué despacio y me arrodillé sin dejar de mirarla a los ojos. Tomé su pierna con una mano y la descalcé con la otra. La escuché reírse mientras acercaba mis labios a sus azules uñas. Gimió despacio luego del primer beso. Caí en la cuenta que era la primera vez que escuchaba su voz. Besé, lamí, chupe y masajeé todo su pie. Los sonidos que salían de su boca se hacían poco a poco más intensos. Lamí toda su planta y sorbí cada uno de sus dedos. Cuando terminé repetí todo con su otro pie.
Luego de algunos minutos separó su pie de mi boca. Se levantó del sofá agarrándome de la cabeza con una mano para ayudarse. Llevó la mano que sostenía mi cabeza al botón del pantalón y la dejó quieta ahí. Cuando no soporté más la expectativa levanté mi vista. Volvió a entregarme su escalofriante sonrisa mientras sus penetrantes ojos verdes miraban hacia su derecha. Recién en ese momento me percaté que tenía agarrado su celular y me estaba filmando. Mi pene, que no se había encogido desde el colectivo, creció con fuerza, llegando a incomodarme e incluso dolerme un poco. Miré fijo hacia la cámara, asegurándome que mi rostro se viera correctamente. Luego volví a enfocarme en su cara. Mordía su labio inferior y tenía nuevamente levantada su ceja derecha. Bajé mi vista hacia su short, que desabrochó despacio. Debió notar mis ganas de conocer la ropa interior que llevaba puesta ya que el cierre lo bajó en forma deliberadamente lenta. Poco a poco fue quedando al descubierto una bombacha rosa con florcitas.
No había bajado sus pantalones más allá de sus muslos cuando sin poder ni querer controlar la tentación acerqué mi nariz a su entrepierna, aspirando por primera vez su embriagador aroma. Inmediatamente después le di un suave mordisco a su zona íntima provocándole una amplia sonrisa y un dulce gemido. Acarició mi cabeza en señal de aprobación y terminó de bajarse el jean. Cuando empezó a bajarse su bombacha mi miembro dio otro brinco, empezando decididamente a dolerme. Moví mi mano para acomodarla, quedando la punta sobre mi pantalón y cubierta solo por mi camisa. Antes de que pudiera acercarme a besar su conchita me frenó con una mano. Volví a mirar a sus ojos que nuevamente señalaban su teléfono. Con mi vista enfocada en el mismo levantó mi camisa y acercó la cámara al excitado pene.
Una vez que soltó mi ropa se sentó al borde del sillón con las piernas levemente abiertas y yo me lancé desesperado a lamerla. Mi lengua recorrió su interior juntando y saboreando todo lo que podía de sus jugos. Primero se rio ante mi reacción y después dio un grito de placer. Ya saciada mi sed desaceleré mis movimientos orales, sin separar mis labios de los suyos por más de un segundo y lamiendo entera su vagina. El cambio de ritmo fue bien recibido y dio comienzo a una serie de gemidos cada vez más largos y de mayor volumen. La música que emitía su boca me pareció el más maravilloso de los sonidos.
Luego de unos minutos comenzó a mover sus caderas al tiempo que me agarraba la cabeza con sus dos manos y me apretaba contra su ser. Concentré entonces mis lamidas y chupones en su clítoris, provocando nuevos gritos de placer y que se agarrara fuerte de mi pelo. A pesar del dolor no estaba en mis planes detenerme. Seguí ocupándome de ella hasta que emitió el grito más fuerte que le había escuchado y sus movimientos cesaron. Una vez finalizado su orgasmo continué lamiéndola provocando nuevos gemiditos y risitas de placer.
Estuvimos así unos minutos. Ella acariciaba mi cabeza mientras yo la besaba y lamía. Poco a poco empezó a mover su cadera nuevamente y volvió a agarrar mi cabeza con firmeza, aunque con menos fuerza que antes. Sus movimientos y sus gemidos también eran más suaves. Su orgasmo fue de menor intensidad aunque un poco más largo. Cuando terminó de correrse me separó despacio.
Me quedé arrodillado a pocos centímetros de ella. Me miraba sonriente, ya no con la sonrisa seductora del colectivo, sino con seguridad y autoridad. Su mirada me recorría de arriba abajo. Se detuvo un segundo en mi erecto pene, todavía cubierto por mi camisa. Quise desviar mi vista pero tomo mi cara con suavidad y me obligó a seguirla. Al llegar a su rostro mordió su labio inferior. Me soltó y cerró sus ojos, dejándome observarla libremente. Respiraba relajada. Su pecho subía y bajaba con armonía. Estaba todavía sentada al borde del sillón con su short y bombacha por los tobillos. A pesar de mi excitación lo único que quería era hundir de nuevo mi cabeza entre sus piernas, saborear su néctar y oír sus dulces gemidos.
Un rato después abrió sus ojos. Su sonrisa se amplió al verme en la misma posición en la que estaba al cerrarlos. En ese momento me dio la orden con las que empecé estas palabras. Saqué mi celular del bolsillo del pantalón y se lo entregué. Dudé un instante si desbloquearlo pero me pareció mejor indicarle la clave.
Acarició mi cabeza y mi rostro. Cuando su mano pasó cerca de mis labios la besé. Se concentró entonces en mi teléfono, olvidándose de mí. Lo manejaba a una velocidad envidiable. La estuve mirando unos segundos, pero la tentación era muy grande como para quedarme quieto. Me acerqué con temor a su ropa y la tomé con cuidado, como pidiendo permiso. Levantó primero una pierna y luego la otra, dejándome terminar de desnudarla de la cintura para abajo. Tomé un pie y comencé a besarlo. Se rio de mis actos pero no me detuvo. La llené de besos desde el empeine hasta debajo de la rodilla. Me pareció en algún momento escuchar mi teléfono sonar, pero estaba tan concentrado en mi tarea que no estoy seguro de haberlo oído.
Cuando iba a comenzar con el otro pie me tomó suavemente de la cara. "desnudate para mi" ordenó una vez que mis ojos y los suyos se miraron. Me paré y sin desviar mi vista desabroché de a poco mi camisa. Mordió su labio cuando mi torso quedó al descubierto. La punta de mi miembro asomaba orgullosa sobre el pantalón. Pasó una mano por mi pecho y luego la llevó a su entrepierna. Introdujo un dedo dentro suyo y empezó a moverlo despacio. Su movimiento era acompañado por suaves gemidos. Su otra mano se dirigió a su pecho y lo apretó con suavidad sobre su remera. Respiraba cada vez más agitada y entrecerraba sus ojos. La miraba hipnotizado, pensando en lo perfecta que era.
"Seguí" la escuché decirme, sobresaltándome al oírla y saliendo de mi trance. Sonreía divertida, sin un ápice de enfado. Me saqué la camisa sin dejar de mirarla. Desabroché lentamente el cinturón y con la misma velocidad el botón del pantalón. Ella sonreía y seguía acariciándose sin perder tampoco detalle de mis movimientos. Bajé mis pantalones hasta los tobillos y en ese momento me di cuenta que no me había sacado los zapatos. Su sonrisa se amplió al verme, lo cual hizo que me pusiera rojo de vergüenza y bajara mi mirada al piso.
Al notar mi distracción llevo uno de sus pies a mi entrepierna, generándome un inesperado gemido. Tomé su pie y me agaché a besarlo en señal de agradecimiento. Me incorporé despacio mirándola a los ojos. Ella cruzó sus piernas y apoyo su rostro en una mano. Pisé alternativamente el talón de mis zapatos para descalzarme. Me deshice después de mi pantalón. Respiré profundo y empecé a bajar mi calzoncillo. Sonrió de oreja a oreja al ver mi miembro salir disparado en su dirección a medida que mi ropa interior descendía.
Aprovechando que tenía que levantar mis pies para sacar mi bóxer completamente quité también mis medias. Cuando terminé de desnudarme me indicó que me acostara en el piso boca arriba. El placer que recibí al sentir su pie rozar mi pene provocó un fuerte gemido en mi y una nueva risa en ella.
- Mirate – empezó a decir mientras me filmaba nuevamente – totalmente sometido a una adolescente que podría ser tu hija – su pie comenzó a moverse sobre mi miembro y yo reaccioné con un nuevo gemido – una nena que todavía usa bombachas con florcitas – sus humillantes palabras no hacían más que aumentar mi excitación – entregado a mí antes de que siquiera te haya dicho una palabra – apretó mi pene entre sus dos pies y me pajeó con estos – tan mío que a pesar de estar más caliente que lo que alguna vez estuviste te vas a contener – afirmé moviendo mi cabeza – y solo vas a acabar – aceleró sus movimientos – cuando te lo ordene – gemí más fuerte de lo que había gemido en mi vida – sin importar las ganas que tengas de eyacular – empecé a transpirar y a mover mi cadera al ritmo de sus pies – aguantando más de lo que creías que sos capaz porque yo así lo deseo – respiraba cada vez más agitado – porque te entregaste a mi sin que te lo pidiera – dejó quieto un pie y puso mi miembro entre el pulgar y el índice del otro, subiendo y bajando por mi tronco – y mis deseos son más importantes que tus necesidades – mi pene vibraba y dejó escapar líquido pre seminal, que utilizó para lubricarlo – vas a aguantar un poco más – volvió a masturbarme a toda velocidad con sus dos pies – todavía no – sentía el semen acumularse en la punta y hacer presión para salir – solo cuando esta joven quiera – gemía cada vez más fuerte y me concentraba en no acabar – Esta pendejita que solo con su mirada y su sonrisa te hizo más suyo que lo que ninguna mujer quiso, pudo o supo – me presionó con los dos pulgares y de nuevo colocó mi aparato entre dos de sus dedos – esta nena a la que pertenecés – me miró a los ojos y levantó su ceja derecha – correte para mi.
Un chorro de semen salió de mi pene inmediatamente. Exploté solo con oírla. Todo mi cuerpo convulsionó mientras un gemido gutural salía de mi boca. Fue la eyaculación más potente y abundante que jamás he tenido. No paraba de gemir y expulsar mi semilla y ella no paraba de masturbarme con sus pies. Cuando sentí que estaba acabando busqué a tientas sus pies. Apenas encontré el primero lo lleve a mis labios y comencé a besarlo entero. Ella recogió parte de mi corrida con el otro. Lamí y tragué todo lo que había en su planta y entre sus dedos. Mientras hacia eso repitió la operación con su otro pie. Estuvimos alternando ambas extremidades hasta que terminé de limpiar todo lo que había ensuciado. En ese momento se arrodilló con su sexo a la altura de mi boca mientras sostenía mis muñecas pegadas al piso. Le agradecí antes de volver a hundir mi ansiosa lengua dentro suyo.
Después de correrse se quedó unos minutos encima de mí descansando. Luego se levantó y me ordenó que me vistiera. Al regresarme mi celular vi que tenía dos mensajes de alguien agendado como "mi diosa". Sonrió cuando volteé a verla. Me dijo que podía quedarme los vídeos y pajearme con ellos cuanto quisiera. También me indicó que me fuera y que si la próxima vez que nos encontráramos volvía a seguirla sería suyo para siempre.
Salí confundido del departamento. Lo único que quería en ese momento era arrodillarme a sus pies y ella parecía querer lo mismo. Sin embargo me había echado, dándome la oportunidad de escapar.
Llegué a mi casa 2 horas más tarde que de costumbre. Mi mujer apenas si me preguntó que había pasado, más por cortesía que porque realmente le importara. Le contesté una mentira poco elaborada que ni se molestó en cuestionar. A la noche me masturbé recordando lo vivido y cuando mi esposa ya dormía me armé un bolso que escondí al fondo de un armario.
Me costó dormir esa noche. Me la pasé dando vueltas en la cama más caliente de lo que recuerdo alguna vez haber estado. El pudor me impedía masturbarme con mi esposa al lado o levantarme para hacerlo. Lo hice minutos después de que sonara la alarma, pero esto no apaciguó mi interior. Esperaba encontrármela nuevamente ese día, pero eso no sucedió. Tampoco nos encontramos al día siguiente ni al siguiente.
Durante días salía de mi casa con la esperanza de verla subir al colectivo. A pesar de tener su teléfono no me atrevía a contactarme. Aguardaba expectante que ella lo hiciera o ver su cabellera azul asomarse por la escalera del autobús. Todas las noches veía los vídeos y la recordaba.
Pasó una semana y no tuve noticias suyas. El fin de semana fueron los días más tortuosos. Sin la ilusión de poder verla y sin la distracción del trabajo. Me pasé los dos días encerrado. No quería caer en la tentación de ver los vídeos pero lo hice repetidamente cada día.
Ese lunes el enfado y la humillación que sentía hicieron que no me masturbara en su honor. El martes estaba tan caliente que me fue imposible evitarlo. El miércoles, cuando comenzaba a perder la esperanza la vi. Todos mis sentimientos negativos se esfumaron en cuanto observé que me buscaba con su mirada aún antes de terminar de subir al colectivo. Vestía un jean y una musculosa blanca que la cubría justo hasta el ombligo. Debajo de esta asomaba una fina cadenita plateada. Apenas me miró mientras subía. Después se sentó al otro costado de mí, a pesar de haber lugar al lado mío. Me ignoró todo el camino. Yo no paraba de mirarla, desesperado por que dejara de ignorarme. Al acercarnos a su parada se levantó de su asiento y ahí si buscó mi mirada con la suya. Arqueó su ceja cuando nuestros ojos se encontraron y volvió a fijar su atención en la calle. Me paré inmediatamente, al igual que la vez anterior, y, como un perrito faldero la seguí a su departamento.
Autor el otro YO publicado tambien en cuento relatos .com
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