martes, 26 de julio de 2022

Domado


Estoy cansada, tengo que confesarlo. Siento ligeras contracciones en los músculos del brazo derecho. Y me siento colmada. Su piel, tan lechosa hace unas horas, está tintada de un suave rosado, con marcas más intensas en algunas zonas. Sé, por experiencia, que algunas de ellas se tornarán amarillentas con el paso del tiempo y lucirán en su cuerpo durante unos días.

A pesar de la intensidad de la sesión, su mirada suplicante permanece inalterable. Siempre esperando que pida algo, siempre rogando con los ojos servirme, de la forma que sea, lo que yo quiera. A veces tener ese poder me asusta. Por eso jamás traspaso el límite que me he marcado.

Jamás me pedirá nada que no sea el placer de obedecerme. Yo decido todo. Y mientras paladeo ese pensamiento, disfrutando la sensación, él lanza una tímida mirada de reojo, desde abajo. A veces siento puntos de ternura, como si fuera un cachorrillo ansioso deseando agradar a toda costa. Y hoy lo ha conseguido. Con creces.

No espera más premio que notar mi satisfacción, quizás una sonrisa, una mirada o un gesto. Sabiendo eso, voy a hacerle un regalo envenenado.

Me acerco a la cama, retiro las sábanas arrugadas y húmedas, me bajo las bragas y le ofrezco mi sexo. "Ven y toma tu premio. A ver qué tal sabes utilizar la lengua".

Reprimo mis carcajadas al ver su cara desencajada, con una mueca de incredulidad pintada en ella. Supongo que duda y cree haber entendido mal, así que le hago un gesto para que se acerque.

Se aproxima, cautelosamente, con la mirada baja y medio tembloroso. Agarro un puñado de su pelo, le levanto la cabeza de un tirón y mirándole a los ojos le digo: "Hazlo, hazlo ya y hazlo bien". Y le suelto.

Ahora que tu cabeza está entre mis piernas y siento su lengua titubear entre los labios de mi sexo, me puedo permitir el sonreír de oreja a oreja. Sé que pondrá todo su empeño en hacerlo lo mejor posible. Sé que buscará mi placer antes que el suyo. Y también sé que no lo logrará. Nadie hasta ahora ha podido conseguirlo, y me da que él no será la excepción.

Y sí, siento un ligero cosquilleo cuando su lengua recorre mi sexo, llegando al clítoris y jugando con él, atrapándolo entre sus labios y soltándolo, golpeando suave con la lengua, succionando con suavidad. Bien, muy bien, pero definitivamente no lo va a conseguir.

Siento su aliento justo antes de que introduzca su lengua dentro de mí. Notará el sabor y la humedad y pensará que lo está haciendo bien, que está excitándome, dándome el placer que desea. Pero no. Esa humedad, ese deseo líquido es el provocado por su entrega, por lo que me dio antes, por lo que intenta darme ahora.

Su lengua inquieta, sus labios e incluso sus dientes recorren cada pliegue, cada rincón. Los minutos pasan y no cesa en su empeño. Casi escucho sus pensamientos, intentando encontrar algo diferente, intentando algo, lo que sea.

Me incorporo y él se aparta, con los labios y la barbilla húmedos. Acerco mi cara a la suya y veo que sus ojos también están húmedos. Cree que ha fallado. No voy a sacarle de su error, porque me ha complacido y mucho, aunque no como él esperaba. Acerco mis labios a los suyos y se los beso con suavidad, notando el olor, mi olor en su piel. Acaricio su mejilla y le sonrío, feliz.

Me encanta confundirle así. Mi reacción, para él, indica que no me ha dado placer, pero mi sonrisa le dice justo lo contrario.

Me levanto, recupero mis bragas, me acerco a él, arrodillado en el mismo sitio en que quedó. Paso una mano por su pelo y le digo "Buen chico".


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