Lo recuerdo con una sonrisa, a pesar de los años que han pasado y de todo lo que sucedió después. Era noviembre. Me ordenó registrar mi nick con su collar. Se supone que debería sentirme emocionada, feliz, jubilosa, pero lo único que sentí fue pánico.
Me conocía bien. Bueno, al menos esa parte de mí. Y me dijo que hablara. Yo ya sabía que lo que dijera iba a tenerse en cuenta, pero que no me aseguraba que su decisión final fuera la que yo deseaba. De hecho, a veces, mis razones conseguían el efecto contrario al esperado.
Así que, como siempre, fui sincera y directa. Le pedí que por favor esperara a después del primer encuentro real, que pasaría en unos días, antes de hacerlo. Que no sabía si sería lo suficiente, si daría lo suficiente, si le haría disfrutar lo suficiente, si aguantaría lo suficiente...
Él dijo que estaba seguro, que no le hacía falta saber nada más. Que registrara el nick en ese mismo instante pero que, por consideración hacia mí, no me haría usarlo hasta después de nuestro encuentro. Y así lo hice.
Y llegó el día. El tiempo a veces parecía ralentizarse y en otras ocasiones, volaba. Me preparé para él, pensando en qué haría conmigo y sintiendo esos nervios que nos hacen sentir tan vivos en algunas ocasiones.
Cuando entró, lo primero que hizo fue poner su mano en mi barbilla, subir mi cabeza y pedirme que le mirara a los ojos. Después de mucho esfuerzo, conseguí subir mi mirada hasta su nariz. Él se reía al ver mis intentos de mirarle a la cara, mientras me ponía colorada como un tomate. Siempre le encantó hacerme ruborizar, cosa, por otro lado, nada complicada de lograr.
Unas horas más tarde, mi aspecto había cambiado por completo. Me sentía pegajosa, pringosa, dolorida y feliz. Notaba la existencia de retazos de mi piel que hasta ese día desconocía.
De rodillas, desnuda en el centro de la cama, me pidió que cerrara los ojos. Obedecí y escuché el tintineo ya para entonces familiar de la bolsa de deportes que había llevado (llena de cosas sorprendentes para mí, todo sea dicho). Y sentí el roce de sus dedos en mi cuello, mientras me ponía el collar.
Era un collar de cuero negro, casi como un cinturón, con una trabilla metálica para enganchar la correa, también de cuero negro. Cuando ya lo tenía puesto, me dijo que abriera los ojos. Le pregunté si estaba seguro y me dijo que sí, pero que ya estaba seguro desde hacía mucho tiempo.
Cuando se fue, recorrí estancia por estancia, recordando qué pasó en cada sitio. Por primera vez sentí orgullo cuando me vi reflejada en el espejo, con el cuerpo medio retorcido para ver las marcas intensas aún en mis nalgas, los restos de goterones de cera aquí y allá. El resultado de su obra sobre mí. Y mi collar negro, destacando en mi cuello, oliendo a nuevo, rígido, calentándome por dentro y por fuera. Dormí con él puesto esa noche.
Al día siguiente, me ordenó ponerme el nick con collar. Muchas personas hacen ostentación de su collar. Otras sienten el orgullo natural de llevarlo. Yo sentía orgullo pero también sentía el peso que era llevarlo. La responsabilidad, porque mis actos, mi conducta, todo lo que tuviera que ver conmigo o con lo que yo hiciera o dijera, también le implicaría a él. Y tenía que redoblar mis esfuerzos por no equivocarme.
Muchas felicitaciones, mucha alegría... el primer día. Después empezaron a aparecer "amigas" o "conocidas" que me comentaban cosas "por mi bien", que intentaban darle un significado a cosas que tenían otro completamente distinto. Aparecieron bellas mariposas revoloteando a su alrededor, como si el hecho de haberme tomado (a mí o a cualquier otra, es una cosa que he visto con otras personas también), le convirtiera en una especie de trofeo.
El hecho de llevar collar también hizo que personas que jamás se habían fijado en mí, lo hicieran ahora. También como un juego o un desafío, supongo. Cazar a la sumisa con collar.
Era incómodo. Era irritante. Era triste. Tenía que rechazar los comentarios, sugerencias y ofrecimientos de esas personas, pero de forma educada, cuando a veces me habría gustado decir cuatro o cinco cosas bastante inconvenientes.
Le informaba a él de todo lo que sucedía. A él le hacía gracia ese repentino cambio de actitud de ciertas personas. Y seguimos en nuestro mundo particular, en nuestra burbuja que nos aislaba del resto de personas cuando estábamos juntos.
Nunca volví a llevar collar virtual, sí real. Me he ahorrado chismorreos, decepciones y malos momentos. Nunca he entendido que se quiera acabar con una relación, que se quiera ensuciar algo tan maravilloso. ¿Que él o ella no te ha elegido a ti o no se ha entregado a ti? Vale, escuece, incluso duele, pero el que esté con otra persona o no, no va a hacer que te elija a ti. Hay cosas que no se elige sentir. Y sí, hay cosas que no puedes dejar de sentir como quien da a un interruptor. Pero sí se puede decidir qué hacer al respecto.
Me han hecho mucho daño, como a tantas otras personas. Y precisamente por eso, por saber qué es lo que se siente cuando te dan donde duele, yo no lo haría. Quizás soy demasiado tonta o ilusa.
Anoche, tumbada de madrugada en mi cama, sin poder dormir, de repente y sin saber el motivo, recordé ese momento, el momento en que, con los ojos cerrados, me puso mi collar. Y sentí que tenía que contártelo, no sé porqué. Tal vez porque deseo que tú sientas o vuelvas a sentir algo parecido al poner o recibir un collar, con todo lo que conlleva, la responsabilidad y el orgullo. O quizás simplemente era una especie de purga de mi cabecita loca, a saber.
Asi es , muy real el collar para algun@ es como un reclamo de llamar la atención, mira que soy buena que ya tengo Amo, o mira que sumisa mas buena es Mía.. Muchos se empeñan en derribar esa felicidad por egoísmo, o simplemente por llevarse el trofeo, sea el Dom o el sum. Muy pocas personas, lo llevan por deseo de sentirse atadas a su su Dom, llevarlo con orgullo y servirle en todos los sentidos. De cabezita hueca, nada, me encanta tu forma de vivir esta vida.
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