Habían pasado ya casi tres meses desde que su mundo se volvió cabeza abajo. Un nuevo comienzo, con la ilusión y el miedo que ello conllevaba. Necesitaba una distracción para las pocas horas que le quedaban libres durante la jornada. Algo suyo, algo que no tuviera relación con el pasado ni con nadie de esa época. Y así, volvió a una de sus diversiones favoritas: el trivial online.
Buscó un lugar con poca gente y pocos días más tarde, ya se había hecho al programa con el que se jugaba y empezó a divertirse. Con el paso del tiempo, entre partida y partida, empezó a charlar y conocer a los demás usuarios, creando así una atmósfera casi familiar en ese canal.
En una de esas ocasiones, en una charla con un usuario, él le preguntó si sabía qué canal del chat tenía más usuarios. La mujer, pensando que era lo más lógico, contestó que el canal #sexo, o alguno similar. Con una risa, el usuario le indicó que no, que el canal con más usuarios era #mazmorra.
La mujer, en su ignorancia, pensó que sería un canal dedicado a algún videojuego, como Dragones y mazmorras o similar y así se lo hizo saber al usuario, quien, tras una carcajada mayúscula, le aclaró que no, que en ese canal "unos iban a pegar y otros a que les pegaran". La mujer quedó sorprendida, preguntándose cómo sería eso de pegar o ser pegado en un chat. Y ahí quedó la cosa.
Días después, en un parón en el que no había juego ni charla, la mujer se dedicó a una de sus aficiones: pedir una lista de canales y leer sus tópics.En ellos había encontrado cosas interesantes, divertidas,ingeniosas...
Al llegar a #mazmorra, se fijó en que el tópic era una dirección web en la que se anunciaba que estaban las normas del canal. "Ajá, si leo las normas me enteraré de qué es eso de pegar o dejarse pegar en un chat". Dicho y hecho, sin pensar más, clicó en la dirección, sin darse cuenta de que así lo que hacía, al estar en la lista de canales, no era entrar en la web sino en el canal en sí.
En cuanto se dio cuenta de lo ocurrido, salió del canal, con el corazón acelerado y sintiéndose ridícula. Apenas unos segundos más tarde, un nick desconocido le abría un privado. Un usuario de #mazmorra se había fijado en su nick entrando y saliendo
Ella se disculpó y explicó lo que había pasado. La reacción del hombre la sorprendió, ya que se ofendió muchísimo al leer lo de "pegar y ser pegado". Acto seguido, le empezó a hablar de una cosa llamada BDSM. Le dio varias direcciones web con información al respecto y le dijo que cualquier duda que tuviera, se la consultara sin problema.
La mujer se lo agradeció y se dispuso a leer sobre ese nuevo mundo que había descubierto de forma totalmente accidental. A medida que iba leyendo la información que le había pasado el hombre, sentía una especie de liberación, de tranquilidad. Porque a lo largo de su vida, se había sentido rara, incluso enferma por las cosas que imaginaba, deseaba y fantaseaba. Cosas que había relegado a un rincón de su mente y había cubierto con el polvo de lo considerado socialmente normal y aceptable.
También sentía que era terriblemente complicado vivir una "vida BDSM", que había que ser muy fuerte, muy segura, tener las cosas muy claras. Entregarse a alguien o aceptar tener en tus manos a otra persona era, para ella, una de las cosas más difíciles del mundo.
Le agradeció al hombre la información que le había aportado. Compartió con él sus pensamientos y él fue muy agradable con ella. Empezó a hablarle todos los días, a esperar los momentos entre partidas para hablar con ella.
La mujer temía que el hombre pensara que ella podía ser sumisa, así que le dijo claramente que no era así. Una mujer sumisa era una mujer valiente, una mujer fuerte. Lo que ella no era ni sería nunca. Él dijo que bueno, que simplemente quería hablar y ella se sintió un poco tonta por haber pensado algo tan absurdo.
Una tarde, repentinamente, en medio de una conversación totalmente insulsa, el hombre le dijo "Tráeme las zapatillas". Ella frunció el ceño al leer esa frase, con una media sonrisa en los labios. ¿Que le lleve las zapatillas?. Así que le dijo que no, que no se las llevaba.Él no dijo nada, sólo siguió con la conversación, como si nada. Pero ella quedó inquieta. No hacía más que darle vueltas a su petición y su negativa. No le habría costado tanto teclear una frase o dos, diciendo que se las llevaba. Pero por otra parte, !qué tontería¡ ¿no?
La actitud de él no cambió en los días siguientes. Esperaba pacientemente a que acabara una partida para charlar unos minutos antes de empezar la siguiente. Ella se pasaba todo el rato pensando en zapatillas y sintiéndose ridícula por hacerlo. En el fondo, deseaba que él se lo volviera a pedir, para así librarse de ese desasosiego que tenía encima.
No lo hizo. Siguió hablándole de poesía, de fotografía, de viajes, paisajes... Y lo que pasó después, bueno, eso es tema de otra historia.
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