sábado, 20 de agosto de 2022

Cubiertos

Desnuda, el cuerpo extendido sobre la superficie de la cama, relajada pero al mismo tiempo anhelante,sus ojos cerrados...

Un hombre se sienta mirándola de cerca. Observa lenta y perezosamente la piel expuesta ante él. Blanca,suave, apetecible. Quizás demasiado blanca. Juguetea con un tenedor, pasándolo de una mano a otra.

"Es una delicia". El súbito pensamiento despierta una idea. Y se inclina sobre la espalda de la mujer, tenedor en mano.

Coloca las cuatro púas en la superficie, justo bajo el cuello y hace presión. Ve cómo se hunden, formando cuatro hoyuelos idénticos. Ella se estremece ante la sensación y esa piel tersa y casi perfecta se eriza suavemente. El hombre coloca su dedo índice sobre la curvatura del tenedor, para facilitar la guía y la presión y hace que se deslice hacia abajo, resiguiendo la columna vertebral. Cuatro líneas blancas paralelas que se van transformando en suaves caminos rosados al cabo de unos instantes.

Al llegar a las nalgas, se detiene. Ve el resultado de su obra y sonríe. Aumenta la presión del tenedor a medida que lo desliza hacia el cuello otra vez, en esta ocasión por el costado más cercano a él, dibujando curvas y volutas. Ella se mueve ligeramente, señal de que quizás esté presionando demasiado, así que se detiene, se echa atrás y la mira. No tan blanca ahora, no tan suave a la vista, pero increíblemente más deliciosa y apetecible.

Se levanta, mete una mano bajo el cuerpo femenino y empuja hacia arriba y hacia un lado, indicándole que debe girarse, quedar boca arriba.

Traza un círculo casi perfecto rodeando el ombligo,sube hacia el pecho derecho y al llegar a la base, levanta el tenedor  y comienza a pinchar aquí y allá, a veces con suavidad, otras veces con algo de violencia. Ella reprime un gemido, sus pezones se erizan, captando la atención masculina.

Pasa las púas del tenedor por los pezones, levemente.Ella sonríe y al verlo, él la abofetea con la mano libre, haciendo que jadee más por la sorpresa que por el golpe en sí.

Decide que ya basta, así que como broche final, con la presión justa para no hacer herida, dibuja una P en su vientre, con la intención de que sea la última marca en desaparecer.

Se pone en pie y se desabrocha el cinturón. Ella entreabre los ojos, anhelante, deseándole, como sucede siempre que le tiene cerca. Él se saca el cinturón, enroscando el extremo en un puño. Ella parpadea y siente ya el cosquilleo de lo que se avecina.

El hombre chasquea los dedos y ella se pone automáticamente a cuatro patas. Las líneas de la espalda apenas se perciben ya, pero él mantiene la vista fija en ellas mientras su cinto tiñe de rosa la piel de los glúteos. Ella, inconscientemente, balancea las caderas levemente hacia adelante y atrás. No. El placer es de él. Así que lanza un golpe certero a la entrepierna que hace que ella aúlle y se quede quieta. Bien.

Le acaricia suavemente con la punta de los dedos antes de pellizcarle. Ella gime. Él coge su cabello y tira de su cabeza hacia atrás. Sin soltarla, da un paso lateral para verla mejor. Las mejillas húmedas de lágrimas contradicen el brillo de sus ojos y su mirada hambrienta.

Satisfecho, recoge el tenedor, se vuelve a poner el cinturón y sale.

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