Una estancia en penumbra, apenas amueblada con un sofá, una alfombra y una tupida cortina que cubre los vidrios de la ventana y les aisla aún más del exterior.
Él está sentado en el sofá, serio y pensativo, taladrando con la mirada a la mujer que está en pie ante él.
Su mente se llena de imágenes, fantasías y posibilidades. De momento, disfruta del tenue temblor apenas percibido en el cuerpo femenino.
Ella tiene la barbilla casi tocando su pecho, la mirada baja. Nota el nerviosismo en cada poro de su piel y se sorprende cuando piensa que, apenas diez minutos antes, estaban charlando y riendo, relajados en el salón. Entonces no tenía ningún problema con su mirada ni notaba el irritante rubor cubrir sus mejillas. El silencio y el escrutinio al que está siendo sometida hacen que su cuerpo vibre cada vez más, la convierte en puro nervio.
interior.
Él se levanta y camina alrededor de ella. Ella siente los dedos masculinos rozar apenas la piel de sus nalgas expuestas. El roce de la ropa sobre el cuero le indica que él se ha vuelto a sentar. "A cuatro patas, sin moverte del sitio".
Es fácil, sus rodillas ceden con total facilidad. Las acomoda sobre la suavidad de la alfombra e, inclinándose, coloca las palmas de las manos también sobre su superficie. Le tensa más el hecho de no poder verle, así que cierra los ojos intentando así agudizar más el oído. "Cabeza al suelo". Inclina los hombros hacia abajo, coloca sus manos una sobre otra y, coronándolas, apoya la frente sobre ellas. Se siente y está, más expuesta. Los segundos parecen alargarse eternamente, mientras sigue esperando.
Le oye levantarse y escucha el sonido de una cremallera al abrirse. Recuerda, en un rincón, una bolsa oscura, colocada con cuidado y sabe que es el momento de descubrir lo que guarda en su interior.
Mientras piensa en eso, repentinamente, sin más, siente el fuerte impacto de su mano en la nalga izquierda. La sorpresa, por inesperado, hace que se tambalee ligeramente. Su piel, tras unas décimas de segundo, empieza a calentarse en el lugar del azote. Ella inspira profundamente, esperando más. Pero el segundo azote no llega. Ella frunce ligeramente el ceño, gesto fruto más de frustración por no saber que de otra cosa.
Él se inclina ligeramente sobre ella, dejando que dos de sus dedos se deslicen entre sus piernas, sin llegar a penetrarla, pero lo bastante como para sentir cómo comienza a humedecerse. Y es sólo el principio, piensa complacido. Esa piel tan blanca que casi reluce en la penumbra de la habitación, quedará totalmente teñida de tonos rosados, rojos e incluso algún toque púrpura. Toda para él, a su disposición. Pero él es paciente y sabe disfrutar y paladear cada fase de la sesión. Y ahora se alimenta de la sensación de vulnerabilidad que emana de ella. Desvía la mirada ahora hacia el contenido de la bolsa de deporte que con tanto cuidado dejó preparada unas horas antes. Duda con qué empezar...
Finalmente decide optar por lo clásico. Según reaccione a ello, podrá ir subiendo la intensidad y cambiando de artículo.
Con el flogger en la mano se acerca hacia ella, quiere que vea el instrumento de placer y tortura que va a utilizar, quiere que se imagine lo que va a sentir antes de comprobar cómo será la realidad.
"Mírame". Ella levanta la cabeza como a cámara lenta, como si le pesara varias decenas de kilos más.
Le cuesta, lo noto y me gusta. Me gusta mucho eso.
Ella no sabe si será capaz de mirarle. Se siente tonta, porque no hace tanto que le miraba a los ojos mientras charlaban y bromeaban, pero ahora.... Ve que tiene las manos ocultas tras la espalda y se pregunta qué sostendrá con ellas... tal vez nada. Los últimos centímetros,hasta mirar su cara, le resultan casi imposibles de superar, pero lo consigue, con gran esfuerzo. Es irritante sentirse así. Irritante,emocionante y excitante. Se muerde los labios y sus ojos danzan sobre toda la cara masculina,incapaces de permanecer más de un segundo sobre su penetrante mirada.
"Mira lo que tengo para ti" dice él mientras mueve las manos para mostrar lo que tenía a sus espaldas.
Ella baja la mirada, con curiosidad por saber qué es, con alivio por poder evitar su mirada directa y con curiosa ansiedad por saber qué es lo que le espera. Cuando ve el flogger, su boca se desencaja, sus ojos se abren desmesuradamente y un sudor frío cubre todo su cuerpo. Toda la tensión, ansiedad, excitación, curiosidad y sumisión se borran de un plumazo al ver el artefacto que él porta entre sus manos.
"¿Pero qué coñ...?" masculla mientras se levanta, recogiendo con furia y rapidez las prendas de ropa y saliendo con ellas en la mano, sin siquiera ponérselas.
Él se queda mirando, anonadado, la puerta entreabierta por la que ella acaba de salir. Unos segundos más tarde, escucha un portazo, el de la puerta de la entrada principal y le parece escuchar un sonido apagado extraño, como una carcajada.
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