lunes, 15 de agosto de 2022

Castigo

Un cuarto oscuro, sólo iluminado parcialmente por la temblorosa llama de una vela. Ante ella, arrodillada y sobre sus talones, una mujer observa el baile del fuego. Su silueta apenas se vislumbra. Los rasgos de su cara, serenos, oscilan con el movimiento de la vela encendida.

Desde el dintel de la puerta abierta, de cuando en cuando, un hombre observa la escena. La constancia en la quietud, la calma, la paciencia de la mujer ante la llama le llenan de satisfacción y tranquilidad.

Ella siente su presencia, como un tirón dentro de su cuerpo hacia el lugar en el que se encuentra. Pero está centrada en ver la llama, en apenas parpadear, en permanecer inmóvil.

Es su castigo. Soberbia, orgullo, engreimiento, egoísmo. Todo ello solapado con una falsa modestia y humildad.

Con el tiempo aparecieron las molestias, que se convirtieron en dolor. Las lágrimas brillaban en su cara, lanzando destellos plateados con el baile de la pequeña luz frente a ella. Una pequeña luz, sí. Una llama frágil pero que ahuyentaba la oscuridad a su alrededor. Que incluso daba calor y compañía. Y empezó a sentirse humilde ante ese cabo de vela que se iba agotando con el tiempo, cuyas lágrimas de cera parecían espejo de las que corrían por sus mejillas.

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