Hastiado, veo el collar que no hace tanto rodeaba su cuello. El símbolo de lo que éramos el uno para el otro, lo que ella había catalogado como su joya más preciada, la ùnica prenda que necesitaba llevar puesta para sentirse ella misma.
No era un cuento de hadas, ni un guión de una película de fin de semana. Era una relación, nuestra relación, que fuimos creando paso a paso, creciendo juntos, de la mano. Ella era mía y así la sentía.
Creamos juntos espacios donde reunirnos con personas afines, lugares donde encontrarnos, charlar, compartir... Era mi orgullo verla moverse entre nuestros invitados, repartiendo sonrisas, comentarios agradables, bromas.
Era consciente de su fuerte carácter, es más, me gustaba ese rasgo suyo, me complacía aún más sentir cómo se refrenaba ante mí, cómo se doblegaba a mis deseos, a mi presencia.
Todo maravilloso, sí. Con sus vaivenes superados que acrecentaban nuestra relación. Hasta que se rompió. A veces es necesario cortar relaciones como se corta la carne en un quirófano, para poder sanar y seguir adelante. Es doloroso, aun cuando es necesario y no queda otra salida.
No fue fácil, ni limpio. Por experiencias anteriores, sabía que era cuestión de tiempo dejar esa amargura atrás y guardar sólo los buenos recuerdos. Y me dispuse a seguir adelante, una nueva etapa, con ese vacío que ella llenó durante tanto tiempo.
Pero al igual que algunas heridas escuecen, pican y sanan, hay otras que crean una costra bajo cuya superficie supura la infección. Yo no supe nada hasta que me acerqué a casa de unos de nuestros amigos. No caí en el infantilismo de crear bandos. La relación era nuestra, sólo nosotros nos separamos. Por ello mi sorpresa y disgusto fue especialmente intenso al verme rechazado una y otra vez por las personas que antes acudían alegres a mi casa, a ese espacio que creé para las reuniones. No entendía nada.
Ese carácter tan suyo había aflorado. Ese conocimiento de todos nuestros conocidos y amigos era ahora utilizado en mi contra. Rumores, comentarios intencionadamente inocentes. Sutilezas. Nada contra lo que poder luchar, nada que poder afrontar. Se creó a mi alrededor una especie de neblina de sospecha que mantenía a la mayoría alejada de mí y cerca de ella.
La conozco. Sé que se siente triunfante. Que ha urdido con paciencia e inteligencia esta red de palabras no dichas y acusaciones no formuladas. Sé también que su orgullo le escuece cuando se entera de que alguien me acompaña, de que esos salones antes repletos de gente, ahora están más vacíos de personas pero más llenos de risas y charlas.
Y veo el collar y me siento hastiado por todo esto. Ese collar que ceñía su cuello, que era acariciado por los rizos de su cabello, representa ahora el engaño, la mentira, la manipulación.
Y me digo una y otra vez que es mentira, que no importa. Y la mayoría de los días y las noches, funciona. Me arropo en las palabras de quienes me acompañan.
Y lo que más me duele son los recuerdos, recuerdos de miel que ahora amarga.
Buenos días preciosa captación del momento... Ni los buenos son tan buenos, ni los malos somos tan malos.....
ResponderEliminarCuanto sentimiento, cuanto dolor, cuanta realidad !!! enhorabuena
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