lunes, 28 de octubre de 2019

Todo da igual, si tienes alguien a tu lado

Todo da igual, si tienes alguien a tu lado

Dominar o ser dominado
da igual siempre y cuando tengas alguien a tu lado.
No hay mayor placer que producir un sentir
ya sea el palpitar, estremecer o gemir
pero tambien se puede sentir en silencio
padeciendo todavía aun más sufrimiento.

No es cuestion de sufrir sino de hacer sentir
en silencio o con algarabia
pero mejor siempre en compañia
incluso en los silencios mas profundos y amargos
mejor tener cerca una piel
aunque sea de alguien odiado.

Si sientes estas vivo
si vives podras hacer sentir
si puedes sentir podrás dominar o ser dominado
pero siempre necesitarás a alguien a tu lado.

SweetChildOfMine_

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Administración del canal #BDSM

Poema

cuando tú no estés
bailaré solo
iré por el camino más largo 
hasta caer para no levantarme 
        y en la cabeza 
        una corona de ortigas 
cuando tú no estés
las arañas tejerán mis lágrimas 
oiré desde el fondo a los lobos 
cantar tus alabanzas 
        y en la cabeza 
        una corona de ortigas 
cuando tú no estés 
vagaré sobre las ruinas 
y volaré como un pájaro 
como un pájaro en el fondo del mar 
        y en la cabeza 
        una corona de ortigas 
Lieder
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Administración del canal #BDSM

La flor perdida

LA FLOR PERDIDA
 
Soy una flor que en la primavera ha nacido
Soy una flor en el campo perdida
Soy una flor con el cuerpo desnudo el alma perdida y la mente vacía
Soy una flor esperando que alguien la encuentre y de sentido a su vida
Soy una flor que quien la encuentre la plante en el Edén de su vida
Soy una flor obediente sumisa y esclava del destino de su vida
Soy una flor que el Ama que la encuentre cubra su cuerpo llene su alma y mande en la mente con sus fantasías
Soy una flor que brillará a la obediencia de la Ama que en regazo cobija
Soy una flor esclava a la Ama que da sentido a su vida
Soy una flor que si nadie me encuetra moriré con el alma herida
 
yenny
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Administración del canal #BDSM

domingo, 27 de octubre de 2019

En mi pasión

EN MI PASION
 
   Cuando me entregue a mi amor me entregue de cuerpo mente y alma  esa era mi decisión,entregarme  en mi destino a las decisiones de mi Ama a la que obedecería amaría adoraría, y seria destino de sus pensamientos sobre los mios. Asi encontré mi felicidad. Hoy soy
su sumisa su exclava y la persona que adora a su Diosa.
 
 
yenny
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Administración del canal #BDSM

viernes, 25 de octubre de 2019

Encadenada



Encadenada
Pasaje extraído de la obra La espada negra. Libro I de la leyenda de Jhuno.
Publicación con permiso del autor





Pasó largo rato hasta que llegaron a sus oídos los pasos de su señor que nada más entrar en esa estancia de la haima se acercó a su oído y susurró su nombre cristiano.

—Silvia.

Ella se estremeció, y no pudo articular palabra. Era consciente de que estaba a su merced y no podía hacer nada, nada en absoluto, ni siquiera saber cómo era, quién era, si era joven o viejo, si era apuesto o no. Estaba a ciegas, y eso le hacía acrecentar más los otros sentidos, todos los sentidos menos la vista. Quizás eso era el fin de vendarle los ojos. Era una contradicción total, por un lado, deseaba, por otro le aterraba y odiaba. Sentía su respiración junto a ella, pero nada más, no hablaba, no hacía nada, suponía ella que estaba admirando su belleza, y eso la enardecía, pero a duras penas conseguía sosegarse en su ardor.


Comenzó a tocarla suavemente, a lo que ella reaccionaba de distintas maneras, en las caderas, en los pechos, en los glúteos, en los labios, eran más roces que otra cosa, y ella se movía, jadeaba, incluso se contorsionaba, estaba claro que su cuerpo tenía el deseo, aunque el deseo no fuera con ella.


Continuó así un buen rato, ella no osó hablar, su señor no le había hecho ninguna pregunta ni le había dado permiso para hablar, había sido perfectamente adiestrada y no cometería la falta de dirigirse a él, sin su permiso expreso o tácito.


Aquel hombre sabía lo que se hacía, había acrecentado la sensación de sus sentidos menos el de la vista, y hacía todo lo que podía para que su cuerpo lo sintiera, lo oliera, y sí, lo deseara, aunque ella se negara a ello.


La joven luchaba en su interior entre el deseo de su cuerpo y sus principios cristianos acrecentados por la altivez de que fuera en otro tiempo una joven dama deseada.


Luchaba en su interior, y sí, se prometió no ponerle las cosas fáciles a su señor, él tendría su cuerpo, pero no su alma, nunca la tendría a ella por entero.


El juego erótico continuó, la tocaba, se alejaba, la dejaba con ansias, con más ganas de placer, su cuerpo se movía y sus movimientos eran inequívocos, ella, su cuerpo quería más, pero él no se lo iba a dar, al menos aquella noche. La esclava jadeaba, emitía ligeros sonidos indescriptibles a cada roce, pero tuvo mucho cuidado de no articular palabra.


Si su cuerpo lo deseaba, ella lo aborrecía, lo odiaba por lo que estaba haciendo, era consciente de que aquella primera noche sería la primera de una larga sesión de sometimiento a la que se iba a ver abocada en lo sucesivo. Pretendía así su señor doblegar su voluntad, a través de su cuerpo que llegara a desearlo tanto que cayera en sus brazos como fruta madura, y eso no sucedería nunca.


Los roces siguieron por zonas cubiertas por el vestido, los dedos del señor tocaron los senos de la joven que se estremeció sobremanera, los palpó, los acarició, y se entretuvo en ellos largo rato, los pezones reaccionaron al contacto y sus pechos se pusieron aún más turgentes si cabe. Ella contra su voluntad no podía hacer nada por evitarlo. Odiaba lo que le hacía, pero le gustaba, le gustaba tanto.


Aquella noche iba a ser interminable pensaba Faridah, cuando se vio sorprendida por una pregunta de su Señor.


— ¿Silvia, te gusta lo que te hago?


—Sí, mi señor —contestó, qué iba a decir, ella era su esclava, su esclava. Él su dueño, su señor. Le aborrecía, pero de él dependía su vida y su muerte.


Los roces siguieron su curso y las manos bajaron por el vientre, los glúteos y la entrepierna, y a cada movimiento ella reaccionaba con mayor virulencia, con más ardor, hasta el punto de descontrolarse, ya no podía ni pensar, su odio se desvanecía con cada movimiento de las manos y dedos de su señor, aquello era un suplicio, no sabía si lo podría aguantar.


La lucha en su interior dio lugar a una exteriorización en forma de lágrimas, sí, estaba llorando, estaba siendo sometida, y lo deseaba, era sometida y no podía defenderse, lo odiaba, y eso la hacía llorar. Su cuerpo mientras tanto caminaba en otra dirección que su mente, se hacía más receptivo cada minuto que pasaba, y él seguro que lo notaba, vaya si lo notaba.


El suplicio acabó de golpe, unas dos horas después de su comienzo él se alejó y se fue. Poco después llegó el joven eunuco que la desato y la llevo a su haima, donde acostada estuvo llorando toda la noche, por dejarse hacer y por su odio a sí misma y a su señor. Lloraba porque sabía cuál iba a ser a partir de ahora su vida.


En el tiempo que estuvieron en la ciudad de Kawkaw (Gao), durante dos semanas, su señor no volvió a llamarla ninguna noche.


Faridah se dedicó a durante ese tiempo a recordar lo que había pasado aquella noche, a analizar por qué habían reaccionado su cuerpo y su mente en sentido contrario, y eso la embargaba en una gran pena.


Iba con Samîr a ver el zoco, pues tenía casi entera libertad de movimientos, aunque pensándolo bien, dónde podía ir. En el zoco podía comprar algún abalorio o adorno que le gustara, eso le había dicho el joven eunuco, el cual llevaba algún dinero para las compras que se hicieran.


Cuando ella se encaprichaba de alguna tela u objeto se lo decía a Samîr, y era este el encargado de regatear con el comerciante, y lo hacía bien, hasta el punto de que en más de una ocasión y al haber dado por rotas las negociaciones se alejaba con ella del lugar consiguiendo en último extremo el precio solicitado del comerciante corriendo detrás de él, aceptaba el último precio so pena de no vender.


Así pasaron aquellos días, hasta que en la noche del décimo cuarto en que estaban acampados, se comenzaron los preparativos para la marcha del día siguiente. La caravana del Sahel se ponía en camino de nuevo hacia el este, hacia lo desconocido por Faridah, cada día más lejos de las tierras que la vieron nacer libre y cristiana, a las que, cada vez que pensaba en ellas, dudaba volvería a verlas.


Ella se preparó también para la marcha, así se lo habían ordenado, y siempre se recordaba a sí misma que ahora era una esclava, esclava por obligación, forzada en todo momento de su existencia a hacer lo que su señor quisiera en todos los ámbitos.


Pero aquella misma noche Samîr le había comunicado que no volvería a la haima donde hasta ahora había pasado las noches, que descansaría en ella, en ella se asearía y cenaría cada noche, pero dormiría encadenada a los pies de su señor en su haima.


Faridah sólo asintió, no dijo nada, no se atrevió a hacerlo. Pensaba qué clase de hombre era su señor que no la poseía, pero quería que durmiera a sus pies. No lo comprendía. Pero ella era su esclava y sus deseos eran órdenes para ella.


Él, por otra parte, la quería siempre a su lado. Pensaba que disfrutaba viéndola humillada, observando que pese a su aparente docilidad su odio se acrecentaba en su interior. Y allí estaba ella, postrada a sus pies, a su disposición para lo que él quisiera, cuando y como quisiera.


Le gustaba tenerla encadenada a sus pies, le hacía saber a ella que no era más que un animal de su propiedad, para que le hicieran recordar a cada momento quién era ahora, a quién pertenecía, y quién había sido en otro tiempo y otro lugar.


Así pasaron las noches, mientras la caravana se desplazaba hacia el este, alejándose cada día más de la tierra que la vio nacer, y a ella le embargaba un gran pesar. Por otro lado, su cuerpo deseaba algo más, y entre su cuerpo que la atormentaba con sus deseos y su alma que lo hacía con sus odios y pesares apenas conciliaba el sueño. Pero nadie sabía que, en el trayecto, y por el día, se había acostumbrado a dormitar a escondidas del sol del desierto y mientras el camello marcaba el paso lentamente por las arenas.


Una noche le preguntó su señor si sospechaba siquiera quién era, a lo que ella contestó con una negativa.


—Te gustaría saberlo, —le volvió a preguntar—.


—Como desee mi señor —contestó ella—.


—Está bien, te voy a descubrir el rostro, y vas a mirarme, y a saber quién soy. Pero una cosa sí te voy a decir, —puntualizó—, que seguiré siendo tu dueño, y tú seguirás siendo mi esclava, no lo olvides.


—No mi señor —contestó ella—.


Esa noche estaban en el oasis de Timia, y el frescor de las sombras y la abundante agua hacían que la estancia fuera más prolongada de lo habitual. Allí estarían tres noches, donde harían acopio de agua, para llegar con ella a las orillas del lago Chad, más al este.


Este oasis, ubicado en las montañas Air en el norte de la Nigeria actual, está considerado como el más bello del país. Este lugar que se levanta en uno de los lugares más hostiles de la Tierra, posee una rica red de exuberantes jardines.


Los visitantes que visitan este poblado Tuareg podrán ver una pequeña cascada (solo en temporada). En este oasis de montaña es posible encontrar cultivos de cítricos, granadas, datileras, hortalizas en general.


Después del calor abrasador del Sáhara, el oasis de Timia es el perfecto descanso de viajeros que pueden disfrutar de una sombra refrescante y de los huertos cuidadosamente cultivados por el pueblo Tuareg.


Desde el primer momento de la noche, cuando ella llegó a la haima de su señor, notó que era distinta a las noches anteriores, notaba que algo había cambiado.


Él le dijo que se levantara, a lo cual ella obedeció, pero haciéndolo con la cabeza baja. Se acercó a ella y la puso de espaldas a él, quitándole la venda de los ojos, y diciéndole que se desnudara por completo, se diera la vuelta lentamente y no dejara de mirarlo a los ojos.


Ella se desnudó totalmente ante él, cerrando los ojos, pues no podía soportar la mirada de su señor sobre su desnudez, y comenzó a girarse hacia su dueño.


—Mírame, —ordenó él secamente—.


Se cruzaron las miradas, ella le aborrecía aún más.


En aquellos instantes que ella miró a su dueño, pasaron gran cantidad de imágenes y recuerdos por su cerebro. Aquellos tiempos en que, en Miróbriga, ella era una doncella cristiana, donde era pretendida por todos aquellos jóvenes cristianos o musulmanes que la vieran.


En aquellos tiempos en que su orgullo la hacía levantar la cabeza, que ahora llevaba inclinada al ser una esclava, sí, ahora era la esclava del hombre al que rechazó como esposo hacía unos años, Ibrahim Muntassir.


Se preguntaba cómo podía haber sucedido esto, pero luego recapacitó, y si bien era su esclava, también le había separado de una muerte cierta de haber seguido en el final de la caravana, donde su cuerpo y su espíritu cada día se encontraban más quebrados.


Cuando el joven Ibrahim Muntassir vio la mirada de odio de su esclava, a la que amaba con pasión, y a la que miraba deleitándose en su cuerpo, comprendió que no era merecedor de ella. No podía evitar lo que estaba pasando, pero no la tendría jamás. Podría violarla, maltratarla, pero ella no cedería nunca.


Acercó su mano a su hombro, apenas rozándola. Recorrió todo su cuerpo, aprendiéndoselo de memoria, su pecho, su vientre, sus muslos, su espalda. Ella no se movía, ella era la esclava, y pese a ello en esos momentos estaba llena de orgullo que tuviera en otros tiempos.


Las caricias se hacían más apremiantes, de la dulzura del principio se iba pasando suavemente a la fuerza, de la caricia del roce se pasó a la presión, y ella se dio cuenta de que en realidad prefería esa rudeza.


Sin quererlo su cuerpo reaccionaba, se dejaba llevar, y ella se odiaba y le odiaba más por eso. Empleó toda su voluntad para reaccionar y la halló en la inquina que le profesaba.


Logró moverse, zafarse de él y clavando sus ojos en él, interiormente le dijo: —Jamás me entregaré a ti, jamás me entregaré a ti. Te odio y te odiaré siempre, me das asco. Palabras que le hubiera gustado decir para que las oyera, pero que no se atrevió a repetir en voz alta, por temor al castigo.


No obstante, él se quedó un momento quieto, viendo la mirada de odio de su esclava, y la furia se apoderó de él, sus ojos comenzaron a echar fuego, avanzando resueltamente hacia ella con tal ímpetu que ella que hasta ahora se había dejado hacer, retrocedió asustada de lo que leía en su mirada. Pero no había escapatoria. Le agarró por las manos; luego pegó el cuerpo de ella al suyo. La esclava notó cada músculo y tuvo miedo.


Le ató las manos a la argolla del poste central de la haima, y quedó así colgada. Siempre había estado indefensa ante él, ahora lo era de verdad. El giraba en torno a ella; ella temblaba de miedo, con odio y asco a la vez. Había desatado el monstruo que había en el interior de su amo. Era una lucha y ella no estaba dispuesta a perderla. Aguantaría.


No vio como cogía un látigo, y tras oír el zumbido, notó en su cuerpo el primer azote del cuero, el segundo...Paraba y comenzaba de nuevo, descargando el látigo sobre sus glúteos. El látigo o sus manos. Prefería esa tortura a que la tocara.


Él se mantenía detrás de ella. Otra vez sus manos, en los pechos; jugó con sus pezones, los pellizcó, los retorció, y ella olvidando el miedo al castigo, gritaba de dolor, y ese mismo dolor le hacía insultarle, provocarle, lo cual sólo hacía que él se excitara más.


Mientras con una mano seguía torturándole los pechos, notó como con la otra mano bajaba por su vientre hasta su sexo. No eran caricias, era una demostración de que era su posesión. Él era el dueño, su dueño y así se lo hacía saber.


Hurgó en su cuerpo sin contemplaciones. Jugó, torturó, azotó. Ella no sabía el tiempo que tendría que soportar aquello. Le provocaba arcadas el simple contacto de sus manos. De repente, él paró. Por unos instantes, pensó que todo había acabado. Pero él había cambiado de táctica. Ahora eran caricias, dulces y sabias. Prefería la rudeza, la tortura, ante eso tenía defensa, ante la ternura no.


Entre las caricias él iba abriendo cada vez más. Sentía esa mezcla de dolor y de placer que iba subyugándola. Intentaba no sentir, no ceder, así que se concentró en su odio, en su vida antes de ser su esclava.


Él la hizo apoyar sobre una mesa y la penetró, con calma, sin dejar de acariciarla los pezones, el clítoris, con maestría. Ella sabía lo que él buscaba y no se lo iba a dar. Se dejó hacer deseando que acabara cuanto antes porque no estaba ya segura de aguantar. Sintió como él empujaba. Su cuerpo se dejaba hacer y le gustaba. Se odiaba por ello y le odiaba a él por hacerle sentir así. Pero no se permitiría que él supiera lo que estaba sintiendo. Ella notaba la excitación de él, por sus movimientos, cada vez más fuertes, más seguidos. Y según lo notaba, la suya ascendía también. Sólo quería que él acabara o le daría lo que quería, y eso jamás.


Lanzó un grito, había estallado. Ella sintió que al menos esa batalla la había ganado. La próxima quizá no. Pero ésta sí. Aunque le odiaba con toda su alma, la reacción de su cuerpo la había desconcertado.


La miró y volvió a ver odio y algo más que fue incapaz de definir. Era suya y así sería. Le dijo ¡vístete! y volvió a encadenarla. Se fue y ella fue consciente de que volvería a usarla y en el fondo, muy en el fondo lo deseó.


[Jhuno]


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Administración del canal #BDSM

martes, 15 de octubre de 2019

Simplemente una escena de sexo

Sofía cruzó el pasillo y subió a su habitación. Se colocó junto a la ventana y encendió un cigarrillo. 

No dejaba de pensar en su relación con Víctor, había pasado más de ocho años y todo seguía igual.
De pronto alguien abrió la puerta. Sofía no se dio la vuelta para mirar quién era.
Sintió las manos de él sobre sus hombros. Continuó sin mirar, ...sabía y sentía que era él._
Qué mosca te ha picado? _le preguntó él con voz enojada.
_Ocho años_ contestó Sofía amargamente_ .Y continúas casado con ella.
 
Te explicado muchas veces que no es el momento, si me separo ahora lo pierdo todo. Tenemos que esperar, nena.
Ella continuó fumando en silencio.
Las manos de él se movieron de prisa detrás de ella. Le pasó un brazo en torno de la cintura y la apretó contra él, mientras que con la otra mano le levantaba la falda. Los muslos y las nalgas aparecieron desnudos por encima de las medias. Él le cubrió el pubis con la mano.
_Estás chorreando_ dijo con voz entrecortada.
Ella continuó sin moverse.
_Es mi estado natural_replicó.
Se oyó el ruido de la cremallera del pantalón,.luego, presionando con una mano en medio de la espalda la hizo doblegarse sobre el alfeizar de la ventana. 
Un instante después ella lo sintió abultado y duro en su interior. Jadeó, el pitillo cayó al suelo; ella se apoyó con las manos en el repecho de la ventana. Jadeó de nuevo. Gimió. Las manos de él atornillaban con fuerza las caderas de Sofía a la vez que con el cuerpo le martilleaba el trasero, por el que entraba y salía ritmicamente.
_ Te sigue gustando !!
Ella no contestó, continuó jadeando y gimiendo.
Él le clavó las uñas en las nalgas.
_Maldita sea-!!_exclamó_ Confiesa que te gusta !!
_Sí!
_Sí! sí !_ gritó ella con placer y dolor_  ! Me gusta mucho...muchísimo !!
 
FIN.
 
Betsy
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viernes, 11 de octubre de 2019

Inconsciente

Me mira con un rostro floreciente sobre la espuma amarilla del otoño

mientras la tarde se deforma

y toneladas de carne deshabitan el paisaje.


Al fin puede reclinarse,

revolverse contra el suelo como si fuera una página muerta

y devolverme la mirada de quien no tiene nombre.


Solo existes cuando yo te nombro,

Le digo.

Te he buscado donde los meses se extinguen

solo yo conozco tu nervadura intacta,

las estrías que derrama la luz en tu boca abierta.

Poco a poco me aproximo a ella

y construyo una verdad dentro de tu voz traslúcida.

Ya no hay retorno.

Habla con tus labios en mi nombre.



HerveJoncour

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jueves, 3 de octubre de 2019

La caravana del Sahel

Extracto de un capítulo de la novela titulada La espada negra, Libro I de la Leyenda de Jhuno

Faridah pudo darse cuenta desde el primer día, que, si bien seguía siendo una esclava, ahora de un señor al que aún no conocía, su vida había dado un giro de ciento ochenta grados, pues ahora no sólo no le faltaba nada de comida y bebida, sino que hasta el más mínimo detalle de su vestimenta era cuidado con esmero por el joven eunuco Samîr.

Cuando el joven le había dicho que según instrucciones de su señor la tratarían como a una reina, pensó que estaba exagerando, pero comprendió que no era así. Ella le preguntaba por el señor, y Samîr siempre le contestaba con largas o al menos eso le parecía a ella.

Un día le preguntó directamente si el señor se interesaba por ella, a lo que Samîr le contestó que no había recibido orden alguna al respecto desde el día que tras su compra la había traído a la haima.

Varios días después, en los que aún no había visto a su nuevo señor, Faridah fue avisada por Samîr de que en la madrugada del día siguiente retomarían el camino con una nueva caravana por la ruta sur transahariana en dirección al reino de Askum. Le indicó que tendría que levantarse temprano para estar dispuesta con celeridad. Él mismo vendría con un dromedario convenientemente enjaezado para el viaje de una dama.

—Samîr, ¿el señor te ha preguntado por mí?

—Lo siento, pero no me ha dicho nada sobre ti expresamente. Sólo me informó de que hiciera los preparativos oportunos para salir con la caravana mañana al amanecer, y yo se lo he comunicado a los otros y los saqaliba armados. Este es mi cometido, además de otras cosas, —reconoció el joven eunuco—.

—Él no se interesa por mí, —dijo Faridah—.

—Mira Faridah, tú eres mujer, y comprendo tus inquietudes, pero si nuestro señor no se interesara por ti, no te habría comprado, ni hubiera dado las órdenes oportunas para que se te tratara en todo momento como una reina. Tú ni siquiera sabes lo que se ha gastado en ropas, joyas y otras cosas, tan sólo por ti. Él quiere que te repongas, que estés bien alimentada, aseada que no te falte de nada. —Y añadió—, es más, paso más tiempo contigo que con él, y estoy más pendiente de ti que de él, lo cual no me satisface mucho, la verdad.

—Qué quieres decir, Samîr? —preguntó Faridah, desconcertada.

—Quiero decir que desde que te compró a ti, no me ha llamado a su lecho ni una sola noche, —contesto Samîr.

Así que era eso, pensó Faridah, su señor era de esos árabes a los que les gustan los muchachos. Si eso era así, se preguntaba para qué la había comprado si no la reclamaba a su lecho, la ignoraba, aún no la había visto así vestida, y con el aspecto joven y lozano que tenía ahora después de tantos cuidados recibidos. Ahora volvía a ser una belleza, como fuera antaño y la única diferencia es que entonces era una dama cristiana y ahora era una esclava árabe.

Faridah, en su fuero interno, deseaba cada día más conocer a su señor, a aquel jinete que la compró, pero no quería pensar en ese momento en las consecuencias que ello implicaba.

— ¿Samîr, nuestro señor es de esos que gustan de los muchachos?

— Samîr, —echándose a reír apostilló— a nuestro señor no le gustan los muchachos como tú dices, sólo le gusto yo, pero no temas, le gustan las mujeres, no te impacientes, ya te llamará, pareces una hembra en celo.

Faridah se había dado cuenta de que Samîr tenía razón, estaba perdiendo los papeles. Ella, aunque esclava, seguía siendo en su interior una dama, y no debía de hacer tales preguntas, ni siquiera desear conocer a su dueño. No acertaba a saber qué le estaba pasando, no lo comprendía y se turbaba por tal razón.

Ya había comenzado la marcha de la caravana, y en la segunda noche, Samîr comprendió el deseo que tanto embargaba a Faridah, y con el solo afán de distraerla pensó en contarle la historia de su vida, pensando que, al verla más triste que la suya, no se sentiría tan desgraciada.

—Verás —dijo Samîr dirigiéndose a Faridah, al término de la cena que habían realizado ambos en la haima de ella—, yo fui hecho prisionero en mi más tierna edad, en tierras del centro de Europa, y aunque no lo sé a ciencia cierta, sí que me dijeron algunos de los prisioneros que viajaron conmigo que era eslavo, y procedente de las tierras que baña del río Moldava. Fui hecho prisionero en una incursión de huestes germanas, cerca de un punto que desconozco, al norte del río.

El río Moldava es el río más largo de la República Checa de hoy, antiguas regiones de Bohemia y Moravia. Su curso va desde sus fuentes en Šumava pasando por Český Krumlov, České Budejovice y Praga, uniéndose después con el Elba en Mělník. Su longitud es de 430 km., en su confluencia lleva más agua que el Elba, pero se une en ángulo recto a su curso, por lo que parece un afluente.

—Debía de tener cerca de unos cinco años, y te confieso que en realidad no lo sé, pues era muy pequeño. Gustan de hacer prisioneros tan pequeños sobre todo si van destinados a ser eunucos como es mi caso.

—Durante mucho tiempo nos llevaron por diversos lugares hasta recalar en el puerto de Barcelona, donde en un barco, los comerciantes francos nos llevaron mucho más al sur.

—Por fin llegamos al puerto de Almería, donde, al parecer, recalaban en esa época todos los barcos que de diversas partes del mar Mediterráneo venían cargados de eslavos. A los que íbamos destinados a ser eunucos nos metieron en diversos carruajes para llevarnos a donde se realizaría la castración, el hospital de Eliossana (Lucena), en el califato de Córdoba.

—La castración era practicada por el importante grupo judío de Lucena. Eran llevados al califato para ser castrados esclavos de origen europeo, eslavos, francos, gallegos... La mutilación era una operación delicada que producía con frecuencia la muerte del paciente, razón por la que los eunucos alcanzaban un precio muy elevado.

—Los comerciantes de esclavos que vendían a las fábricas de eunucos como la de Lucena hacían acopio de niños y adolescentes cristianos que sus padres entregaban a regañadientes para asegurarles el porvenir, o los raptaban en aldeas, pueblos, pequeñas villas y en puertos o enclaves costeros.

—En ese almacenamiento de esclavos, aparecían bellísimos muchachos, como yo, tan distintos de los arios, árabes o negros, no sólo por nuestra claridad de piel y los ojos claros, azules, verdes o grises, sino por nuestras cabelleras claras entre castañas, rubias y albinas, tan del gusto de los señores árabes.

—Eran escogidos muchachos de raza eslava entre todas por permanecer mucho tiempo lampiño aun después de su pubertad, lo que se aseguraba mediante el cordel o la cuchilla que esto se perpetuara toda su vida.

—A los eunucos blancos como a mí, se les destinaba a multitud de facetas de la vida palaciega, y cierto es que no a muchos se les destinaba al placer de sus señores, pero este fue mi caso.

—Muchos corrieron la suerte de que sólo les cortaran las gónadas (testículos), pero los destinados al placer de los señores les era extirpado todo.

—Privado así de mis atributos masculinos en tan temprana edad, tendría unos seis o siete años, todo mi cuerpo se afeminó con el correr del tiempo, si te das cuenta tengo un timbre de voz más parecido al de una mujer que a un hombre. No tengo nada de pelo en mi cuerpo. Visto de una forma femenina, y por las noches cuando nuestro amo me manda llamar, me comporto con él como una mujer.

Faridah había estado escuchando el relato de Samîr con suma atención, y no comprendía cómo hombres temerosos de Dios, cristianos y judíos se prestaban a tales atrocidades para ganar un dinero fácil con los árabes del sur, a los que vendían sus doncellas y sus jóvenes muchachos para tales fines.

Ella siempre había creído que los esclavos de los árabes eran procedentes de las guerras, saqueos o correrías que aquellos realizaban, pero nunca, jamás hubiera pensado que los mismos cristianos fueran los que vendieran a los jóvenes de sus aldeas para una vida de esclavitud con los moros, con todo lo que ello significa.

Pensaba en Samîr, privado desde su más tierna infancia de su libertad y de su hombría, destinado al placer sexual de hombres como si de una mujer se tratara, aunque él no parecía vivir apesadumbrado con tal situación, quizás debido a que todo ocurrió cuando era pequeño y ha sabido o no había tenido más remedio que adaptarse para sobrevivir.

Él parecía feliz con su condición de esclavo y de eunuco, y una pregunta le salió del corazón y sin darse cuenta se la formuló al joven.

— ¿Estas contento con tu condición de esclavo eunuco, Samîr?

— Faridah no recuerdo mi vida antes de ser hecho prisionero y vendido como esclavo, todo ello me ha sido referido posteriormente, por lo tanto, no tengo claro el concepto de libertad que tú puedas tener. En cuanto a ser eunuco, lo he sido toda la vida, y me pasa lo mismo, soy consciente de que no soy una mujer, pero tampoco soy un hombre, mi condición se acerca más a lo femenino que a lo masculino, y si lo que te preguntas en tu interior es si soy capaz de dar placer a nuestro señor, sí, soy muy capaz de tal cosa.

Faridah se quedó un tanto perpleja con la respuesta que le había dado Samîr, e incluso pensó en si debía de considerarlo un rival para con las atenciones de su señor. Pero enseguida se dio cuenta de lo que estaba pensando, ella no deseaba a su señor, o sí, ya no sabía que pensar, no sabía lo que le estaba pasando. Lo cierto es que Samîr compartía el lecho con su señor y ella no.

…///…

— Faridah—, dijo el jinete

—Sí, si—, contestó ella nerviosamente, como si de una niña se tratara.

Los ojos resplandecían entre las telas de su turbante y del embozo que utilizaba para viajar y protegerse de arena y viento, aunque como esclava no tenía la necesidad de cubrir su rostro y en cuanto la caravana se detenía en un campamento se lo descubría, como correspondía a su condición.

El jinete dejó caer la tela, y se alejó cabalgando hacia la parte delantera de la caravana dejando a la joven perpleja, con el corazón acelerado, embargada en mil dudas.

Poco después de montarse el campamento llegó la caravana, y ella se fue directamente, aún turbada, hacia la haima que tenía asignada, donde se le serviría una cena poco después de que se quitase el polvo del camino.

Nada más llegar Samîr le relató lo que había sucedido, a lo que él asintió.

— Lo sé Faridah, nuestro señor ha ordenado que te lleve a su presencia esta noche, cuando te hayas aseado y cenado — dijo el joven—.

[Jhuno]

Publicación permitida por el autor



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jueves, 26 de septiembre de 2019

Cuerdas

Te veo. La ropa que antes cubría tu cuerpo cuelga de una percha en un rincón. Las cuerdas, que antes estaban ordenadamente dispuestas sobre la mesa, son ahora tu vestido. Cubren tu cuerpo, atándolo, disponiéndolo en la forma que he ideado para ti. Tus brazos y piernas flexionados, unidos entre sí por lazos, vueltas y nudos.
Te sientes desnuda, pero para mí estás más vestida que nunca. A mi modo, a mi gusto, por mi mano.
Escucho los gruñidos ininteligibles que salen de tu boca y me parece sentir la vibración de tu garganta al forzar la voz. Esa voz que hace unos minutos, contaba pausadamente anécdotas del viaje que te trajo hasta mí. Ahora suenas mejor. Aunque no entienda los sonidos, aunque no distinga las palabras, veo claramente lo que quieres decirme, lo veo en lo turbio de tu mirada, en la rojez de tus mejillas, en el parpadeo de tus ojos, en cómo se eriza tu piel con mi contacto.
He esculpido mi fantasía utilizando tu cuerpo. Y me regodeo en su visión. Doy vueltas alrededor, fascinado por el contraste entre la blancura de tu piel y el color de las cuerdas. Notando, aún sin verlas, las marcas que tus movimientos intensifican sobre tu piel.
El placer que siento al verte así, tal como te he soñado miles de veces antes, se traduce en el roce de las puntas de mis dedos por tu frente, cubierta ligeramente de sudor. Tus mejillas abultadas, semicubiertas por la cinta, cálidas cuando las toco.
Tiro con suavidad de alguna cuerda. No porque sea necesario comprobar nada, o apretar más, sino por el orgullo del trabajo que he hecho, que hemos hecho.
Y me siento, relajado, mirándote, disfrutándote, grabando esa hermosa imagen en mi memoria y anticipando mentalmente el momento de la liberación física, de deshacer nudos, quitar el traje de cuerda que diseñé en exclusiva para ti. Y el mejor momento de todos, ese en el que tu mirada, esa mirada esquiva y tímida, se fije en mí, mientras me confieses que jamás te has sentido más libre que cuando te ataba.
alyanna
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sábado, 21 de septiembre de 2019

Sentires

A veces hay hombres que tienen licencia,
licencia para dolerte por dentro,
para acariciarte el alma,
para quitarte corazas sin ellos saberlo,
sin pedirte permiso, te despedazan
y te recomponen a su antojo por dentro,
Sin pedirte permiso,
sin saber hasta dónde, ni hasta cuándo.

No hay que quitar ni poner...
Saben hacerlo.

Hay hombres que, como las heridas,
te escuecen dentro,
y otros que se convierten en magia;
porque hay quien sabe ser magia,
aunque nunca llegue a saberlo.


pauladark_


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jueves, 19 de septiembre de 2019

Ana Vis

 

Él ya estaba esperándola cuando Ana llegó al lugar de la cita. Al verle nadie hubiera pensado en nada que no fuera normal: un hombre vestido con pantalones azules de verano, una camisa y un jersey ligero sobre los hombros. Un atuendo similar al de muchos otros hombres que se movían en aquella noche de septiembre, aún cálida, pero con algún ramalazo de brisa que se notaba más aún a mayor altura.

 

Ella, por su parte, sonrió y le besó como si no se hubieran visto hacía tan poco. Aunque el recorrido que iban a realizar era un paso obligado para el visitante, era él quien había insistido en organizarlo. Y ella había accedido sin más, como había seguido sus instrucciones para aquella salida: calzado cómodo, falda larga y blusa a juego, con algo para ponerse por encima si llegaba el caso, y poco más. Eran ya casi las diez de la noche, y ambos se encaminaron a la puerta de la entrada de la Alcazaba malagueña, para unirse al grupo de treinta personas inscritas para la visita nocturna de aquella hora.

 

La comitiva guiada accedió al recinto y empezó a transitar acompañados por las explicaciones de la guía, para intuir, más que contemplar los detalles de la fortaleza. Ana la conocía ya, y de vez en cuando echaba un vistazo a su acompañante, que parecía atender a las explicaciones desde el fondo del grupo.

 

Naturalmente, ella se lo esperaba desde que él le dio los detalles de la cita de esa noche, pero aún así tuvo un pequeño sobresalto al notar su mano posándose decididamente en su espalda primero, y deslizándose suavemente hasta su culo. Le miró con una expresión entre sorprendida y enfurruñada, pero él sonrió plácidamente y le indicó con un gesto de la cabeza que siguiera atendiendo al guía. De ahí el grupo se movió hacia otro punto de interés más o menos iluminado, y Ana y su acompañante les siguieron, cada vez más rezagados.

 

Por su cabeza pasó un momento de pánico, pero sólo por un instante. Sabía que él no tenía ni alma de exhibicionista, ni era partidario del escándalo público. Y sobre todo, que no la pondría en un compromiso. ¡Pero aún así...! Esa mano que se posaba en su retaguardia, más que una suave caricia subida de tono era lo que él pretendía que fuese: una silenciosa declaración de principios. Y ella no podía poner objeciones.

 

Otro trotecillo. El grupo se desperdigaba cada vez más, atendiendo a las palabras de la guía sobre la belleza del paraje, los jardines y las vistas. Y desde luego era un entorno sugerente. Ana observaba que muchos de los visitantes eran parejas que se cogían de la mano y disfrutaban del paisaje. No era el caso de ellos dos, claro. Lo suyo era "otra cosa", y hacer manitas no era parte del programa. ¿Y qué lo era, en realidad?

 

De golpe le invadió otro escalofrío, y esta vez más que figurado, porque el suave aire de la noche estaba acariciando sus piernas como no debería sucederle a una dama con falda larga. O más bien, como le sucede cuando una mano amiga levanta una parte desde atrás para encontrar ese culo ya conocido, y sobre el que tomar callada posesión. Sin unas braguitas que se opongan. Tal y como él le dijo antes de salir.

 

"¿Pero que...?" Ahí se paró el amago de protesta de Ana, con sólo mirarle. Estaban en un rincón de los jardines, medio escondidos de los demás. Quien pasara o mirara, sólo vería una pareja aparentemente cogida de la cintura y admirando el panorama, sin saber que la admiración era táctil. Porque las caricias de los gluteos se hicieron más intensas. Ana notó que rompía a sudar y todo el aliento que reservaba a una resistencia inexistente empezó a marcharse en una respiración cada vez más cargada.

 

"Por favor..." No sabía si se lo decía a él o a su propio cuerpo, que nunca podía quedarse impasible ante sus manos, y que ahora estaba lentamente separando los glúteos ante la persuasión amistosa de la mano. Volvió a mirarle, confiando a sus ojos la súplica que no lograba articular. Y vio en él una mirada calmada, solo traicionada por un respirar más intenso.

 

"Tranquila" Le dijo. "No aquí. Esto es sólo un detalle. Quería que lo supieras. Que lo notaras". Y ella lo notaba, cómo su mano la había conducido una vez más a donde él quería llevarla. Como debe ser. Como ella quería que fuera.

 

"Sí, señor" La voz le tembló un poco pero era más cosa del cuerpo que del espíritu. Poco después se reunieron con el grupo. Luego la visita acabaría y habría tiempo para recorrer las calles malagueñas en luna, de su mano. Donde quiera que él deseara posarla. O poseerla.

 

Captor

 

 


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miércoles, 18 de septiembre de 2019

De Dama a esclava


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De Dama a esclava

La otra tienda del campamento, la que ocupaba la hija de maese Juan, estaba relativamente tranquila, pues ella, sumida en un sueño profundo, no se había percatado aún de nada. El campamento había sido atacado, los guardias muertos, muerto su padre y los criados, ella dormía plácidamente ajena al peligro.

Algunos de los asaltantes comenzaron a registrar las pertenencias de los viajeros, buscando todo el dinero y joyas que pudieran llevar, además de otras cosas de valor, mientras dos de ellos entraban sigilosamente en la tienda de Silvia y se quedaban un poco dubitativos cuando vieron dormir a la dama. Mientras la miraban, ella, de pronto, se giró, los miró, y gritó, como pidiendo auxilio, pero ni su padre ni los guardias podrían oírla. Uno de ellos le dio con el mango de la espada en la cabeza a la joven que acto seguido perdió el sentido.

Se dirigieron hacia el sureste, a la mayor zona de pinares que podía encontrarse por aquellas tierras, lo que dificultaría en grado sumo su persecución si es que esta llegara a producirse por alguna causa. Sabían que no les perseguirían por allí, ya que casi todos los pinares estaban bajo el califato, y sus patrullas fronterizas les darían cobijo en cuanto los descubrieran. Y la frontera mejor definida en aquella época, era la del río Duero, todo lo del norte del Duero era dominio de los reinos cristianos, y el sur, la Extremadura, desde su nacimiento a su desembocadura, eran tierras del califato, a excepción de su nacimiento y hasta las cercanías de la localidad de Osma, donde empezaba las tierras de los reinos cristianos. De esta manera, cubriéndose con los pinares, de difícil acceso y peor trasiego, dirigiéndose constantemente al sureste atravesarían el Duero lo antes posible, una vez acabados los pinares, atravesarían el valle del río que desemboca en el Duero por la localidad de la que en otros tiempos sería conocida por Numancia, lo atravesarían.

Desde que apresaron a Silvia hasta que recobró el conocimiento habían pasado varias horas, y cuando lo hizo, se dio cuenta de que la llevaban bocabajo en un caballo y atada de pies y manos, para que no pudiera huir. La postura era tremendamente incomoda, y le dolía el vientre que era el que llevaba todo el peso de su cuerpo contra la silla de montar. Iba desnuda, a excepción de la camisola que utilizaba para dormir, y descalza.

Cuando al fin la noche llegó, la desataron y la introdujeron en una majada y la pusieron como si fuera un fardo en una de las esquinas, mientras se acomodaban los siete jinetes y sus monturas en el interior.

El que la había dejado allí le hizo ademán de cortarle el cuello si intentaba escapar, y también se lo dijo en árabe, lo cual ella no entendía. Ahora casi se arrepentía de su remilgado orgullo en los años que vivió en Miróbriga, el cual le impidió aprender aquel idioma. Ella sólo hablaba romance y algo de latín.

Continuaron hacia el sur y después de seis días desde el ataque al campamento, llegaron a la Madinat–Salim (Medinaceli), donde ya había una guarnición importante del ejército del califa, y donde se sentían seguros. Era desde esta ciudad desde donde partían todas las incursiones árabes contra los reinos cristianos que lindaban con la marca del este, del califato. También era la base de aquellos grupos de árabes que hacían incursiones por tierras cristianas para pillaje y apresamiento de personas para su ulterior esclavitud.

A la llegada a la ciudad, la llevaron a una casa de las afueras, en la parte sur, una casa que era parte de una granja, donde la encerraron en un cobertizo convenientemente encadenada a una argolla, como si de ganado se tratara. La daban de comer y beber regularmente, pero ella tenía que hacer sus necesidades fisiológicas como si fuera un animal más de la granja.

Estuvo en aquel cobertizo más de dos semanas; su estado higiénico era lamentable, estaba llena de suciedad, y aquel espacio olía rematadamente mal. Dos de los hombres la condujeron a otro cobertizo y la desnudaron. Le echaron unos cubos de agua, y le indicaron que se lavara con más agua que había allí, a la vez que le señalaron unos ropajes para que se pusiera. Ella se tapaba como podía, al fin y al cabo era una dama, pero ellos se reían, hacían bromas entre ellos, y comentarios lascivos que ella no entendía, pero que por la cara que ponían aquellos dos hombres, comprendía su significado. No obstante, mientras estuvo en Medinaceli no llegaron a abusar de ella ninguno de sus captores.

De lo que sí comenzó a darse cuenta Silvia es que irremediablemente había dejado de ser una dama, hija de un rico comerciante, para convertirse en una esclava, puesto que así era tratada, poco menos que como un animal. Solo se le daban órdenes y como no entendía el idioma, acompañadas de ademanes y signos, y bajo amenazas, la mayoría de ellas de muerte. Ella comenzó, sin darse cuenta, a asumir su nuevo papel como esclava de sus captores y se afianzaba en sus convicciones para cuando llegara el momento de ser ultrajada, aunque no se resignaba a ser esclava y no se resignaría nunca, se decía para sus adentros.

Cuando se hubo vestido y calzado parecía una campesina, pero por lo menos sí que era de agradecer la higiene a que había sido sometida con el consiguiente cambio de ropa, pues tan solo traía el camisón y estaba totalmente lleno de suciedad.

La llevaron atada de las muñecas con una cuerda y la presentaron en una estancia muy amplia donde había un anciano sentado entre cojines que desde que entró en el salón no le quitaba ojo.

—Cómo te llamas cristiana, — le preguntó, — muy educadamente.

Silvia le miró, no comprendía lo que le había dicho, y miró interrogativamente al captor que le había llevado a la estancia, pero no obtuvo respuesta alguna.

—Cómo te llamas cristiana, — le preguntó, — el anciano de nuevo, esta vez en romance, y le añadió, —aprende árabe pronto, te puede ir la vida en ello esclava.

—Silvia, — contestó ella aún un tanto altivamente.

El anciano hizo un gesto al hombre que la había llevado a ese salón y enseguida le propinó un golpe en los glúteos a la altiva joven, con una vara que tenía en la mano derecha, con lo que Silvia gritó de dolor, sin saber qué había hecho mal, pues había contestado a la pregunta del anciano, le había dicho su nombre.

—Me llamo Silvia, mi señor o mi amo, así es como debes contestar de ahora en adelante a la persona a quien perteneces, y mostrando mayor respeto, pues en ello te puede ir un castigo o la vida.

—Me llamo Silvia mi amo, —se apresuró a decir la joven que aún sentía el dolor en sus glúteos, y hasta le daba miedo acercarse la mano a sus partes doloridas, por temor a volver a ser castigada.

—Bien, aprendes rápido esclava, hoy será la última vez que te hable en romance, la próxima vez que te vea has de saber responder en árabe o sufrirás el castigo correspondiente, no me vales nada si no sabes hablar árabe, así que esfuérzate o sentirás la vara de nuevo.

—Sí mi amo, —respondió Silvia rápidamente, ya sin dar muestras al exterior de ese orgullo que aún le latía en su corazón fuertemente.

—Bueno, durante un mes te «adiestrarán» lo mínimo imprescindible que se le puede pedir a una esclava. Volveré a verte al cabo de ese tiempo, y ya decidiré que haré entonces contigo, si te quedas en mi harem, o te llevo a vender a Talaytulah (Toledo).

Marchaban hacia el sur, hacía días que habían pasado por Madinat al-Faray (Guadalajara) y habían vadeado el río Henares y habían cambiado de rumbo hacia el suroeste, hacia una población Maǧrīţ (Madrid), desde la cual cambiaron de rumbo de nuevo para dirigirse al sur, y llegar a Talaytulah (Toledo).

Silvia, como esclava que era, iba al final de la comitiva, a pie, sufriendo todos los rigores de la marcha, y la polvareda de las caballerías que marchaban en cabeza. De vez en cuando, algún esclavo pasaba a darles un poco de agua, que bebían rápidamente, antes de que les quitara el recipiente de la boca.

Hacía ya más de tres meses que había sido apresada en tierras cristianas y había perdido ya toda esperanza de ser rescatada, y también de que se hubiera pedido un rescate por ella, pues en ese tiempo, su padre, del que ignoraba había muerto, habría podido conseguir el dinero y haber realizado así las exigencias de sus captores, por su hija, práctica común en aquella época, tanto con los prisioneros que eran hechos tras las batallas y con las personas que caían en cautividad tras las incursiones en filas enemigas.

Durante ese tiempo había sido «adiestrada» como una esclava, con la finalidad de satisfacer todos y cada uno de los placeres que su amo le exigiera sexualmente. No le habían dejado de repetir que iría destinada a ser una esclava en un harem. Le habían enseñado la lengua árabe, que, si bien no dominaba aún del todo, sí era capaz de entender lo mínimo y contestar con palabras o frases cortas a su interlocutor, siempre que se le hubiera preguntado, claro. Lo más importante, era la aptitud de sumisión que tendría que tener en todo momento ante su amo, tanto de palabra como de obra y por supuesto en cuanto a posturas corporales. Y una cosa se le había inculcado a base de golpes, jamás, bajo ninguna circunstancia, debía de mirar a los ojos a su amo.

Aunque el adiestramiento exigía en ciertas circunstancias el uso carnal de la esclava, por órdenes estrictas del señor no se había hecho con Silvia, puesto que deseaba que la joven siguiera virgen, lo que aumentaría su precio en la venta. Desde luego no era lo mismo vender una cristiana que una cristiana virgen. Su dueño ganaría mucho dinero con ella, bien en Toledo o en su caso en Córdoba.

En los descansos de por la noche, ella se acordaba de su anterior vida y lloraba, aunque lo hacía sin el menor ruido, con temor a ser castigada por los guardianes. Añoraba su vida en Miróbriga, acompañada de su sirvienta, mimada por su querido padre, ajena a todo lo que le rodeaba en este mundo y del que entonces no tenía conocimiento y ahora estaba descubriendo. Ella que iba a ser la esposa de un infanzón de Castilla, ahora era una esclava a la que, a base de golpes y privaciones de agua y comida, durante tres largos meses habían conseguido violentar su voluntad, y ahora ya casi instintivamente, por miedo, por temor, obedecía casi al instante. ¿Dónde había quedado su orgullo?, ¿Dónde había quedado su altivez?, y se pasaba las noches llorando.

Cuando llegaron a Toledo, fue encerrada junto con otras esclavas de muy diversas procedencias, algunas eran cristianas como ella, otras eran magrebíes, y algunas eran negras. Todas ellas estaban allí para lo mismo, para ser vendidas a ricos árabes que las poseerían cuando les viniera en gana. Algunas todavía hablaban su lengua materna, pero cuando alzaban la voz y los guardias escuchaban hablar en alguna lengua que no fuera árabe, llegaban y las azotaban indiscriminadamente. Ellas ni siquiera podían defenderse, sino que adoptaban una posición totalmente sumisa, con la cabeza pegada al suelo e imploraban perdón.

Silvia a veces pensaba que las caballerías de su padre recibían mejor trato que ellas. Se preguntaba que si eso era su destino, ser el placer sexual del hombre que la comprara, y porque había nacido. A veces quería morir, y en alguna ocasión pensó en quitarse la vida. Ella no sabía que aún no estaba pasando lo peor de su vida, que eso llegaría más adelante, pero que después conocería el amor, un amor por el que daría la vida si fuera necesario. Pero claro, ella no podía saberlo. Solo miraba a su alrededor y veía mujeres como ella, esclavas como ella. Casi desnudas, ya sin apenas pudor, y que cuando llegaba la hora de comer se peleaban entre ellas por algo de comida que no siempre conseguían.

En aquella celda donde estaban todas, comían y hacían sus necesidades, así que a los dos o tres días el hedor era inaguantable.

Cuando las esclavas de un solo señor iban a mostrarse al mercado de esclavos, les hacían dejar allí sus harapos y las llevaban desnudas para asearlas un poco, y vestirlas convenientemente para la venta.

Por fin y después de varios días de haber estado allí encerrada y en aquellas condiciones, fueron por ella, y con un gesto, le dijeron que se quitara los harapos que llevaba puestos y se la llevaron desnuda a otra celda, donde sin miramiento algunas otras esclavas la limpiaron la mugre del cuerpo y el pelo a base de cubos de agua fría y frotándola con cepillos de fuertes cuerdas que hicieron que se sonrojara algo su piel donde más frotaban.

La llevaron al mercado vestida sólo con una túnica liviana abierta por su parte de adelante, de forma similar al albornoz del Magreb, con la diferencia que mientras este es de lana y se usa para cubrirse del frío en las noches del desierto, la túnica que le pusieron a la esclava para ir al mercado, era para que se le vieran sus encantos bajo su suave tejido y su fácil apertura para la comprobación, si fuera necesario, de tales encantos.

Ella se dejaba llevar sumisamente al mercado, pues sabía que si se resistía sería severamente castigada. Una vez allí, la colocaron en el centro y sus guardianes se alejaron de ella.

—Aquí tenéis una joven virgen cristiana, lo que antes era una dama, y que ahora os presento para el deleite de vuestros ojos, a fin de que podáis pujar por su compra, —dijo a voz en cuello, el encargado de la puja en el mercado—.

Hubo gran murmullo entre los posibles compradores, la mayoría de ellos de avanzada edad, pues a fin de cuenta eran mayoría entre los adinerados de la ciudad, aunque también había algún joven. Cambiaban impresiones entre ellos, pero nadie se atrevía aún a hacer la primera puja.

—Tan sólo hace unos tres meses que ha sido hecha prisionera en tierras del Condado de Castilla, —añadió el encargado de la venta— y lanzó la cantidad que su dueño solicitaba como mínimo por ella.

Uno de los ancianos, ricamente vestido, se acercó al centro, y pidió permiso para admirar la mercancía, lo que le fue concedido por el vendedor. Seguidamente apartó los pliegues delanteros del suave tejido de la túnica que portaba la esclava, dejando ver a la multitud en todo su esplendor la desnudez de sus carnes blancas, lo que en cierto modo despertó la admiración general del mercado.

— ¿Sabe hablar árabe?, —pregunto el anciano al vendedor.

—Se defiende en este idioma, lleva aprendiéndolo poco después de que fuera capturada, y desde el mismo tiempo viene siendo adiestrada, — como verás esto último ha dado sus frutos, añadió el vendedor, —pero respecto del idioma aún le queda algo de tiempo para estar suelta en nuestra lengua.

—Está demasiado delgada y su pelo es negro, eso la desmerece bastante, además de no saber bien el árabe—, hizo la observación el anciano, —si fuera rubia y algo más entrada en carnes, podría valer lo que nos pides, pero sin esos requisitos y sin hablar árabe aún, no creo que la puedas vender por eso que pides.

—Mi señor, —añadió el vendedor—, la joven es virgen, no ha conocido varón, se la ha tratado exquisitamente durante su cautiverio, para que un gran señor como tú pueda disponer de su cuerpo a su antojo. El precio es el que me ha ordenado su dueño que ponga, ya sabéis que eso no es cosa mía.

La joven esclava aún no podía creerse que todo esto sucediera en realidad, estaban hablando de ella como si de un caballo de pura raza se tratara, la habían desnudado delante de todo el mundo, y ponían un precio por su cuerpo. Le entró una desazón que casi la hizo llorar, pero se contuvo por miedo, miedo a que la azotaran, miedo al castigo que la pudiera infligir.

El anciano se dio la vuelta y con aire despectivo y para que lo oyeran los demás de la plaza comenzó a decir con voz alta: —Mira, sabéis de sobra que nos gustan las esclavas cristianas, pero nos gustan rubias, nos gustan con más carnes y nos gustan que hablen nuestro idioma, ¿a qué viene que pidas tanto dinero por esta que no reúne tales requisitos?, —preguntó.

—Te ofrezco tres cuartas partes del dinero que has pedido, ni un dinar más, tu esclava no lo vale, aún costará algún dinero enseñarla a hablar nuestro idioma y, más aún, su alimentación puesto que le faltan demasiados kilos en su cuerpo. Dile a su dueño que si está conforme me la lleve a mi casa esta noche donde le haré pago del importe que te he dicho. Nadie pujará más por ella en este mercado, no lo vale. —Sentenció el anciano.

Todos asintieron las palabras que habían oído, haciendo comentarios entre ellos, tanto los habitantes adinerados de la ciudad como los tratantes de esclavos que se habían acercado a la plaza en busca de algo que comprar.

—Mi señor, así se hará, así se lo haré saber—haciendo seguidamente un ademán para que retiraran a la esclava de la plaza—.

Su adiestramiento como esclava había continuado a lo largo de estos meses en un lugar determinado de la ciudad de Córdoba, al igual que ocurría con otras esclavas, de diversas procedencias. Unas eran de los reinos cristianos, hechas prisioneras de la misma forma que ella, otras venían del centro de Europa, y eran de pueblos y aldeas eslavas, donde eran apresadas por germanos o francos y vendidas a los árabes a través de los mercaderes de los reinos cristianos del norte. También las había del sur, con la piel negra, las menos, que eran desposeídas de sus familias, aunque en algunas ocasiones esas mismas familias las vendieran a los tratantes de esclavos. A todas ellas les estaba prohibido hablar cualquier lengua que no fuera árabe. Si alguna vez fueran sorprendidas hablando otro idioma eran castigadas con azotes y varios días sin comida.

Por lo demás gozaban de cierta libertad dentro de su jaula dorada circunscrita al gineceo donde eran adiestradas por esclavas ya entradas en edad avanzada, y donde eran educadas en la forma de comportarse ante sus amos, a los que deberían complacer en todo momento, en la forma de vestir, y en algunas artes como las de la danza o el canto.

Todas ellas, tanto en el interior del gineceo como en su exterior, llevaban el rostro al descubierto, pues eran esclavas, no doncellas y mujeres casadas que si llevaban el rostro cubierto en el exterior de sus viviendas o en su interior si en ellas hubiere gente de fuera de la familia.

Una mañana el gineceo se alborotó, corrían rumores de que muchas de ellas iban a ser llevadas lejos de Córdoba, a Arabia, donde serían vendidas a los ricos señores de allí. Nadie sospechaba siquiera donde estaba Arabia, las menos sabían que estaba en el sur, o al menos se iba por el sur, pero nada más.

Corrían rumores de quiénes iban a ir y quiénes no. Las esclavas negras, desde luego no irían, ellas habían sido traídas del sur para quedarse allí en el califato, cuando terminara su adiestramiento. Silvia temió que sería una de las que sería llevada aún más lejos de su tierra.

El anciano mercader que la había comprado tras negarse a hacerlo públicamente en la plaza de la ciudad de Toledo, la había llevado a Córdoba para su adiestramiento, junto con otras compras que había efectuado, y tras unos meses había decidido llevarlas a Arabia, donde conseguiría un mejor precio, entre el doble y el triple de su coste más su mantenimiento en comida y educación.

Cuando la comitiva salió una mañana de abril, de la ciudad de Córdoba, en dirección a la ciudad de Isbiliya (Sevilla), las esclavas y los esclavos iban a pie, al final de la misma, convenientemente atados y vigilados por numerosos guardias armados.

Hacía casi ya un año que había sido apresada, cuando iba a realizar esponsales con un infanzón de Castilla, desde entonces había cambiado todo para ella, le daban de comer las más asquerosas de las comidas, a las que hubo de acostumbrarse poco a poco, la vestían como una mujerzuela, enseñando casi todo su cuerpo, y la habían adiestrado a base de castigos y amenazas a ser lo que era ahora, una esclava, una esclava sexual de y para los árabes.

La llevaban cual ganado, atada de manos a otras como ella, no tenía ni voz ni voto, no tenía ni parecer, ni siquiera se le permitía hacer gestos de asco a cualquier cosa, debería asentir a todo lo que se le ordenara, y ni siquiera podía hablar en su lengua materna, la cual aún recordaba, pero sabía que al final olvidaría. Sus ojos se le llenaron de lágrimas cuando se percató de que a medida que andaba hacia el sur, se distanciaba más de su tierra natal. Nadie vino a rescatarla, ni su padre, ni su prometido, nadie. Había sido abandonada como un perro, peor que eso, los perros tenían más libertad que ella, ella era una esclava.

Aunque le había sido respetada su virginidad, tan sólo se había hecho por acrecentar su precio. Ella sabía que su nuevo amo, cuando la comprara, la mancillaría.

Desde Al-Yazirat (Algeciras) embarcaron para África camino de Arabia.


Texto protegido por derechos de autor.

Publicado en esta web con permiso expreso del autor.

[Jhuno]


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