jueves, 3 de octubre de 2019

La caravana del Sahel

Extracto de un capítulo de la novela titulada La espada negra, Libro I de la Leyenda de Jhuno

Faridah pudo darse cuenta desde el primer día, que, si bien seguía siendo una esclava, ahora de un señor al que aún no conocía, su vida había dado un giro de ciento ochenta grados, pues ahora no sólo no le faltaba nada de comida y bebida, sino que hasta el más mínimo detalle de su vestimenta era cuidado con esmero por el joven eunuco Samîr.

Cuando el joven le había dicho que según instrucciones de su señor la tratarían como a una reina, pensó que estaba exagerando, pero comprendió que no era así. Ella le preguntaba por el señor, y Samîr siempre le contestaba con largas o al menos eso le parecía a ella.

Un día le preguntó directamente si el señor se interesaba por ella, a lo que Samîr le contestó que no había recibido orden alguna al respecto desde el día que tras su compra la había traído a la haima.

Varios días después, en los que aún no había visto a su nuevo señor, Faridah fue avisada por Samîr de que en la madrugada del día siguiente retomarían el camino con una nueva caravana por la ruta sur transahariana en dirección al reino de Askum. Le indicó que tendría que levantarse temprano para estar dispuesta con celeridad. Él mismo vendría con un dromedario convenientemente enjaezado para el viaje de una dama.

—Samîr, ¿el señor te ha preguntado por mí?

—Lo siento, pero no me ha dicho nada sobre ti expresamente. Sólo me informó de que hiciera los preparativos oportunos para salir con la caravana mañana al amanecer, y yo se lo he comunicado a los otros y los saqaliba armados. Este es mi cometido, además de otras cosas, —reconoció el joven eunuco—.

—Él no se interesa por mí, —dijo Faridah—.

—Mira Faridah, tú eres mujer, y comprendo tus inquietudes, pero si nuestro señor no se interesara por ti, no te habría comprado, ni hubiera dado las órdenes oportunas para que se te tratara en todo momento como una reina. Tú ni siquiera sabes lo que se ha gastado en ropas, joyas y otras cosas, tan sólo por ti. Él quiere que te repongas, que estés bien alimentada, aseada que no te falte de nada. —Y añadió—, es más, paso más tiempo contigo que con él, y estoy más pendiente de ti que de él, lo cual no me satisface mucho, la verdad.

—Qué quieres decir, Samîr? —preguntó Faridah, desconcertada.

—Quiero decir que desde que te compró a ti, no me ha llamado a su lecho ni una sola noche, —contesto Samîr.

Así que era eso, pensó Faridah, su señor era de esos árabes a los que les gustan los muchachos. Si eso era así, se preguntaba para qué la había comprado si no la reclamaba a su lecho, la ignoraba, aún no la había visto así vestida, y con el aspecto joven y lozano que tenía ahora después de tantos cuidados recibidos. Ahora volvía a ser una belleza, como fuera antaño y la única diferencia es que entonces era una dama cristiana y ahora era una esclava árabe.

Faridah, en su fuero interno, deseaba cada día más conocer a su señor, a aquel jinete que la compró, pero no quería pensar en ese momento en las consecuencias que ello implicaba.

— ¿Samîr, nuestro señor es de esos que gustan de los muchachos?

— Samîr, —echándose a reír apostilló— a nuestro señor no le gustan los muchachos como tú dices, sólo le gusto yo, pero no temas, le gustan las mujeres, no te impacientes, ya te llamará, pareces una hembra en celo.

Faridah se había dado cuenta de que Samîr tenía razón, estaba perdiendo los papeles. Ella, aunque esclava, seguía siendo en su interior una dama, y no debía de hacer tales preguntas, ni siquiera desear conocer a su dueño. No acertaba a saber qué le estaba pasando, no lo comprendía y se turbaba por tal razón.

Ya había comenzado la marcha de la caravana, y en la segunda noche, Samîr comprendió el deseo que tanto embargaba a Faridah, y con el solo afán de distraerla pensó en contarle la historia de su vida, pensando que, al verla más triste que la suya, no se sentiría tan desgraciada.

—Verás —dijo Samîr dirigiéndose a Faridah, al término de la cena que habían realizado ambos en la haima de ella—, yo fui hecho prisionero en mi más tierna edad, en tierras del centro de Europa, y aunque no lo sé a ciencia cierta, sí que me dijeron algunos de los prisioneros que viajaron conmigo que era eslavo, y procedente de las tierras que baña del río Moldava. Fui hecho prisionero en una incursión de huestes germanas, cerca de un punto que desconozco, al norte del río.

El río Moldava es el río más largo de la República Checa de hoy, antiguas regiones de Bohemia y Moravia. Su curso va desde sus fuentes en Šumava pasando por Český Krumlov, České Budejovice y Praga, uniéndose después con el Elba en Mělník. Su longitud es de 430 km., en su confluencia lleva más agua que el Elba, pero se une en ángulo recto a su curso, por lo que parece un afluente.

—Debía de tener cerca de unos cinco años, y te confieso que en realidad no lo sé, pues era muy pequeño. Gustan de hacer prisioneros tan pequeños sobre todo si van destinados a ser eunucos como es mi caso.

—Durante mucho tiempo nos llevaron por diversos lugares hasta recalar en el puerto de Barcelona, donde en un barco, los comerciantes francos nos llevaron mucho más al sur.

—Por fin llegamos al puerto de Almería, donde, al parecer, recalaban en esa época todos los barcos que de diversas partes del mar Mediterráneo venían cargados de eslavos. A los que íbamos destinados a ser eunucos nos metieron en diversos carruajes para llevarnos a donde se realizaría la castración, el hospital de Eliossana (Lucena), en el califato de Córdoba.

—La castración era practicada por el importante grupo judío de Lucena. Eran llevados al califato para ser castrados esclavos de origen europeo, eslavos, francos, gallegos... La mutilación era una operación delicada que producía con frecuencia la muerte del paciente, razón por la que los eunucos alcanzaban un precio muy elevado.

—Los comerciantes de esclavos que vendían a las fábricas de eunucos como la de Lucena hacían acopio de niños y adolescentes cristianos que sus padres entregaban a regañadientes para asegurarles el porvenir, o los raptaban en aldeas, pueblos, pequeñas villas y en puertos o enclaves costeros.

—En ese almacenamiento de esclavos, aparecían bellísimos muchachos, como yo, tan distintos de los arios, árabes o negros, no sólo por nuestra claridad de piel y los ojos claros, azules, verdes o grises, sino por nuestras cabelleras claras entre castañas, rubias y albinas, tan del gusto de los señores árabes.

—Eran escogidos muchachos de raza eslava entre todas por permanecer mucho tiempo lampiño aun después de su pubertad, lo que se aseguraba mediante el cordel o la cuchilla que esto se perpetuara toda su vida.

—A los eunucos blancos como a mí, se les destinaba a multitud de facetas de la vida palaciega, y cierto es que no a muchos se les destinaba al placer de sus señores, pero este fue mi caso.

—Muchos corrieron la suerte de que sólo les cortaran las gónadas (testículos), pero los destinados al placer de los señores les era extirpado todo.

—Privado así de mis atributos masculinos en tan temprana edad, tendría unos seis o siete años, todo mi cuerpo se afeminó con el correr del tiempo, si te das cuenta tengo un timbre de voz más parecido al de una mujer que a un hombre. No tengo nada de pelo en mi cuerpo. Visto de una forma femenina, y por las noches cuando nuestro amo me manda llamar, me comporto con él como una mujer.

Faridah había estado escuchando el relato de Samîr con suma atención, y no comprendía cómo hombres temerosos de Dios, cristianos y judíos se prestaban a tales atrocidades para ganar un dinero fácil con los árabes del sur, a los que vendían sus doncellas y sus jóvenes muchachos para tales fines.

Ella siempre había creído que los esclavos de los árabes eran procedentes de las guerras, saqueos o correrías que aquellos realizaban, pero nunca, jamás hubiera pensado que los mismos cristianos fueran los que vendieran a los jóvenes de sus aldeas para una vida de esclavitud con los moros, con todo lo que ello significa.

Pensaba en Samîr, privado desde su más tierna infancia de su libertad y de su hombría, destinado al placer sexual de hombres como si de una mujer se tratara, aunque él no parecía vivir apesadumbrado con tal situación, quizás debido a que todo ocurrió cuando era pequeño y ha sabido o no había tenido más remedio que adaptarse para sobrevivir.

Él parecía feliz con su condición de esclavo y de eunuco, y una pregunta le salió del corazón y sin darse cuenta se la formuló al joven.

— ¿Estas contento con tu condición de esclavo eunuco, Samîr?

— Faridah no recuerdo mi vida antes de ser hecho prisionero y vendido como esclavo, todo ello me ha sido referido posteriormente, por lo tanto, no tengo claro el concepto de libertad que tú puedas tener. En cuanto a ser eunuco, lo he sido toda la vida, y me pasa lo mismo, soy consciente de que no soy una mujer, pero tampoco soy un hombre, mi condición se acerca más a lo femenino que a lo masculino, y si lo que te preguntas en tu interior es si soy capaz de dar placer a nuestro señor, sí, soy muy capaz de tal cosa.

Faridah se quedó un tanto perpleja con la respuesta que le había dado Samîr, e incluso pensó en si debía de considerarlo un rival para con las atenciones de su señor. Pero enseguida se dio cuenta de lo que estaba pensando, ella no deseaba a su señor, o sí, ya no sabía que pensar, no sabía lo que le estaba pasando. Lo cierto es que Samîr compartía el lecho con su señor y ella no.

…///…

— Faridah—, dijo el jinete

—Sí, si—, contestó ella nerviosamente, como si de una niña se tratara.

Los ojos resplandecían entre las telas de su turbante y del embozo que utilizaba para viajar y protegerse de arena y viento, aunque como esclava no tenía la necesidad de cubrir su rostro y en cuanto la caravana se detenía en un campamento se lo descubría, como correspondía a su condición.

El jinete dejó caer la tela, y se alejó cabalgando hacia la parte delantera de la caravana dejando a la joven perpleja, con el corazón acelerado, embargada en mil dudas.

Poco después de montarse el campamento llegó la caravana, y ella se fue directamente, aún turbada, hacia la haima que tenía asignada, donde se le serviría una cena poco después de que se quitase el polvo del camino.

Nada más llegar Samîr le relató lo que había sucedido, a lo que él asintió.

— Lo sé Faridah, nuestro señor ha ordenado que te lleve a su presencia esta noche, cuando te hayas aseado y cenado — dijo el joven—.

[Jhuno]

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