jueves, 19 de septiembre de 2019

Ana Vis

 

Él ya estaba esperándola cuando Ana llegó al lugar de la cita. Al verle nadie hubiera pensado en nada que no fuera normal: un hombre vestido con pantalones azules de verano, una camisa y un jersey ligero sobre los hombros. Un atuendo similar al de muchos otros hombres que se movían en aquella noche de septiembre, aún cálida, pero con algún ramalazo de brisa que se notaba más aún a mayor altura.

 

Ella, por su parte, sonrió y le besó como si no se hubieran visto hacía tan poco. Aunque el recorrido que iban a realizar era un paso obligado para el visitante, era él quien había insistido en organizarlo. Y ella había accedido sin más, como había seguido sus instrucciones para aquella salida: calzado cómodo, falda larga y blusa a juego, con algo para ponerse por encima si llegaba el caso, y poco más. Eran ya casi las diez de la noche, y ambos se encaminaron a la puerta de la entrada de la Alcazaba malagueña, para unirse al grupo de treinta personas inscritas para la visita nocturna de aquella hora.

 

La comitiva guiada accedió al recinto y empezó a transitar acompañados por las explicaciones de la guía, para intuir, más que contemplar los detalles de la fortaleza. Ana la conocía ya, y de vez en cuando echaba un vistazo a su acompañante, que parecía atender a las explicaciones desde el fondo del grupo.

 

Naturalmente, ella se lo esperaba desde que él le dio los detalles de la cita de esa noche, pero aún así tuvo un pequeño sobresalto al notar su mano posándose decididamente en su espalda primero, y deslizándose suavemente hasta su culo. Le miró con una expresión entre sorprendida y enfurruñada, pero él sonrió plácidamente y le indicó con un gesto de la cabeza que siguiera atendiendo al guía. De ahí el grupo se movió hacia otro punto de interés más o menos iluminado, y Ana y su acompañante les siguieron, cada vez más rezagados.

 

Por su cabeza pasó un momento de pánico, pero sólo por un instante. Sabía que él no tenía ni alma de exhibicionista, ni era partidario del escándalo público. Y sobre todo, que no la pondría en un compromiso. ¡Pero aún así...! Esa mano que se posaba en su retaguardia, más que una suave caricia subida de tono era lo que él pretendía que fuese: una silenciosa declaración de principios. Y ella no podía poner objeciones.

 

Otro trotecillo. El grupo se desperdigaba cada vez más, atendiendo a las palabras de la guía sobre la belleza del paraje, los jardines y las vistas. Y desde luego era un entorno sugerente. Ana observaba que muchos de los visitantes eran parejas que se cogían de la mano y disfrutaban del paisaje. No era el caso de ellos dos, claro. Lo suyo era "otra cosa", y hacer manitas no era parte del programa. ¿Y qué lo era, en realidad?

 

De golpe le invadió otro escalofrío, y esta vez más que figurado, porque el suave aire de la noche estaba acariciando sus piernas como no debería sucederle a una dama con falda larga. O más bien, como le sucede cuando una mano amiga levanta una parte desde atrás para encontrar ese culo ya conocido, y sobre el que tomar callada posesión. Sin unas braguitas que se opongan. Tal y como él le dijo antes de salir.

 

"¿Pero que...?" Ahí se paró el amago de protesta de Ana, con sólo mirarle. Estaban en un rincón de los jardines, medio escondidos de los demás. Quien pasara o mirara, sólo vería una pareja aparentemente cogida de la cintura y admirando el panorama, sin saber que la admiración era táctil. Porque las caricias de los gluteos se hicieron más intensas. Ana notó que rompía a sudar y todo el aliento que reservaba a una resistencia inexistente empezó a marcharse en una respiración cada vez más cargada.

 

"Por favor..." No sabía si se lo decía a él o a su propio cuerpo, que nunca podía quedarse impasible ante sus manos, y que ahora estaba lentamente separando los glúteos ante la persuasión amistosa de la mano. Volvió a mirarle, confiando a sus ojos la súplica que no lograba articular. Y vio en él una mirada calmada, solo traicionada por un respirar más intenso.

 

"Tranquila" Le dijo. "No aquí. Esto es sólo un detalle. Quería que lo supieras. Que lo notaras". Y ella lo notaba, cómo su mano la había conducido una vez más a donde él quería llevarla. Como debe ser. Como ella quería que fuera.

 

"Sí, señor" La voz le tembló un poco pero era más cosa del cuerpo que del espíritu. Poco después se reunieron con el grupo. Luego la visita acabaría y habría tiempo para recorrer las calles malagueñas en luna, de su mano. Donde quiera que él deseara posarla. O poseerla.

 

Captor

 

 


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