domingo, 10 de septiembre de 2023

Soñar...

Hay muchas teorías sobre los sueños, sobre cómo y porqué se producen. Hay quienes piensan que es una forma de "sacar la basura" de nuestro subconsciente, hay quienes creen que es una forma de darle cierto descanso al cerebro, hay quienes piensan que soñar es como vivir pero a un ritmo diferente de cuando estamos despiertos.

No sé cuál es la verdad, sólo sé que raras veces recuerdo mis sueños. Nada más despertar intento aferrarme a alguna imagen o sonido que se va desvaneciendo a medida que pasa el tiempo, pero me es imposible.

Pero este sueño lo recuerdo nítidamente...

En mi sueño, yo no soy yo. Es decir, sí soy yo, pero no tengo mi aspecto. Tampoco es que esté segura de cómo soy en sueños, pero sé que parezco otra persona. Nada de un bellezón ni cosas por el estilo. Simplemente, no "soy como soy".

Estoy en una especie de mutación de mi cocina. Es mi cocina, pero algunos muebles parecen cambiados. Estoy doblada sobre la mesa. Vestida de una forma muy diferente a la habitual: con una camiseta blanca de algodón y una falda de tonos rojizos. Tengo los brazos estirados, en cruz. Estoy sonrojada, no sé el motivo. Y espero. ¿Qué espero?

La respuesta llega enseguida. Él. En mi sueño no es más que una silueta oscura que se mueve de un lado a otro. Es curioso, como si no tuviera rostro. Pero sé quién es.

Le escucho pasear por la estancia, parándose aquí y allá. Y de repente, la cocina se transforma en una especie de salón de los años setenta, con una mesa, sillas de madera, sofás, butacas.... y yo sigo sobre la mesa de la cocina, esperando.

Él está sentado en una butaca, leyendo, con actitud relajada. Pasa el tiempo. El silencio es absoluto, ni siquiera escucho el roce de las páginas del libro.

Y de repente, está a mis espaldas. Empieza a azotarme de una forma tan inesperada que doy un respingo. Mis manos extendidas se aferran a los bordes laterales de la mesa. Me azota con sus manos, golpes secos y precisos. El picor que empiezo a sentir es muy real, la verdad. Picor y calor. Ahora me golpea las nalgas con su cinto. El sonido contra mi carne resuena en el silencio de la casa. Golpe tras golpe, me muerdo los labios para no gemir, para no hacer ruido porque no sé si le gustará escucharlo o no. Él está completamente en silencio y el esfuerzo no hace mella en su respiración.No cesa en su empeño de dejarme las nalgas completamente magulladas. Cuando lo considera conseguido, coloca una palma de sus manos sobre cada nalga y las deja así. Y siento que ese momento es de total intimidad entre los dos. Es un momento que compartimos, único. Sonrío.

Y abro los ojos, en sueños y me encuentro delante del espejo del baño, retorciéndome para intentar ver lo mejor posible mis nalgas tintadas en tonos que van desde el rosado hasta el violáceo. Y soy consciente que ese momento del sueño es un recuerdo, porque ya no voy vestida como antes, ahora llevo puesta una amplia camiseta de color verde.

La sensación de comunión con él se va disipando y yo trato de retenerla infructuosamente. Estoy despertando y no quiero. Quiero volver al sueño, volver a la mesa, volver a sentir sus manos.

Por mucho que mantenga los ojos cerrados, ya estoy despierta. Las sensaciones empiezan a difuminarse. Me desperezo lentamente sobre el suelo y una de mis manos tropieza con su pie. Miro hacia arriba en el momento justo en que él baja su mirada hacia mí. Parpadeo y él sonríe y ese momento es como el de mi sueño. Le abrazo la pierna que tengo más cerca y me froto contra su pantorrilla, absorbiendo su olor, disfrutando de su tacto. Escucho cómo apaga el ordenador y me separo de él. Se pone en pie, agachándose para colocarme la correa en el collar y me lleva, sorpresivamente, hacia la cocina. Allí con un tirón me indica que me ponga en pie, hace que me doble sobre la mesa de madera y se coloca a mi espalda....




Alyanna

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