ÉL
Todo empezó aquella noche de sábado en que S me invitó a cenar en su casa. Nos conocimos en un evento de bondage y sentimos una afinidad inmediata, que con el tiempo se transformó en una sólida amistad.
En esa ocasión acudí solo, sin mi una, que tenía compromisos familiares ineludibles.
Lo primero que sentí al verla fue sorpresa. No esperaba encontrar una desconocida. Miraba a un lado y otro como con cierto temor, tímidamente, aferrada a su bebida como si fuera un arma defensiva. Su actitud me hizo sonreír. pet, la sumisa de S se acercó a ella y se pusieron a charlar. Observé cómo su cuerpo se relajaba levemente.
"Es la mejor amiga de pet. Se enteró hace poco de nuestra forma de vivir y sentir la relación y tiene curiosidad. pet me preguntó si podía traerla, para que viera de primera mano cómo es todo, que no somos ni multimillonarios con helicóptero ni monstruos asesinos. Es una lástima que una no haya podido venir, porque después de la cena tengo pensado una sesión light con pet y hubiera estado bien vuestra participación"
Cenamos, charlando, como siempre, de los temas que iban surgiendo. La desconocida apenas dijo cinco palabras en todo el tiempo. Me fascinaba su mirada furtiva, tímida pero curiosa al tiempo.
Tras la cena, bajamos al sótano, que S tiene dividido en dos zonas completamente distintas: una para garaje y la otra como sala de juegos. Indicó a su invitada un sillón situado contra la pared del fondo, desde el cual tenía una vista completa del lugar. Ella se sentó y empezó a juguetear con sus dedos, cruzándolos, tocando los de una mano con la otra y en ocasiones, hasta pellizcando suavemente el monte de Venus de la palma.
S es un experto en el uso del látigo, pero en esa ocasión prefirió utilizar algo más suave, creyéndolo más apropiado para el primer contacto de una neófita. Hizo un gesto con la cabeza a pet, quien entendió la orden perfectamente y se desnudó sin la menor vacilación, quedando solamente con el collar puesto. S la guió de la mano, cariñosamente, hasta el potro, donde hizo que se inclinara, con las piernas abiertas y separadas. Eché un vistazo a la amiga, que tenía la mirada fijada en la escena y la boca ligeramente abierta. Apenas pestañeaba y un suave color rosado había cubierto la piel de su rostro. Encantadora.
S comenzó acariciando la espalda desnuda de pet, con mimo, resiguiendo su columna vertebral desde el cuello hasta el final. La miraba como si sólo estuvieran ellos dos en el cuarto. Me sentí identificado, sabía cómo era estar así, esa excitación previa al inicio del uso, esa sensación de poder y agradecimiento mezclados en un solo sentimiento.
El sonido seco del primer azote hizo que la amiga se sobresaltara, por lo inesperado. S siguió azotando a pet a intervalos irregulares, alternando caricias con golpes dados con seguridad y fuerza. Al cabo de un rato se acercó a la amiga, la tomó de la mano y ella le siguió sin ofrecer resistencia. Parecía hipnotizada. La llevó hasta el potro. No le soltó la mano, sino que la guió hasta la entrepierna de pet, empujando sus dedos dentro de ella, para que comprobara el grado de excitación que sentía su sumisa. La amiga sacó los dedos y se quedó mirándolos estupefacta. Y entonces hizo algo que nos tomó completamente por sorpresa (y creo que a ella misma también). Se llevó los dedos a la nariz, para aspirar el olor, sacó la lengua y tocó tímidamente con ella la humedad de los dedos. S miró hacia mí, arqueando las cejas y yo sonreí, asintiendo con la cabeza. La amiga entonces extendió la mano hacia el culo de pet, rojo y caliente por los azotes, y lo acarició. De repente comenzó a llorar. S le dijo a pet que la tranquilizara y dimos por terminada la velada.
Al día siguiente S me llamó. La amiga de pet quería experimentar qué se sentía al someterse y ser usada. Y, sabiendo lo que hay por estos mundos, quería que fuera a manos de alguien que la valorara y cuidara. Y los dos habían pensado en mí.
Nunca antes me había planteado el tener más de una sumisa. Es cierto que en ocasiones había pensado en lo hermoso que sería tener a dos buenas perras, una correa en cada mano o a ambas sentadas en el suelo, una a cada lado. Pero eran sólo pensamientos. Estaba plenamente satisfecho con su una y era consciente del trabajo, energía y tiempo que había que dedicar a la relación, mucho más si en lugar de una sumisa, eran dos. Y estaba la cuestión de una... ¿cómo se lo tomaría una si llegara a planteárselo? Era un tema que no habían puesto sobre la mesa nunca antes, algo sin definir en la relación. Y era todo tan perfecto, habían trabajado ambos tanto para llegar a este punto, que, debía confesarlo, tenía miedo de estropearlo.
Debía pensarlo mucho y bien, tener las ideas muy claras, pensarlo en frío, analizarlo. Pero el recuerdo de esa mirada huidiza y de esa lengua tímida lamiendo sus dedos húmedos, le perseguía. Tenía que pensarlo.
una
Algo había pasado. Al principio pensó que eran cosas suyas, por haber estado unos días fuera de la ciudad por obligaciones familiares. Pero no. Algo sucede, algo importante, que ocupa su mente y le inquieta. No pregunto, sólo empeoraría las cosas. Si quiere contármelo, lo hará cuando lo considere oportuno. Así que espero, con un sentimiento de tristeza por verle así y no poder hacer nada, ni decir nada. Me esfuerzo aún más en seguir sus normas y hacer las cosas como a él le gustan.
Ha pasado casi una semana desde que volví y aún no hemos tenido ni una sesión. Le sirvo, como es mi obligación y mi placer, pero me sorprende esta falta de juegos, cuando él siempre ha sido muy activo en ello. El problema debe ser realmente grave si le ha afectado tanto.
Se queda mucho rato sentado, mirando fijamente la pantalla del ordenador, pero sin ver realmente lo que tiene delante. A sus pies, siento lo tenso y alterado que está.
Finalmente, casi diez días después de mi vuelta, me lo dice. Está planteándose el tomar otra sumisa. Me cuenta lo ocurrido en casa de S de una forma esquemática. La ausencia de detalles en su relato me hace sospechar que esa mujer le ha calado hondo. Tal vez sea el desafío que le plantea el iniciar a una neófita, el ir descubriendo juntos ese inicio de camino que para nosotros quedó atrás hace mucho tiempo ya.
Es más que evidente sus ganas de tomarla. Y lo entiendo. Pero... Mi cabeza zumba con un montón de pensamientos diversos a la vez: es su decisión, es su potestad, es lo que desea, debo desear lo que él desea, debo aceptar lo que le hace feliz. ¿Debo? ¿Realmente debo hacerlo, cuando es algo sobre lo que no hemos hablado ni tenemos acuerdo? Ella necesitará mucho más tiempo y atención, es normal. Tiempo que antes era para mí. Soy egoísta. No puedo ser egoísta. Él está primero, por encima. ¿Y yo? Yo estoy debajo, es mi sitio. Y ella puede darle cosas que yo no. La frescura del descubrimiento. Creía que yo era suficiente, creía que yo colmaba sus deseos, sus fantasías. Yo, yo, yo... siempre yo. Pero no puedo evitar pensarlo, sentirlo. Un pensamiento infantil se impone sobre los demás "No lo habíamos hablado nunca, es trampa!!"
Me siento mareada por ese torrente de pensamientos y sensaciones. Necesito tiempo, le pido tiempo para tratar el tema con la mente fría y las ideas claras. Ahora mismo ni sé lo que siento ni lo que quiero. Sí, sí sé lo que quiero. Quiero volver a antes, a donde hemos llegado trabajando y avanzando juntos. ¿Es esto otra forma de avanzar, otro paso adelante o es el momento en que hay que decidir si los caminos siguen o se separan? Y si yo hago mal pensando en mí (yo, mi tiempo, mis sensaciones, mi dolor), ¿acaso no lo es él también? ¿Tiene derecho a serlo por ser mi Amo? ¿Es eso cuidarme, es puro egoísmo o es una forma de hacerme avanzar en mi entrega? La entrega, ese maldito comodín cubierto de espinas.
Ahora soy yo quien se sienta con la mirada perdida, tensa, con pensamientos y sentimientos golpeándome sin piedad, pensando y aceptando ora una situación, ora la contraria. En unos días tengo que darle mi respuesta. Primero la respuesta, después los acuerdos que se consideraran pertinentes, en uno u otro sentido.
amiga
Paseo de un lado a otro de la habitación, nerviosa. No sé si me alegro o me arrepiento de haber aceptado la invitación a cenar aquel sábado. Me sentía cohibida, era todo tan normal... Una casita en las afueras, un hombre atento, educado, sonriente. Después de lo que pet (qué extraño llamarla así) me había contado de cómo vivía, cómo sentía, poco menos que esperaba entrar en una cueva oscura y me encontré en un comedor acogedor, luminoso. Aún así, sentía como un peso dentro de la barriga, una sensación ambigua de temor y curiosidad. Porque parecían muy felices y muy unidos. Observé que casi no les hacía falta hablar, que con un gesto de él, ella iba y venía, hacía y deshacía.
Pronto llegó el invitado. Sentí como si algo me golpeara en la cabeza al verle. No entendí y sigo sin entender, el motivo de esa sensación mareante. Como se suele decir vulgarmente, "no era mi tipo". En absoluto. Y sin embargo, notaba su vista fijada sobre mí en momentos puntuales, lo cual aumentaba mi nerviosismo. Mi mirada se sentía atraída hacia él, pero al mismo tiempo escapaba.
Tras la cena, al bajar al sótano, otro choque. Una pared con argollas a distintas alturas. Un armario ominosamente cerrado. ¿Eso que parecían cuerdas enrolladas eran látigos? Por Dios santo.
S hizo un gesto y pet se desnudó con total naturalidad. La llevó a no sé qué aparato y ella se inclinó, abriendo las piernas, culo en pompa. Él la acarició suavemente. Qué bonita la forma en que la miraba, como si fuera un tesoro o un milagro. Y sin esperarlo, zas! su mano cayó con todas las fuerzas en las nalgas de mi amiga, quien soltó un suave suspiro. A ese golpe sucedieron varios más. Me fascinaba la concentración de S en la tarea, el brillo de los ojos de mi amiga, el color que iba tomando la piel de sus nalgas. Pero sobre todo, sentía lo excitante que era ser observada por ese hombre.
Cuando S me llevó junto a pet y sentí lo mojada y húmeda que estaba, me olvidé de todo, sólo podía pensar en qué sentiría yo si estuviera en su lugar. Qué sentiría yo si ese desconocido que me miraba así me azotara, como a una niña rebelde, hasta dejarme la piel tan cálida y roja como la de pet. Sentí erizarse mis pezones contra el sujetador y dí gracias por la amplitud de mi ropa, que impedía que los demás se dieran cuenta de lo que me pasaba, de lo que sentía.
Y me encontré llorando, así, sin más. Me desbordó un sentimiento indefinido. pet me abrazó y me guió de vuelta al piso de arriba, en el que me sinceré con ella, con lo que había sentido, con lo que quería experimentar. Me dijo que hablaría con S
Y aquí estoy, hoy, el día en el que, diciéndolo dramáticamente, se decide mi futuro. El día en que recibiré una llamada diciéndome si soy aceptada o no. Tengo miedo. Tengo ganas. Tengo dudas, porque hay ya otra, una sumisa, alguien experimentado, que seguramente será capaz de satisfacerle, mientras que yo no tengo idea de nada. Qué nervios. El tiempo se ralentiza. Tengo ganas de romper algo, de tirar algo, de gritar.
Y por fin, suena el teléfono...