viernes, 21 de octubre de 2022

El primer castigo

Tenía orden de no usar bragas más que durante mi menstruación. Y así lo había hecho, hasta ese día...

Era invierno y, como siempre suele suceder aquí, soplaba un viento constante. Yo llevaba mi collar puesto, oculto bajo el cuello de mi jersey. Me gustaba llevarlo, me  sentía absurdamente abrigada (en más de un sentido) al llevarlo. Sentía como un calor que se irradiaba desde mi cuello hacia el resto del cuerpo. Era excitante, despertaba mi imaginación, me traía recuerdos. Iba caminando por la calle pero en realidad mi mente estaba en otros sitios.

Y claro, mente traviesa + collar puesto + sin bragas + viento + humedad vaginal = frío gélido en la entrepierna.

Así que me di media vuelta y volví a casa. Me puse unas bragas y otros pantalones y volví a salir a seguir con mi  día. Pero no estaba cómoda, no me sentía bien. Sabía que estaba desobedeciendo.

Lo primero que hice esa tarde, al verle en la pantalla, fue confesar mi falta, explicando mis motivos para hacerlo. Él se quedó pensativo durante unos minutos y al cabo de un rato, esbozó esa sonrisa depredadora que yo había llegado a conocer muy bien en muy poco tiempo. Sólo que esta vez esa sonrisa no denotaba un "juego" divertido, sino algo que, seguramente, me resultaría mucho menos placentero.

Me explicó que sus castigos siempre eran duros, que prefería castigar duramente la primera vez para evitar una reincidencia. Y que sus castigos siempre estaban relacionados con la falta.

Dijo: "Querías llevar bragas, muy bien. Llevarás bragas, entonces. Te pondrás una, y no te la quitarás hasta que hablemos el lunes por la tarde. No te la quitarás para nada. Si tienes que ir al baño, a mear,  lo harás con ella puesta. Si es a otra cosa, podrás apartarla, pero no quitarla."

Era jueves. Y el domingo tenía visita de mi familia, algo que no podía cancelar ni cambiar. Se lo recordé, pensando que lo había olvidado y que cambiaría las fechas del castigo. Pero su sonrisa se ensanchó aún más, cuando me dijo "Ya lo sé". Le dije que era imposible, que no podía estar así, que el olor, que se darían cuenta. Y me dijo que en mi mano estaba acatar el castigo o no.

No hacía más que pensar en cómo estarían las bragas el domingo. Hasta entonces podía evitar el contacto con la gente, estar en casa. Y tenía que cumplir el castigo.

.... Y se me encendió la bombilla. Y en ese momento, fui yo la que sonrió de oreja a oreja.

Pasaron los días, cumplí mi castigo a rajatabla. Recibí a mi familia el domingo, pasamos el día juntos y fue una visita muy agradable.

El lunes por la tarde, cuando estuve ante él, lo primero que me preguntó fue si cumplí. Y le dije que sí, puesto que así había sido. Quiso saber entonces cómo había hecho para que mi familia no se percatara de nada. Y entonces le dije: "El castigo era llevar las bragas puestas, todo el tiempo, hasta hoy por la tarde. Lo único que podía hacer era apartarlas un poco en el baño cuando no era para orinar. Tenía que mear con ellas puestas. Y eso hice. No me quité las bragas ni un momento, ni siquiera toooodas las veces que me duché ese fin de semana para que estuvieran limpias" Y sí, lo confieso, cuando acabé de decirlo tenía una sonrisa de satisfacción en mi cara. De hecho, pensé que se iba a enfadar, pero no. Lo que hizo fue soltar una larga y estruendosa carcajada y mirarme con un cierto velo de orgullo en los ojos. Eso sí, me dijo que para el próximo castigo se encargaría de que no hubiera "flecos" por donde evadirme.


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